domingo, 9 de febrero de 2020

52 retos de escritura: 6. Sin gerundios.

Este relato corresponde a la propuesta «52 retos de escritura para 2020» del blog de Literup.com. Concretamente, este relato desarrolla la propuesta «6. Haz una historia sin un solo gerundio.».

Sin un puñetero gerundio. El editor le pidió a Barrabás Matanzas una novela sin un maldito gerundio. Al principio, parecía fácil. En inglés, el gerundio es sustantivo verbal, participio de presente y mil cosas más; pero en español solo se emplea como adverbio, u ocasionalmente como adjetivo. Aun así, ¿cómo decir, sin usar un gerundio, «el barco estaba en trance de alejarse del muelle cuando Ana sintió que comenzaba a sufrir un mareo y que iba a vomitar, no porque el barco se bambolease sobre las suaves olas del mar sino porque ahora se daba cuenta de que Eduardo, el hombre con el que se había casado, la había estado...», quiero decir, «había comenzado a engañarla desde el comienzo mismo de su largo noviazgo»?

Afortunadamente, en esta época de procesadores de texto era fácil crear un pequeño programa para detectar los gerundios según se escribían. Barrabás tenía la secreta afición de perder el tiempo con la programación de macros que facilitasen las pequeñas cosas de la vida. Así que ahora tenía una excusa para pasar dos o tres horas en la preparación de un pequeño programa absolutamente inútil.

Cuando acabó de hacerlo, lo probó mediante la escritura de dos o tres párrafos en que se habían deslizado, sutiles cual serpientes silenciosas, sucios gerundios. «Está bien», se dijo Matanzas, «pero sería conveniente poder detectar también las aliteraciones y cacofonías». Otras dos horas perdidas en su absurda programación le llevaron a una macro que, además de eliminar gerundios, escogía distintos conectores para que evitar que todas sus oraciones comenzasen por «ademases», «sin embargos» y «cuandos». No era suficiente.

Dejó de lado la escritura durante un mes. Llegó a conseguir una macro que, a partir de un breve esqueleto narrativo, escribiese una novela. La dama de alta alcurnia enamorada de un patán se convertía en «Miss Edith Monroe sintió su corazón palpitar bajo los encajes de su vestido de tul. Enmarcado por el ala de su pamela, un marinero bañado en el sol rojizo del atardecer se afanaba en baldear la cubierta. Al terminar, volteó sobre sí uno de los grandes barreños que había transportado con sus musculosos brazos. Para miss Monroe, aquella camiseta de rayas pegada al fornido cuerpo del marino superaba con creces la técnica de paño húmedo de los escultores griegos». Pero no era suficiente. Faltaba alma, faltaba vida.

Otro par de meses llevaron a Barrabás a conseguir que el ordenador eligiera entre argumentos buenos y malos, que diera a las historias giros que ningún autor pudiera haber imaginado, que construyera personajes con la profundidad de un filósofo alemán, la voluntad de un empresario norteamericano, el alma atormentada de un teólogo sueco y los vicios secretos de un inglés de la era victoriana. Pero, no sabía por qué, las novelas —que ahora la computadora producía como churros—salían muy masculinas.

¡Falta algo más, falta algo más! Alimentó al ordenador con fotografías de guerras cruentas, de fiestas desenfrenadas, de lujuria, avaricia, envidia y corrupción. Lo llevó a tugurios infectos; lo aficionó a la bebida, a las apuestas violentas y al sexo abúlico de las meretrices. Finalmente, a un día de plazo para la entrega de la que él esperaba que fuera su obra perfecta, pulsó el botón que activaría el mecanismo.

Un mensaje en la pantalla le indicó, rápidamente, el resultado:

—Ahora estoy de resaca. ¿Qué tal si me da un par de meses más de plazo?

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