También él quiso fracasar gloriosamente:
¡Un fracaso glorioso, como nadie
sufrió nunca!
¡Una montaña de fracasos, una ruina
gloriosa como un coliseo!
Pero hasta eso fracasó: tan solo
acumuló fracasos cotidianos,
uno tras otro, amenazando con un pedacito
de gloria que asomaba traicionera.
¡Hasta aquella humillación sufrió!
Pero al final, ya resignado,
ya hecho a la alegría de la vida,
pudo al fin saborear, amargo
como un tónico de quina, aquel fracaso
que había dejado de buscar.
Lo sintió como un palo,
como un viento frío entre los huesos,
como la resaca de una gran borrachera
y entre todos se alzó gritando: ¡he fracasado!
¡Miradme, he fracasado...
Lo conseguí cuando ya no lo quería!
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