En la junta de comunidad, se habla del nuevo propietario. Dos hechos a destacar: que es chino, como sus inquilinos, y que estos se duchan de madrugada, lo que parece enfadar al vecino de debajo. Por discreción, y porque creo que se trata de otro propietario ausente, callo el concierto de duchas, jadeos, gemidos y nuevas duchas que constituían el concierto que escuchaba a las tres de la mañana en mis primeros años como vecino, hasta que tantos jadeos y gemidos dieron por fruto una niña que ahora tendrá diez.
En mi caso, el único hecho que me molesta en las costumbres del nuevo propietario es que, como no habla bien el idioma, me tocará asumir la presidencia. Pero tampoco es una molestia tan grande en un bloque pequeño como el mío. Mañana no madrugo, así que prolongo la vela hasta la una de la madrugada y luego me duermo acunado por la lectura de un cuento de marcianos. Cuando por fin he dado una cabezada, me despierta el relé del teléfono.
Supongo que ustedes no tendrán un teléfono Teide. Ese obsoleto cacharro —yo lo conservo por una mezcla de vicio y nostalgia— hace un clac, clac cuando la línea conecta y empieza a recibir su corriente de doce voltios. Al tercer clac, suena la campanilla. Pues bien: escucho una pareja de chasquidos, y al rato otra, como si alguien estuviera intentando llamarme. ¿Qué ocurrirá? Me asalta el terror: quizá haya ladrones desconectando las líneas en el cuarto de telecomunicaciones. Pero en ese caso, dice mi parte racional, no debería verse afectado mi teléfono, pues el hilo de cobre se corta en el registro donde debiera estar el punto de terminación de red que no puso el constructor de mi edificio, ni han puesto después los sucesivos técnicos de telefonía que me han ido visitando. Desde hace un par de años, la línea del interior de la casa (donde tengo un Teide y a veces enchufo un Góndola) sale del router de fibra. Así que el clac, clac ha de proceder de mi router. Estará actualizando.
En todo caso, ya me he desvelado. Salgo al baño, me aseguro de tener bien cerrados llaves, cerrojos y cadena, vuelvo a la cama y entonces lo escucho: el fragor de la ducha, su canturreante chillido en las tuberías ascendentes y el inconfundible gorgoteo en las descendentes. Debe de ser cierto eso de que el vecino se ducha a altas horas de la madrugada, pero, por lo que se ve, suele coincidir con mi horario de sueño profundo.
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