jueves, 24 de febrero de 2005

Este jueves, el cuento del miércoles: tren

Para cuando tuve tiempo de actualizar mi cuaderno ayer, me encontré con que eran más de las diez y todavía tenía por escribir un post sobre la nieve que me había propuesto escribir horas antes. Como no quería ocultar ese post con uno nuevo (sí, pillines, sé que sólo os leéis el último post escrito), dejé para hoy el cuento que, en realidad, tengo comenzado en papel desde hace varios días. El cuento tiene claras influencias del libro de Tomeo La agonía de Proserpina que comenté el otro día y de Si una noche de invierno, un viajero... de Ítalo Calvino.

Un hombre se sienta en un vagón de tren y comienza a escribir. Mientras recuerda la última vez que estuvo en Málaga, se sienta a su lado una mujer y le dice: «¿Qué escribes?» Sería una impertinencia por su parte despreciar la mirada cálida de ese rostro desconocido, así que, en lugar de decir: «Busco una ambientación para mi nueva novela. Una ciudad andaluza. Quizá Málaga», contesta que está escribiendo sobre un hombre que se sienta en un tren y comienza a escribir, y que había pensado en la posibilidad de que una mujer le preguntara sobre lo que escribe, pero lo desechó por inverosímil.
—Así que inverosímil. ¿Crees que soy un bicho raro, sólo porque te haga ese tipo de preguntas?
—El protagonista es un hombre hosco y huraño. No es normal que una mujer se ponga a flirtear con él a las primeras de cambio.
—¿Crees que estoy flirteando contigo?
La mirada de la mujer, cuando dice esa última frase, no deja lugar a dudas. Un autor con algo más de talento diría que aquella dama taladró al protagonista con su mirada y, arqueando una ceja, dejaba ahora caer la pregunta como quien espera oir, al menos, una vaga excusa que enmascare un «por supuesto». Pero nuestro protagonista, que lleva las gafas demasiado sucias y apenas levanta la vista del papel, tiene la lengua bífida de una víbora:
—Si no es esa su intención, ¿por qué ha comenzado a tutearme?
—Oh, eso. Suelo tutear a la gente. Si prefiere, le hablo de usted. En cualquier caso, sólo me he puesto a hablar con usted por aburrimiento. El viaje hasta Málaga es largo.
—No se preocupe. Pondrán una buena película. La última vez que monté en este tren pusieron La mujer pantera, de Truffaut. Una auténtica joya.
—¿Se refiere a esa película en blanco y negro en que un americano se enamora de una servia que pinta cuadros sentada enfrente de la jaula de los felinos?
—La misma.
—Ya le dije que el viaje a Málaga sería largo. Largo y aburrido.
—A mí me gusta esa película. Consigue estremecerme. Además, ha inspirado una magnífica novela de Manuel Puig.
—¿Se refiere a El beso de la mujer araña? Créame, la realidad descrita... no; no descrita: sugerida... por esa novela es mucho más terrorífica que cualquier película sobre zombies o mujeres felinas.
—Pero prefiero las mujeres felinas. Son mucho más... sugerentes. Será porque soy un escritor. Siempre me atrajo la ficción.
El viajero detiene un momento la pluma que ha estado deslizando sobre el papel.
—¿Qué le parece esto? —continúa— Un hombre que se sienta en un tren, comienza a escribir una novela. En ese momento, aparece una mujer, y comentan entre ambos la novela El beso de la mujer araña.
—Sería un plagio. Un plagio de la propia novela de Manuel Puig, pues ésta también está basada en dos personajes que hablan sobre obras de ficción.
—Tiene razón; habrá que mejorar la trama. ¿Se le ocurre alguna idea?
El autor, por fin dispuesto a entablar una conversación, tapa la pluma y la introduce en el bolsillo de su chaqueta.
Entonces, levanta los ojos del folio y contempla las dos pupilas verticales que lo miran fijamente.

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