Estaba el diablo matando moscas cuando lo llamó Iván.
—Diablo —dijo Iván—, el otro día dijo usted que me haría un favor a cambio de mi alma. ¿Cree que podría ayudarme a limpiar la pocilga?
—Claro que sí; eso es pan comido. —El diablo se frotó las manos pensando que por fin lograría corromper la última alma inocente del pueblo.— Solo tienes que firmar aquí.
Mostró a Iván una tarjeta. Encima de ella se veía lo que incluso el doctor de la lejana capital de distrito hubiera tomado por huellas de mosca. Perfectamente alineadas y paralelas, eso sí.
—Yo no sé firmar —dijo el campesino.
—No importa; cualquier marca valdrá.
—Pero usted no pretenderá engañarme, ¿verdad? Cuando yo firme, usted limpiará la pocilga. Así podré meterme con la limpieza del gallinero.
—Claro, claro. ¿Has visto alguna vez un diablo que no cumpla su palabra?
—Repita conmigo: "¡Que me vaya al infierno si engaño a Iván Ivanovich!"
—¡Que me vaya al infierno si...!
El diablo desapareció en una nube de humo. Iván Ivanovic se quedó rascándose la cabeza y pensando lo que era capaz de hacer la gente por no tener que limpiar la pocilga.
Este cuento está basado en el conocido cuento de Iván y los diablos, que traté infructuosamente de versionar en otra ocasión.
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