Fuera, el viento azota las ramas de los árboles y hace flamear los toldos. Las autoridades han pedido que no se salga; los madrileños, oculto el sol de ayer por las repentinas nubes, han dejado de pasear, sí, pero no de acudir a sus ocupaciones.
Al volver a casa del trabajo, el suelo de mi salón estaba lleno de papeles revueltos que casi llegaban a la cocina americana. Sin duda olvidé cerrar la ventana tras airear la casa. Los recojo y los ordeno pacientemente. Entre las hojas aparece un curioso mensaje. Algún alumno lo colaría, sin duda, al entregarme su examen, para hacer la gracia. “El aire lleva sangre.” Un mensaje tonto y poco original.
Corrijo unos pocos exámenes. El vecino tiene la tele a todo trapo: no dejo de escuchar extraños alaridos y golpes. Tengo que taparlos con algún disco, y solo llevo en mi móvil el de una rapera bosnia. Será suficiente para mantener la concentración, a menos que empiece a seguir las letras, claro.
Después de un rato, dejo de percibir la ruidosa tele. Voy, poco a poco, cogiendo el ritmo. Ya comienzo a buscar directamente los errores comunes en las respuestas. Otro que escribe “preposición” por “proposición". Cuántas veces habré insistido...
En estas estoy cuando a los del bloque de la esquina les da por gritar. Gritan por cualquier cosa: que si a la niña la han pedío, que si el pequeño estaba gateando en la acera y casi cruza cuando ha pasado un coche… la policía pasa largos ratos poniendo paz en sus peleas. Tendré que ponerme los cascos. Lo malo es que entonces seguro que canto.
“… I got it all I got it all boy / Let me your ultimate girl...” Ya esta, ya he perdido la concentración. Me levanto, voy hacia el fregadero para beber un poco de agua y al volver a la mesa miro por el cristal de la ventana. ¿Qué les pasa a estos, que no callan?
Como no veo muy bien, subo del todo los estores y abro la hoja lateral. Entonces noto algo, como un polvo arenoso que se me mete en los ojos. Vuelvo el cristal, pero encuentro la oposición de la fuerza del viento y la arenilla que obstruye el marco. Aunque empujo con todo mi cuerpo, no consigo cerrar. Y entonces me doy cuenta de que la arenilla va adquiriendo cierta consistencia y parece resistirse más a mi esfuerzo cuanta más presión ejerzo.
Salgo corriendo de la habitación y cierro la puerta según la cruzo. Acabo de quedarme sin mi cocina; afortunadamente, dadas las exiguas dimensiones de mi apartamento tengo parte de mi despensa bajo la cama. Y puedo beber agua en el lavabo…
Miro la puerta del salón. A través del cristal, veo la arenilla rascando insistentemente, como buscando un paso. Por si acaso, cubro con toallas las rendijas. Aun así, la puerta parece endeble. ¿Será mejor esconderse en el dormitorio, o debería salir del piso? La mirilla muestra hilos grises en el descansillo de la escalera. Hoy es jueves; habrán dejado las ventanas abiertas tras fregar la escalera.
Me meto en el dormitorio y cierro la puerta. En algún momento tendrá que parar esto. Me envuelvo en las sábanas; intento dormir. Es imposible. Pongo la radio. Todas las emisoras están en silencio. Definitivamente, no es mi día.
De pronto, oigo cristales rotos. Seguramente se habrá roto la puerta del salón. Pienso ahora que es una lástima no haber tenido la idea de refugiarme en el baño. Es muy pequeño, pero podría beber agua u orinar. Según viene ese pensamiento, acude también la urgencia. Ya es demasiado tarde. Esperemos que esto acabe pronto.
Un golpeteo constante contra mi puerta lo confirma. Aunque no tiene espejo, la hoja no es mucho más resistente. No sé qué será peor: abrir la puerta para abrazar una muerte rápida o mantener la esperanza de que el refugio resista mientras se aguarda el final. Entonces pienso en el arcón de la cama, donde quizá aquello no ne encuentre... ¿podré respirar ahí dentro?