miércoles, 29 de mayo de 2019

Cuento del miércoles. Café.

Estoy de muy mal café porque he perdido la tarde peleando con hojas de cálculo para los alumnos, que no lo van a agradecer. Pero, aun así, intentaré escribir algo rápido para este cuento del miércoles. La idea base del cuento la pensé ayer...

En mi café, la espuma ha dibujado la figura de un barquito. Con un poco de imaginación puedo ver al capitán calentándose con una taza de café, en un extraño mar de color marrón donde las olas forman montañas de espuma. El capitán sopla su café y se forma el dibujo de un navío abriéndose camino entre los blancos témpanos polares y la oscura noche del invierno ártico, los ateridos marineros calentándose un café en que prosigue la mise en abyme de esta ensoñación, de la que me saca el repentino movimiento del suelo. El crucero donde viajo acaba de sortear, con brusco viraje, lo que parece un terrón de azúcar.

Podidos

Antes los publicistas eran auténticos maestros en el arte de seleccionar palabras. Este año me llamó la atención que el PSOE ganase las elecciones con un lema tan absurdo como «haz que pase» —que significa tanto 'haz que suceda' como 'Haz que no me importen vuestros problemas'—, pero más me extrañó que la derecha no hiciera bromas a propósito de este doble sentido no buscado.

A este respecto, sería interesante fijarse en el nombre de un partido que ha sido prácticamente destrozado en las elecciones. El nombre de Podemos está claramente inspirado en aquel eslogan de Obama, «Yes, we can», pero al elegirlo no se ha tenido en cuenta la homonimia entre podemos presente de indicativo del verbo poder, 'somos capaces, tenemos el poder' y podemos presente de subjuntivo (a menudo con valor imperativo) del verbo podar, 'recortemos, eliminemos lo que es innecesario'.

Y también es, para quienes tengan memoria, un eufemismo. Del mismo modo que yo en mis clases digo «¡miércoles!» para no ofender los oídos de esos muchachos que están todo el día con —la ¡verga!— en la boca, recuerdo haber oído muy de niño el verbo poder sustituyendo a otro que comienza por jota. Y también se lo oí a gente mayor, no tan niño: Herminia, la vieja librera de mi barrio —tendría cien años si siguiera viva—, decía «¡poder esto!, ¡poder lo otro!» cuando se hallaba irritada o sorprendida.

En definitiva, a Podemos lo han podido. Lo han podido sus escisiones, que en buena ley habrían de llamarse efluencias o efluvios en simetría a las confluencias que le dieron el poder. Lo han podido los partidos de ultraderecha, que han sembrado el terror entre la izquierda, llevándola al voto útil para crear una barrera en los ayuntamientos que, sin embargo, la ultraderecha ha saltado. Y lo han podido, finalmente, las políticas reales que han demostrado que (el) poder, corrompe; incluso a Podemos: la corrupción de los ideales, la corrupción de las esperanzas, ha podido mas que la corrupción ética y económica que se perseguía en el adversario. Quizá por eso los curas dicen que poder es pecado...

jueves, 16 de mayo de 2019

Va solo a la feria... (cuento del miércoles en jueves)

Va solo a la feria. Debería sentirse, —y seguramente se sienta— extremadamente aislado entre toda esa multitud de familias con niños, de novios adolescentes y no tan adolescentes, de vecinos del barrio de toda la vida.

Va allí a hacer fotos, aunque tiene cuidado para no robar la imagen de nadie. Pretende retratar la fiesta sin retratar a la gente, algo tan absurdo como retratar la ciudad sin retratar a quienes la habitan.

Se cruza con lateros, con vendedores de salchipapas y de humitas con puestos de buñuelos, de churros y de palomitas, de kebab y de patatas asadas. Madrileños de todos los orígenes se han juntado en la pradera, y a ninguno le parece extraño verle solo. Solo a él mismo.

jueves, 9 de mayo de 2019

Viento (cuento del miércoles en jueves)

Fuera, el viento azota las ramas de los árboles y hace flamear los toldos. Las autoridades han pedido que no se salga; los madrileños, oculto el sol de ayer por las repentinas nubes, han dejado de pasear, sí, pero no de acudir a sus ocupaciones.

Al volver a casa del trabajo, el suelo de mi salón estaba lleno de papeles revueltos que casi llegaban a la cocina americana. Sin duda olvidé cerrar la ventana tras airear la casa. Los recojo y los ordeno pacientemente. Entre las hojas aparece un curioso mensaje. Algún alumno lo colaría, sin duda, al entregarme su examen, para hacer la gracia. “El aire lleva sangre.” Un mensaje tonto y poco original.

