Va solo a la feria. Debería sentirse, —y seguramente se sienta— extremadamente aislado entre toda esa multitud de familias con niños, de novios adolescentes y no tan adolescentes, de vecinos del barrio de toda la vida.
Va allí a hacer fotos, aunque tiene cuidado para no robar la imagen de nadie. Pretende retratar la fiesta sin retratar a la gente, algo tan absurdo como retratar la ciudad sin retratar a quienes la habitan.
Se cruza con lateros, con vendedores de salchipapas y de humitas con puestos de buñuelos, de churros y de palomitas, de kebab y de patatas asadas. Madrileños de todos los orígenes se han juntado en la pradera, y a ninguno le parece extraño verle solo. Solo a él mismo.
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