martes, 17 de mayo de 2005

Lavapies/Vistillas, be naive.

El fin de semana se presentaba muy bien, dado el nivel al que había llegado el intercabio de correos en la semana previa. Sin embargo, a última hora se confirmaron mis predicciones negativas: nadie pudo quedar para esa noche. Sin embargo, no estaba todo perdido: la irreductible aldea de los ociosos se preparaba para una quedada el día de San Isidro. Yo me apunté, aprovechando que el lunes me coincidían la fiesta local de Getafe con una jornada no lectiva.

Mi hermana tenía otra quedada, así que me había dejado encargado de avisarla con sitio y hora. Las siete de la tarde. Llamo.
—Hola, soy yo. ¿Sabéis algo ya?
—No, todavía no hemos quedado. Pero M está con J en Lavapiés.
—Está bien. Voy a llamarles.
[...]
—Hola, M. ¿Dónde estáis?
—Vamos hacia El Viajero, en Lavapiés. Está cerca de tu casa. Podías venir.
—¿El bar del otro día? ¿El que tiene una terraza encima?
—Sí, ese.
—Está bien; me arreglo y voy.
Dejo pasar el tiempo para asegurarme de que mis amigos llegan a su destino. Mientras tanto, voy afeitándome, calzándome y arreglando los desaguisados que he producido al afeitarme tan rápido.
Obtengo la dirección exacta del local (¡gracias, páginas amarillas!) y hago un croquis para mi hermana. La llamo y la informo. Me dice que la vuelva a avisar cuando haya algo claro. En el ínterim llamo de nuevo a mi amiga, que me dice que han tenido que cambiar de bar.
Salgo y me dirijo a Lavapiés: mi calle enlaza con Moratín, ésta continúa a través de Antón Martín hasta Magdalena, que se prolonga por Tirso de Molina al otro lado de la cual toma el nombre de Duque de Medinaceli. Esta última calle desemboca en la Plaza de la Cebada.
Al final de la plaza de la Cebada, y sin haber dejado esa línea más o menos recta, se encuentra la plaza de San Andrés, donde hay una cervecería en cuya terraza encuentro a mis amigos, que no sólo han conseguido llegar sino que ya están bien rodeados.
Les reprocho haber quedado el día de San Isidro en Lavapiés. Vamos, que su idea no la ha tenido nadie más, aparte de los cuatro tíos que se están revolcando en el suelo (uno de ellos acabará sin calzoncillos) y otros cien o doscientos que hacen botellón junto a nosotros. Afortunadamente, queda una silla libre para mí.

Me siento y me cuentan el plan. Ha venido un amigo de mi amiga M (que resultará ser su nuevo novio) para tocar con un grupo llamado "naive". Naive significa "ingenuo" y yo he sido bastante ingenuo al pensar que iba a ser una quedada más o menos organizada (en principio iba a ser una cena, pero acabaremos picoteando algo en el mismo lugar).

Después de varios intentos por contactar con mi hermana, consigo decirle dónde es el concierto cuando ya vamos hacia allá. Es en la calle Beilén, junto a las vistillas, otra zona que, supongo, estará plagadita de gente en San Isidro.

El local del concierto está bastante vacío. Nos pedimos unas copas mientras empieza el concierto y observo la manera de ver conciertos que se estila entre los indies: colocarse lo más lejos posible del grupo y evitar a toda costa cualquier cabeceo, que podría dar a entender que tienes ganas de bailar, o que esa música tiene ritmo. Afortunadamente, dos o tres personas de la primera fila se ponen a botar, lo que me permite hacer lo mismo.
Antes de que el concierto acabe, llegan amigas de mi amiga (me las presenta poco antes de que se vayan) y un amigo al que no esperaba (vive en El Ferrol). Con éste y otros pocos resistentes, pero sin nuestra amiga, que tiene que esperar a que recojan los del grupo, nos acercamos a Las Vistillas, donde hacemos tiempo tomándonos un mojito (que, por cierto, no está nada mal, en comparación con los que me tomado últimamente).

Al final, desesperamos de que aparezca y nos disolvemos. Acabar un domingo a las 2 de la mañana no está tan mal, después de todo.

1 comentario:

José Moya dijo...

Pues sí, ya me valía. Aunque el fin de semana pasado también salí un poco (y quizá también el anterior), pero no había ocurrido nada digno de mencionarse.

En cuanto al voto de silencio, haré lo que pueda por volver a mi ritmo habitual.