lunes, 31 de enero de 2022

Recuerdos de pandemia I. El lector.

No puedes recordarlo, Juan, porque entonces no habías nacido aún. Una enfermedad asolaba el mundo. El gobierno, tras meses de mensajes tranquilizadores, había descubierto que la plaga estaba aquí y no habría más remedio que encerrar a la población. Luego los jueces declararían ilegal el confinamiento por una cuestión de forma, pero en aquellos días se detuvo incluso a quienes habían convertido un alto monte en su eremitorio.

Es por eso que nos sentimos enormemente afortunados cuando pudimos salir a pasear guardando rigurosos turnos —según la edad de cada quién—. Yo podía salir a primera hora de la mañana, sin alejarme más de un kilómetro de casa (kilómetro que acababa algo más acá del arco de entrada del parque de San Isidro, aunque muchos amigos tuve que olvidaron la condición de la distancia). Alguno de esos días sustituí el paseo por un viaje a una lavandería automática que abría a hora temprana; creo que fue entonces cuando vi al lector en el kiosco de la calle de la Oca, en esa plazuela que hay junto a la boca del metro.

En aquel momento en que los ancianos de los pueblos no podían labrar sus pequeños huertos de subsistencia porque no constutuían actividad económica, seguían (en cambio) abiertos los kioscos de prensa, pues ni la radio ni la televisión ni internet habían acabado de sepultar aún la vieja idea de que los periodistas de verdad publicaban en papel.

Me preguntó si tú recordarás los viejos periódicos en papel, Juan. Eran unos grandes manojos de páginas, muchas veces sin grapar, que ofrecían las principales noticias del día una tras otra, sin tener en cuenta quién las estaba leyendo ni qué había comprado últimamente.

Había páginas ocupadas enteramente con grandes anuncios estáticos, mientras que los negocios más humildes compraban pequeños recuadros, privados también de animaciones e incluso de color. Ya habían desaparecido en gran parte de la prensa las esquelas con que se anunciaban funerales, las páginas de programación de unos canales que ya casi nadie veía, la cartelera de espectáculos donde se anunciaban cines, teatros, exposiciones a las que, total, nadie iba a acudir durante el confinamiento.

Se vendía prensa en papel por mantener vivo el oficio de periodista, a pesar de que en aquella época se creía que la enfermedad viajaba en gotitas de saliva que íbamos pegando a los objetos porosos y llevábamos luego a boca, nariz y ojos con el dedo. De hecho, en aquellos momentos las bibliotecas cerraban, y todavía pasarían meses antes de que ofrecieran préstamos previa cuarentena del libro. Quedaban todavía dos cursos escolares en que a los profesores se les pediría que por favor se abstuvieran de emplear recursos en papel, pero los kioscos nunca habían cerrado.

Pues bien, en aquel de la calle de la Oca, por la que arrastraba yo el carro con mi edredón recién lavado, hojeaba el periódico un parroquiano anciano que había salido de su casa un par de minutos antes de su turno. Allí contemplé horrorizado cómo acercó el dedo a la boca y lo humedeció con la lengua. Así impregnado de sus humores lo pegó a una esquina del papel y la volvió. Con el mismo procedimiento pasaron, una a una, las páginas del ejemplar antes de que lo doblase cuidadosamente para dejarlo en el mismo montón del que lo había sacado.

Aquel lector de pandemia que, bien informado por el principal diario del país, llevaba los fómites de su boca al papel, del papel a su boca mientras lo leía es, Juan, símbolo de la humanidad con que te cruzarás en tu vida.

domingo, 16 de enero de 2022

52 Retos 2022: 1. Carta desde el futuro

Este relato contesta al reto de escritura número 1 de los «52 retos de escritura para 2022» del blog literup.es, cuyo enunciado (lo que ellos, en correctísimo español, llaman prompt) es el siguiente: Has recibido una carta de tu yo del futuro, que te escribe de aquí a 30 años. ¿Qué te dirá?


Querido José:

Te hago llegar esta carta desde el futuro. La máquina del tiempo no me permite enviarlo más atrás de 30 años, así que no podré prevenirte contra tus errores de adolescencia y juventud. Tampoco quiero agobiarte con mis achaques de anciano próximo ya a los ochenta. Solo quiero darte una gota de optimismo. Las cosas no saldrán tan mal como piensas. Es cierto que donde yo vivo el hombre ha perdido sus derechos, las corporaciones son todopoderosas y la definición de "propiedad" ha cambiado para que nos hagamos a la idea de que lo nuestro no es nuestro, sino de la empresa que lo fabricó y nos lo alquila, o del estado que nos permite utilizarlo a cambio de nuestros servicios. Pero vivimos. Vivimos y una nueva generación, adaptada a estos nuevos tiempos, nos releva con un ímpetu y una energía que no encuentran obstáculo en lo que sus mayores consideramos una grave incomodidad.