Corrijo unos pocos exámenes. El vecino tiene la tele a todo trapo: no dejo de escuchar extraños alaridos y golpes. Tengo que taparlos con algún disco, y solo llevo en mi móvil el de una rapera bosnia. Será suficiente para mantener la concentración, a menos que empiece a seguir las letras, claro.

Después de un rato, dejo de percibir la ruidosa tele. Voy, poco a poco, cogiendo el ritmo. Ya comienzo a buscar directamente los errores comunes en las respuestas. Otro que escribe “preposición” por “proposición". Cuántas veces habré insistido...

En estas estoy cuando a los del bloque de la esquina les da por gritar. Gritan por cualquier cosa: que si a la niña la han pedío, que si el pequeño estaba gateando en la acera y casi cruza cuando ha pasado un coche… la policía pasa largos ratos poniendo paz en sus peleas. Tendré que ponerme los cascos. Lo malo es que entonces seguro que canto. “… I got it all I got it all boy / Let me your ultimate girl...” Ya esta, ya he perdido la concentración. Me levanto, voy hacia el fregadero para beber un poco de agua y al volver a la mesa miro por el cristal de la ventana. ¿Qué les pasa a estos, que no callan?

Como no veo muy bien, subo del todo los estores y abro la hoja lateral. Entonces noto algo, como un polvo arenoso que se me mete en los ojos. Vuelvo el cristal, pero encuentro la oposición de la fuerza del viento y la arenilla que obstruye el marco. Aunque empujo con todo mi cuerpo, no consigo cerrar. Y entonces me doy cuenta de que la arenilla va adquiriendo cierta consistencia y parece resistirse más a mi esfuerzo cuanta más presión ejerzo.

Salgo corriendo de la habitación y cierro la puerta según la cruzo. Acabo de quedarme sin mi cocina; afortunadamente, dadas las exiguas dimensiones de mi apartamento tengo parte de mi despensa bajo la cama. Y puedo beber agua en el lavabo… Miro la puerta del salón. A través del cristal, veo la arenilla rascando insistentemente, como buscando un paso. Por si acaso, cubro con toallas las rendijas. Aun así, la puerta parece endeble. ¿Será mejor esconderse en el dormitorio, o debería salir del piso? La mirilla muestra hilos grises en el descansillo de la escalera. Hoy es jueves; habrán dejado las ventanas abiertas tras fregar la escalera.

Me meto en el dormitorio y cierro la puerta. En algún momento tendrá que parar esto. Me envuelvo en las sábanas; intento dormir. Es imposible. Pongo la radio. Todas las emisoras están en silencio. Definitivamente, no es mi día. De pronto, oigo cristales rotos. Seguramente se habrá roto la puerta del salón. Pienso ahora que es una lástima no haber tenido la idea de refugiarme en el baño. Es muy pequeño, pero podría beber agua u orinar. Según viene ese pensamiento, acude también la urgencia. Ya es demasiado tarde. Esperemos que esto acabe pronto.

Un golpeteo constante contra mi puerta lo confirma. Aunque no tiene espejo, la hoja no es mucho más resistente. No sé qué será peor: abrir la puerta para abrazar una muerte rápida o mantener la esperanza de que el refugio resista mientras se aguarda el final. Entonces pienso en el arcón de la cama, donde quizá aquello no ne encuentre... ¿podré respirar ahí dentro?

jueves, 2 de mayo de 2019

Si el diablo no tiene quehacer... (cuento del miércoles en jueves)

Estaba el diablo matando moscas cuando lo llamó Iván.

—Diablo —dijo Iván—, el otro día dijo usted que me haría un favor a cambio de mi alma. ¿Cree que podría ayudarme a limpiar la pocilga?

—Claro que sí; eso es pan comido. —El diablo se frotó las manos pensando que por fin lograría corromper la última alma inocente del pueblo.— Solo tienes que firmar aquí.

Mostró a Iván una tarjeta. Encima de ella se veía lo que incluso el doctor de la lejana capital de distrito hubiera tomado por huellas de mosca. Perfectamente alineadas y paralelas, eso sí.

—Yo no sé firmar —dijo el campesino.

—No importa; cualquier marca valdrá.

—Pero usted no pretenderá engañarme, ¿verdad? Cuando yo firme, usted limpiará la pocilga. Así podré meterme con la limpieza del gallinero.

—Claro, claro. ¿Has visto alguna vez un diablo que no cumpla su palabra?

—Repita conmigo: "¡Que me vaya al infierno si engaño a Iván Ivanovich!"

—¡Que me vaya al infierno si...!

El diablo desapareció en una nube de humo. Iván Ivanovic se quedó rascándose la cabeza y pensando lo que era capaz de hacer la gente por no tener que limpiar la pocilga.



Este cuento está basado en el conocido cuento de Iván y los diablos, que traté infructuosamente de versionar en otra ocasión.