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Perdon por las posibles faltas, escribo desde un móvil...
—¡Ven a ver una vaca volando!
—A ver, ¿cómo va a haber una vaca volando?
Lo mismo debió de pensar el señor al que le cayó la vaca encima.
Le cayó una buena, y calló para siempre.
Aunque Solaris es una de las novelas más conocidas de Stanisław Lem, yo no la había leído aún, quizá porque había llegado a mis oídos la fama de densas de sus adaptaciones cinematográficas. Precisamente fue el haber encontrado a buen precio una de estas adaptaciones lo que me impulsó a sacar el libro del BiblioMetro, de modo que en cosa de quince días me he visto las tres adaptaciones de la película y me he leído la novela.
En las primeras páginas de Solaris encontramos a un cosmonauta, Kelvin, en la rampa de lanzamiento para llegar a una estación de investigación en el planeta que da nombre a la novela. El lanzamiento se describe con una minuciosidad apabullante aunque vertiginosa, sin darnos datos sobre el protagonista, y es en el segundo capítulo donde se nos cuenta cómo al llegar se encuentra con una recepción extraña: su contacto a bordo ha muerto y el único tripulante que ve se niega a hablar con él porque lo considera incapaz de comprender lo que ha pasado.
Después de ese inicio misterioso, se nos presenta Solaris como un planeta que durante más de cien años ha despertado el interés de los científicos, pues cierta actividad geológica del planeta (parece que las mareas de su océano estabilizan la órbita alrededor de dos soles) hace pensar a algunos investigadores que quizá el planeta entero sea un organismo viviente.
Ahí está uno de los principales puntos de interés del libro de Lem: ¿es el hombre capaz de reconocer a un organismo viviente que no esté hecho a imagen de los organismos de la tierra? Y en ese caso, ¿es capaz de comunicarse con él? Como estudiante de antropología me resulta muy excitante la idea, ya que algunos antropólogos creen que precisamente la unidad psíquica de la humanidad es lo que nos permite comunicarnos entre nosotros (y por tanto no podríamos hacerlo con alienígenas). Este problema es planteado en el libro a través de supuestos resúmenes y reseñas de las obras de solarística publicadas a lo largo de cien años: como Borges, Lem es un entusiasta de la cita de libros apócrifos, y de hecho tiene varias obras dedicadas exclusivamente a ello.
El segundo punto, sin embargo, es el que vertebra la trama de la novela: los habitantes de la estación de investigación reciben "visitantes", personas invocadas por su inconsciente que permanecen continuamente con ellos. ¿Son esos "visitantes humanos"? ¿No lo son? ¿Tenemos derecho a destruirlos? ¿A enamorarnos de ellos? La cosa se complica cuando el doble es, como le sucede a Kelvin, el de su ¿esposa? ¿amante? Harie, que se suicidó diez años atrás. ¿Volver con Harie a la Tierra sería una traición? Y, por otro lado, dado que los replicantes extraen su energía del planeta Solaris, ¿sobreviviría Harie al viaje?
Las adaptaciones cinematográficas, en general, se han centrado en el problema de Kelvin y Harie, sacrificando a menudo el otro problema del libro, el de la solarística. la posibilidad de comprensión entre seres completamente distintos. La adaptación de 1968 ignora completamente el problema, y no recuerdo que se trate en la de 2003. En la de Tarkovski, se reproduce el informe de Berton al principio de la película (lo que impide, claro está, que Kelvin de vueltas por la nave buscando datos sobre dicho informe) y se aparece constantemente la biblioteca, pero solo como lugar donde estar, no como recopilación de investigaciones infructuosas a lo largo de décadas.
También se ha sacrificado la garra del inicio impactante y misterioso de la obra. Lem evita dar datos sobre sus personajes: nada nos aclara, qué hace Kelvin en la estación espacial, ni cuál es su profesión. Solo cuando visita a Sartorius nos enteramos de que ha estudiado psicología. En cambio, en todas las adaptaciones, excepto la de 1968, el guionista considera necesario motivar la presencia de Kelvin en la estación espacial.