Juan, Andrés, Adrián están bien, son felices y han encontrado su hueco en la vida. Tú también has encontrado un androide que cuide de tus achaques en tus años de vejez para que puedas continuar trabajando hasta los 90.

Así que no te desesperes. El futuro será extraño, pero estará vivo.

Un saludo,
José


(Comenzado el 5/1/22 y terminado el 16/1/22)

lunes, 3 de enero de 2022

Harrow: Las diez mil puertas de Enero

Portada y lomo del libro
Harrow, Alix E.: Las diez mil puertas de enero. Barcelona, Roca, 2021. 398 páginas. 24 cm.
ISBN:
978-84-18014-95-6
Descriptores IBIC:
FA, FM
Descriptores:
Fantasía, baja fantasía.

Enero Demico es una niña huérfana de madre que vive en la mansión del patrón de su padre, a quien aquel mantiene recorriendo el mundo en busca de objetos antiguos.

Un día, Enero ve como se abre para ella una Puerta, un lugar que conecta su mundo con otro. Y aunque esa puerta se cierra, la experiencia cambiará algo en ella.

Pero el cambio definitivo llegará cuando encuentre un libro llamado Las diez mil Puertas, que despertará en ella el deseo de buscar esos lugares donde las fronteras entre mundos son tan tenues, así como la siguiente pregunta: ¿quién está cerrando las puertas?

Con una exquisita ambientación a caballo entre el final del siglo XIX y el comienzo del XX (o entre Drácula y Huckleberry Finn) y una imaginación desbordante que crea mundos con una pincelada y nos retrotrae a los clásicos del género, la autora crea una historia sólida, sin cabos sueltos.

Aunque la relación amorosa entre Enero y Samuel parece inverosímil (ese amor sin esperanzas de correspondencia que se mantiene de los nueve a los diecisiete años, a pesar de una larga separación), la protagonista está bien construida y resulta humana en sus decisiones y motivaciones.

El narrador empleado es un doble narrador no fiable que, sin embargo, va ganándose la confianza del lector poco a poco, a pesar de las digresiones que marcan esos fragmentos en que la memoria infantil o la escasez de datos hacen dudar. Creo que este es otro de los aciertos de la novela.

El lenguaje es correcto, a veces un poco empalagoso, y solo he detectado cuatro o cinco erratas a lo largo de cuatrocientas páginas.

Una de las pocas cosas que chirrían en el libro es la constante referencia a Argosy, The Strand y colecciones de literatura de quiosco del mundo anglosajón. Cierto que ello le da un sabor de época especial, pero leído desde España uno se pregunta si sería publicable fuera del propio país una novela con constantes referencias a La Ilustración Española e Hispanoamericana, Ramón Sopena o la Editorial Calleja. Evidentemente, un autor estadounidense tiene garantizados varios cientos de millones de lectores que conocen, aunque sea de oídas, el género ínfimo norteamericano y británico de la Belle Époque.

Lo más destacable de la novela es que, siendo en sí misma una obra cerrada, abre puertas a la imaginación y al recuerdo de otras novelas que quizá llevan demasiado tiempo acumulando polvo en nuestros anaqueles. Y solo por eso merece la pena leerla.

domingo, 2 de enero de 2022

#PceudoCuentos 51: Huesos

(Intentaré participar en esta convocatoria usando el blog en vez de twitter).

Marco no me da jamón; sólo el hueso. De las costillas me da también los huesos, ya chupados. Si come pollo, ni huesos me da. Dice que por mi bien. Aparte de los huesos, me proporciona de vez en cuando un pienso naranja de extraño aroma. A mis compañeros de jaula les gusta, pero a mí me sabe demasiado artificial. Claro que a veces el hambre aprieta, y hay ocasiones en que el almuerzo de Marco no incluye huesos de ningún tipo.

Mi dueño anterior me daba pan duro, pero Marco no suele comer pan. La grasa de sus platos va directa al lavaplatos, ignorando nuestros ojos suplicantes. También dice que es por nuestro bien. Nosotros callamos, claro, para que no nos ponga el bozal. Observamos atentos cómo cambia el papel de periódico en que orinamos, y, cuando sale de la habitación, el más listo de nosotros lee la fecha y comenta, entre susurros, la mala suerte que tuvimos con el amo que nos tocó.