miércoles, 30 de mayo de 2018
Dos planetas
jueves, 24 de mayo de 2018
Trajes
Una muchacha en traje sastre —la llamo muchacha por costumbre, pero será solo diez años más joven que yo— espera, sentada sobre un bolardo, a que abra el comercio donde trabaja. No frecuento ni la tienda de moda femenina ni la óptica —voy todavía a la del barrio de mis padres—, pero sospecho que atenderá en la segunda.
Verla me hace pensar en la paradoja de vestirse de chaqueta para trabajar en un barrio deprimido como el mío, donde cierran las tiendas, los bares y hasta las inmobiliarias —¿qué inmobiliaria alquila los locales vacíos de las inmobiliarias?—. Una indumentaria que es a la vez cortesía con el cliente y ostentación de rango social que a menudo no se tiene. Distancia y superioridad, aunque las formas del traje sean a menudo traicionadas por la propia conducta: a mi memoria acuden esos muchachos trajeados de veintitantos años que por pegan carteles por las calles, el rollo de cinta de precinto en la mano. Son delgados y tratan de ser elegantes a pesar de lo poco digno de su actividad y de la chaqueta demasiado ancha, pero son poco menos cutres que aquellos jovencitos de Kiron que trataron de venderme un piso en Lavapiés.
Tenía yo treinta y cinco años y una cuenta vivienda; decidí darle una oportunidad al barrio pobre, cercano al de mis padres; sin embargo, me quedé en el tópico que conocía: solamente me mostraron un piso destartalado —el espejo en el techo del dormitorio hablaba de la profesión de su anterior ocupante— y otro nuevo, oscuro, las inútiles ventanas a centímetros de un paredón vertical. A pesar de tanta mugre y de mis prisas por llegar al instituto —mi clase vespertina comenzaba a las seis— me acorralaron en una mesa para que firmase en el acto una hipoteca por alguno de aquellos zulos. Aproveché mi excusa y salí corriendo. Aprendí que podía llegar de la parroquia de San Millán al cerrillo de San Blas, a pie, en diez minutos.
En aquellos comerciales pensaba, adolescentes crecidos en saco azul y corbata a juego, tiburones acostumbrados a comer carroña, cuando escuché que caía el mercado inmobiliario. Me alegré por ellos, contra ellos; pero lamento que mucha gente honrada fuera arrastrada en su caída.
Primer borrador (23-5-18) y primeras correcciones:
miércoles, 16 de mayo de 2018
Siempre de menos
«A mí qué carajo me importa que la máquina a veces suelte de menos y a veces suelte de más —dice Ricardo Darín en "Un cuento chino—. A mí siempre me suelta de menos.»
Lo mismo me ha pasado a mi con las grapas Office Line del Tedi: en un blister de tres mil grapas, ninguna de las cajas contenía las mil grapas correspondientes (veinte tiras de cincuenta grapas), sino unas 960 (veinte tiras de 48 grapas o menos). Probablemente por eso el blister de 3000 grapas valía menos que las cajas de 1000 grapas de las dos marcas competidoras que se vendían en el mismo establecimiento.
Ya sé que el margen de error es pequeño, de un 4% (y solo me di cuenta porque la caja estaba extrañamente sobredimensionada respecto de las tiras de grapas), y que os parecerá de una extraña cicatería mi queja. Pero, como sugiere el ahorrativo personaje de Darín, la tacañería comienza en la máquina del fabricante, que siempre suelta de menos.
martes, 8 de mayo de 2018
Cuán fascinado está el mundo con los coches autónomos...
Cuán fascinado está todo el mundo con los coches autónomos... Sin embargo, entre tanto elogio no ven peligros o avisos.
El coche autónomo depende del 5G, cuyas transmisiones de alta velocidad en pruebas han abarcado un único cliente conectado a un único host. Pero cuando el 50% del parque automovilístico sean coches autónomos, ¿no se formarán grandes atascos debido al colapso de datos generado por millones de automóviles tratando de enviar gigas y más gigas de datos en el mismo momento, por más "cinco ge" que haya?
Se apoya esta tecnología, como la de los drones, por la enorme creación de empleo gracias a la cual se eliminarán miles de puestos de trabajo actuales. Serán innecesarios taxistas y camioneros, y nuestros fracasados escolares trabajarán, a cambio, como asociados con contrato mercantil, programando drones o supervisando decenas de vehículos a la vez en un cubículo inmundo y barato. El cielo económico unido a la seguridad que proporciona el buen hermano mayor que vigila las carreteras. Pero, ¿no tiene miedo el gobierno de que se aproveche esa misma tecnología para hacer bombas autónomas que circulen por carretera?
Del mismo modo que la tecnología de drones ha puesto las "bombas inteligentes" y los "atentados quirúrgicos" (afortunadamente, esto es un fake, pero seguro que ya se puede fabricar) no solo en manos de gobiernos como el estadounidense, sino en las de cualquier mindundi con dinero (y los narcoterroristas tienen mucho), ¿no corremos el mismo riesgo con la tecnología del vehículo autónomo?
Muchos hablan de aplicar las "tres leyes de la robótica" a los vehículos autónomos. Pero, de una parte, ya hay compañías que comercializan robots diseñados para matar (a los que no creo que deseen implantar sino, en cualquier caso, la "ley cero") y, de otra, aplicar las tres leyes requiere de un análisis de intencionalidad y consecuencias por parte del robot que está muy alejado de las posibilidades de la inteligencia artificial a día de hoy.
No olvidemos, además, que la IA no es imparcial ni objetiva. Está desequilibrada a favor de la cosmovisión de un sector de la población mundial: el sector de ingenieros estadounidenses. Podemos verlo fácilmente en las imágenes de recaptcha, donde se obliga al usuario a elegir "señales de tráfico" en imágenes en que no hay señales sino carteles, y donde las señales horizontales no son consideradas "señales" (pues estas se nombran con distinto sustantivo que aquellas en inglés). Llevando esto al mundo del automóvil, ¿se ha tenido en cuenta los patrones reales de circulación de cada país? (por ejemplo, las vías urbanas sin acera, o las manzanas sin paso de peatones tan frecuentes en España).
Personalmente, creo que la sociedad es muy optimista e incorporará esta tecnología antes de que estemos preparados para ella, y que, como ha sucedido con patinetes y otros vehículos autopropulsados de baja velocidad, lo hará por las bravas, sin tomar medidas para paliar su impacto negativo. Ya estoy pensando en ejércitos de nengs y chonis tripulando ostentosos vehículos autónomos pirateados para alterar sus límites de velocidad: aparte dos o tres ricachos, son quienes antes adoptan las nuevas tecnologías... ¡Que nos pille confesados!