En ninguna de las adaptaciones se nos habla de los extraños fenómenos del mar de Solaris, aunque en la de Tarkovski hay numerosas imágenes de ese mar y se nos informa sobre el suceso de Berton. El lector de la novela comprende pronto que los "mimoides" no son sino una versión preliminar del objeto que vio Berton, como este no es sino una versión preliminar de los replicantes.
En las películas rusas queda claro que Harie no puede volver con Kelvin a la Tierra. En la de Soderbergh no está claro, o quizá sea porque me quedé dormido a mitad de la historia (lo que dice poco a su favor, puesto que aguanté despierto dos películas rusas subtituladas en inglés).
La película de 1968, hecha para televisión, es quizá demasiado simple, pero mientras la veía reconocía numerosas frases de la novela. Me gustó su elección del reparto, con actores que dan muy bien en pantalla. Puesto que no sé ruso ni conozco el lenguaje no verbal de dicha zona del mundo (si usted piensa que el lenguaje no verbal es un universal, pruebe a hacer la señal de "OK" delante de un griego), no puedo juzgar si actuaban bien o mal. Los decorados son muy simples y dan la impresión de haber rodado en una fábrica, o quizá en los sotanillos de una universidad.
La de 1972 es mucho más artística, aunque a veces eso causa una gran lentitud. Casi me desespero por el lento paso de los títulos de crédito. Inicia la trama en casa de Kelvin, que ha invitado a Berton para hablar sobre lo que vio en Solaris, así como sobre el experimento de Gibarian con los rayos X. Así conseguimos información sobre el extraño comportamiento de Solaris sin necesitar visitar la biblioteca espacial. No me gusta la elección de un protagonista bajito, aunque en cuanto entra en el primer pasillo de la estación espacial, estrecho y con el techos bajos comprendemos que un astronauta alto no sobreviviría. Curiosamente, el resto de la estación espacial tiene pasillos amplios, quizá para facilitar el movimiento de la cámara. Al final de la película "aparecen" islas en Solaris (a lo largo de toda la novela se nos ha hablado continuamente de la existencia de tales islas), pero eso sirve para motivar el final poético con Kelvin en la superficie del planeta.
En la elección de actores, la versión de Soderberg hace una concesión a lo políticamente correcto: Sartorius ya no es el prototipo de científico loco, alto y calvo, que era en las dos películas rusas, sino una mujer de color. Esto compensa cierto sesgo de género y racial que había en la novela: resulta curioso que la primera película rusa fue en parte escrita por una mujer, a la cual ni se le pasó por la cabeza incluir cosmonautas de sexo femenino. Los decorados son futuristas a la usanza actual, y no retrofuturistas; en este sentido han resistido mejor el paso del tiempo. La trama resulta más lenta que en Tarkovski (¿dije ya que me quedé dormido?) y menos comprensible que en Kemarskyi.
En cualquier caso, Solaris es una de esas obras en que la novela es muy superior a la adaptación cinematográfica, por bueno que sea el director de esta.
«Escribiré mi informe como si contara una historia pues me enseñaron siendo niño que la verdad nace de la imaginación...» Así comienza este libro, que adopta la forma de un informe del explorador Genly Ai sobre la posibilidad de unir el planeta Gueden a la Ecúmene formada por los humanos del universo conocido.
Gueden, llamado Invierno por los primeros exploradores, es habitado por humanos con una peculiaridad única en el universo: no hay género ni sexos fijos, los órganos sexuales y el deseo aparecen solamente, y de modo cambiante, cada veintiséis días, durante el período de estro (allí llamado kemmer). Esto ha producido una sociedad especial, sin tabúes sexuales (pues la mayor parte del tiempo carecen de deseo), sin división sexual del trabajo (puesto que todos pueden quedar embarazados), sin monogamia y con cierta tendencia a la matrilinealidad (reconocen a los hijos habidos en otros pero valoran más los «hijos de carne» por ellos paridos).
