domingo, 1 de marzo de 2020

52 retos de escritura: 9. La casa de mi infancia.

Este relato corresponde a la propuesta «52 retos de escritura para 2020» del blog de Literup.com. Concretamente, este relato desarrolla la propuesta «9.Escribe un relato que ocurra en la casa de tu infancia». El reto es difícil, pues no sé con qué casa de la infancia quedarme. Cuando tenía unos seis años, la casa que yo añoraba era la casa de Madrid, donde había quedado el mecano, ese mecano que le robaron a mi padre en el tren, junto con las maletas, cuando lo traía para acallar nuestras quejas. Pero cuando volví a Madrid, la casa que añoré fue la de Logroño, con su extraña distribución debida a que el piso había sido oficina y en principio lo iba a volver a ser cuando nos marcháramos (aunque, finalmente, se derribó), con su cuarto oscuro, con su tele entre el salón y el despacho, con su "patio" cubierto con un tejado de uralita, a seis metros sobre nuestras cabezas, y una puerta allá en lo alto a la que ninguna escalera de la casa permite subir.

Es el año ochenta y uno. Lo sé porque después nos contó mi madre que todo había sucedido cuando lo del golpe. Mi tía fue a operarse a Madrid y mis padres fueron para alojar a la familia en su casa de allá, que en realidad no era suya, sino de mi abuela, pero ellos tenían las llaves. Así que nos dejaron en el piso con la niñera. Nos gustaba aquella niñera, que luego, cuando fuimos mayores, siguió teniendo relación con la familia. Pero he de reconocer que le hacíamos grandes trastadas. Saqueábamos su baño, cogíamos el pintalabios y pintábamos el espejo, jugábamos con el rizador de pestañas... No me extraña que luego, cuando tuvo hijos propios, los tratase con severidad, para evitar que salieran tan malcriados como nosotros.

Aquel fin de semana que no estaban mis padres nos levantamos antes que la niñera y, sigilosamente, nos dirigimos al comedor. Allí, empotrada entre los anaqueles de una gran estantería de despacho, había una enorme caja fuerte. Era del piso y nos habían dicho mil veces que no la tocáramos, no fuéramos a estropear la combinación. Pero ya se sabe: para un niño no hay como prohibirle las cosas para que se le acreciente el ansia por traspasar los límites de la autoridad.

Habíamos leído hacía poco, en un Don Miki o un Copito, una historia en que el protagonista abría la caja fuerte con cinco a la derecha tres a la izquierda y cuatro a la derecha. Nuestra caja fuerte tenía —aún lo recuerdo— letras en vez de números, pero eso no nos iba a echar atrás. Mi hermano daba instrucciones y yo manipulaba la caja:

—Está en la A. Cinco a la derecha... La derecha es la mano donde no llevo reloj. Be, Ce, De, E... Efe. Ahora, tres a la izquierda. E, De... Ce. Y ahora, cuatro a la derecha. De, E, Efe, Ge. ¿Se abre?

—No se abre. ¿Hará falta meter la llave?

—Vamos a probar. Gordo, tú sabes dónde está la llave.

Me subí a una silla para abrir una puerta en la parte de arriba, de donde saqué un jarroncito. Lo volqué. Apareció una llave con doble pala, algo que en aquellos tiempos no era demasiado habitual. No la había probado nunca, pero la única cerradura con esa forma era la de la caja fuerte.

—Toma. Gírala, con fuerza. ¿Abre?

—La llave gira, pero... Quizá tengo que girar también la palanca

Ni hermano giró con fuerza la palanca, tiró y la puerta se abrió finalmente

—Menos mal. Temí que no recordásemos cuál era la derecha y cuál la izquierda.

La caja parecía vacía, pero había un cajoncito que se podía sacar. Dentro del cajoncito encontramos una pequeña cámara de fotos.

—¿Y esto?

—Una cámara miniatura. Como las que tiene papá.

—Ya, pero... ¿Por qué está dentro de la caja?

—Quizá es de un espía. Como en los cómics.

—¿Tú crees? ¿Tendrá película?

—Espera. No la abras. Si lo haces, se estropea la película.

—Entonces, ¿cómo vamos a ver la foto?

—Creo que no se puede.

—Vaya.

Con los años supe que aquel piso que habían alquilado temporalmente a mi familia había sido una instalación de la policía franquista. Quién sabe lo que hubiera encontrado de haber revelado las fotos. Mis padres nunca supieron que habíamos abierto esa caja, y tampoco debió darse cuenta el cajero, pues fuimos hábiles y dejamos la combinación en su estado inicial y la llave en su sitio. Pero la niñera algo debió de sospechar, porque se levantó y anduvo por la casa un rato, buscando los efectos de nuestras trastadas nocturnas, antes de levantarnos.

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