Entre mis extrañas manías hay una que no suelo confesar, ni siquiera en juegos en cadena. Se trata de mi tendencia para positivizar mis tres o cuatro defectos visuales.
Quienes me conozcáis en persona ya sabéis lo que podéis deducir quienes veis a draculín, a horterolo o al hombrecillo lector que me sirven de avatares. Tengo 17 dioptrías (no sólo de miopía, sino también de astigmatismo), no soporto las lentillas y, además, sufro hemeralopía y daltonismo.
A menudo, mis alumnos me preguntan: ¿no puedes ponerte unas gafas más finas? Yo les suelo decir que no, que llevo las más finas que hay. Y, al menos, lo eran en 1999: no venían en el catálogo de Grand Optical, donde me sablearon 80.000 pta. (aprox. 500 €) por unas Zeiss con 1.9 de refracción que Juank se cargó un día que, todo hay que decirlo, habíamos ingerido profusas cantidades de alcohol.
Lo que no les digo a los alumnos, a menos que esté muy cabreado, es que, gracias a mi miopía, puedo elegir no verles la jeta cuando voy por la calle; que gracias a mi daltonismo no siento horror cuando veo el color rojo (que al resto de la población le debe de causar espanto, pero le es imposible no ver, dadas las connotaciones de "color de aviso" que culturalmente se le aplican). Que mi hemeralopía me permite, estoy seguro, ver a las mujeres mucho más hermosas de lo que son, especialmente a esas horas de la noche en que todavía no te has terminado el primer cubata (después no es tan necesaria).
Por eso, a veces, me preocupa que la gente esté tan obsesionada con las apariencias (la fachada, de la que habla el post anterior, o el paisaje en cuanto elemento estético, del que hablaba Rafa en un comentario al mismo). Por ejemplo, ¿realmente preserva el paisaje levantar la calle de un pueblo para eliminar el tendido eléctrico aéreo? En el caso de los cables de alta tensión que cruzan los montes, comprendo la necesidad (son perjudiciales para las aves), pero los otros, quizá porque soy de Madrid, siempre me han parecido un elemento de rusticidad propio del campo. No sé, quizá sea que la estética me la refanfinfla.
Y esa es la razón de que, en tales casos, piense para mí un remedio muy simple contra la fealdad de la vida, propio para estetas, fashion-victims, metrosexuales y aquellas mujeres que, siguiendo el anuncio de cierta empresa de cosméticos, crean que lo propio de su sexo es la lucha contra la fealdad y la vejez.
¡Hombres-objeto y estetadictos de la vida! ¡Tengo la panacea para vosotros! ¡Una simple desoculación puede arreglar vuestros problemas!
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