Hace tiempo que en mi cabeza no hay una sola historia que merezca la pena. O quizá las hay, pero intuidas. Cuando por fin salta una, es pueril, trivial. Y si por casualidad es profunda, entonces no logro encontrar el tono y me pierdo en divagaciones descriptivas que no vienen al caso.
Quizá algún día deba apuntarme a un taller literario para lograr infundir vida a mis historias, hacerlas salir de mi cabeza y caminar ante los demás. Pero en parte me da miedo: como decía Martí, «Mi pena es mi hija, mi hija / no me la han de ver jamás». Sí, quizá me de miedo poder contar lo que tengo en la cabeza.
Mientras tanto, dejo pasar el tiempo aporreando el teclado, escribiendo insulseces en este blog y en otros lugares y, sobre todo, dejando de vivir. Y es que para narrar hay que vivir ants, o eso dicen los norteamericanos. Claro que, bien pensado, tan importante es el descubrimiento de la juventud y la vida que valió elogios a Ferlosio, Marsé, Mañas y tantos otros como el de la vejez y la muerte que se los valió a Landero. Y a este paso, no me quedará otra que empezar a cantar el gozo de haber dejado irse los mejores años y las energías de la mocedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario