Hace unos años, el barrio de las letras era uno de los más sucios de Madrid, pero en sus calles no se veía ni botellón ni top-manta. El comercio callejero, de hecho, había sido suprimido de raíz por Manzano, ese amigo de la libertad, que suprimió los tenderetes de artesanos con la excusa de que fomentaban el narcotráfico (recuerdo de mis quince años: camino con mi hermano por un Santa Ana libre de puestos y rodeado de guardias. Un individo se nos acerca a ofecernos chocolate). Pero ese no es el caso: lo que nos importa es que no había comercio ilegal, y los vagabundos del barrio (conocidos de los vecinos) solían mantener una actitud pasiva, o acercarse a barrios más ricos (como el mío: Jerónimos) a buscarse unos duros.
El reducido espacio de las aceras, invadidas de andamios, y el reducido —también— tráfico, invitaba al peatón a caminar por el centro de la calle. Sí, aunque no lo crean, era posible la convivencia entre vehículos y peatones. Aparcar era imposible, evidentemente, pero lo sigue siendo hoy. El suelo lleno de charcos, los adoquines incómodos asomando bajo el asfalto, el mal olor, se limitaban a recordarnos que estábamos en Madrid, una de las ciudades más sucias del mundo. Pero, mirando desde lo alto de la Calle de las Huertas, la vegetación del Retiro, contemplada a lo lejos, nos prometía una paz de la que no se disfruta en otros lugares de Madrid.
Dense cuenta de que a nadie se le ha ocurrido peatonalizar la M-30, esa "calle" exenta de declaración de impacto ambiental. Y quien dice la M-30 dice Arturo Soria, O'Donnell, Alcalá. Calles, todas ellas, señoriales y cercanas a zonas verdes. Ideales, por tanto, para la peatonalización. Eso prueba que sólo se peatonalizan aquellas calles por las que apenas pasan vehículos, es decir, sólo se peatonalizan las calles que no necesitan ser peatonalizadas.
Las consecuencias de la peatonalización son varias. En primer lugar, las calles peatonales y las aceras anchas (voy poniendo mis barbas en remojo, porque al Prado le quedan dos telediarios) son susceptibles de contener terrazas, chiringuitos y otros obstáculos para la movilidad. Nadie ha visto una terraza en la M-30, que carece de aceras; sí las habréis visto en Ibiza, en Recoletos, en la Castellana. Calles en que las aceras laterales son estrechas y el gran bulevar central está lleno de obstáculos: fuentes, salidas de metro, chiringuitos.
En segundo lugar, se ha peatonalizado "por las malas". A diferencia de las viejas calles peatonales (me refiero a las existentes en los años 80) de mi ciudad natal, Logroño, aquí peatonalizar significa impedir a toda costa el acceso a aquel que no posea el distintivo de residente. Distintivo que facilita el aparcamiento y que, por lo tanto, no tendrían por qué poseer quienes tienen un garaje (que los hay) en la zona. A esto se suma la hipótess kafkiana de que necesitemos el impreso Z-890 bis para dejar las maletas en la puerta del hotel (la zona está llena de hoteles y pensiones) y llevarnos el coche a otro lugar. O para acercar a un minusválido a la casa de unos amigos que vivan en el barrio. O para acercar nuestro coche a casa de nuestros padres (tengo a una amiga en esa situación) para cargar unos muebles en él. En cualquiera de estos casos necesitaremos un taxi, eurotaxi o furgoneta con licencia de transportista, porque los conductores de autobuses suelen poner mala cara si llevamos bultos en ellos. Claro que también podemos dejar nuestras cosas en el siempre saturado aparcamiento de Santa Ana y ejercitar nuestros biceps. Por si los guardias de movilidad no son ya bastante robóticos, el alcalde va a instalar cámaras automáticas para sancionar a los automóviles cuyas matrículas no figuren en una base de datos.
Y yo me pregunto:
1) ¿Qué soluciones propone el alcalde?
2) ¿Estaría nuestro alcalde actual dispuesto a peatonalizar su propia calle con todas las consecuencias (id est, que la calle se llene de terrazas, manteros y botellones y que las visitas lleguen andando)?
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