Fuma un último cigarrillo mirando el paisaje urbano que entra por la ventana. Ella mira su espalda recortada a contraluz y sabe que se irá, pero tiene la esperanza de volver a verlo. Él aplasta la colilla contra el mismo cenicero que compartieron tantas madrugadas y, sin decir nada, se encamina hacia la puerta.
Ella hace amago de levantarse, pero quizá piensa que es tarde y, sin decir nada, vuelve a quedarse sentada mientras él, que no la ha visto, toma su abrigo y se va.
Quizá podría haber dicho algo; haber gritado ¡te dejaste el tabaco! No creo que hubiera sido buena idea. Tampoco debe creerlo ella, porque espera a oír el portazo antes de comenzar a llorar en silencio.
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