Además, las circunstancias biológicas y climatológicas del planeta han impedido el nacimiento del estado-nación capaz de librar guerras devastadoras (aunque son frecuentes las escaramuzas de saqueo), y de la aviación (no existen aves ni insectos voladores).
En la primera parte del libro hay un interesante análisis de dos sociedades hipotéticas: una monarquía premoderna basada en el concepto del honor y un sistema comunista (nunca es llamado así) que parece haber surgido espontáneamente de una mezcla de espíritu colaborativo innato, burocracia incipiente y paranoia. Sin embargo, lo más interesante del libro son los capítulos del último tercio de la obra, una larga travesía del protagonista a lo largo del círculo polar del planeta, durante la cual su hasta entonces observación participante devendrá en plena comprensión empática y amor.
El libro está lleno de reflexiones, y me gustaría entresacar unas cuantas:
"No, no hablo del amor, cuando me refiero al patriotismo. Hablo del miedo. El miedo del otro. Y las expresiones de ese miedo son políticas, no poéticas: odio, rivalidad, agresión." (Estraven a Genly Ai en los primeros capítulos. Aquí "político" tiene el sentido de fuerza ejercida sobre un grupo que le damos los antropólogos).
"-¿No entiende aún , Genry, por qué perfeccionamos y practicamos la profecía?
-No
-Para mostrar que no sirve de nada tener una respuesta cuando la pregunta está equivocada." (El tejedor Faxe a Genly Ai, explicando el concepto de nusud o ignorancia. Poco después dirá que "La ignorancia es el campo del pensamiento. Lo indemostrable es el campo de la acción").
"La luz es la mano izquierda de la oscuridad, y la oscuridad es la mano derecha de la luz. Las dos son una, vida y muerte, juntas como amantes en kemmer, como manos unidas, como el término y el camino." (Balada de Tormer. Muestra el concepto de complementariedad armónica básico en la sociedad del planeta, a través del mito del hombre unido a su sombra).
Bajo desde mi barrio hacia el río. Elijo como siempre el lado del cementerio. Al otro lado de la carretera, la acera del parque, barrida diariamente por los barrenderos o quizá cuidada por los viandantes. A este lado, tierra y gravilla sembrada de bolsas de plástico, botellas de agua, latas de cerveza y octavillas. Animalillos que no llego a ver corren bajo la hojarasca ocultándose de mí, sabandijas temerosas del depredador más peligroso. De repente ante mis pies aparece una rosa amarillenta marchita y fúnebre caída de algún ramo o traída por el aire desde un jardín silencioso y definitivo.
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Vuelven las bicicletas de reparto, después de años enterradas en el mismo olvido en que yacen las carretillas de tendero y los motocarros. Vuelven con ínfulas y ya no son el vehículo del repartidor pobre, sino el transporte que proyecta una imagen de modernidad (¡quién lo hubiera dicho!) y de ecologismo.
Y yo me pregunto por qué ciertas empresas eligen el triciclo de toda la vida y otras unas estrambóticas bicicletas con alforjas rígidas. ¿Tendrá que ver con el peso? ¿Con el tamaño de la carga?
Un triciclo de caja frontal tiene mayor estabilidad a la hora de cargar con grandes pesos; sin embargo es difícil de maniobrar (parece que la dirección asistida no ha llegado a las bicicletas) y no se cuela entre el tráfico con la misma agilidad suicida que una delgada bicicleta. Se lo he visto usar a repartidores de comida.
Por su parte, una bicicleta con alforjas tiene gran maniobrabilidad y su centro de gravedad es casi tan bajo como en un triciclo de caja frontal; solo hace falta distribuir la carga de manera equilibrada. Quizá por eso la he visto usar a mensajeros.
Cualquiera de estas opciones supera ampliamente a la mochila, que puede machacar la espalda de un ciclista que adopte una postura ergonómicamente incorrecta. Y que, además, tiene su centro de gravedad más alto. Sin embargo, si el paquete es pequeño... quizá nos ahorre sacarlo de la bicicleta y meterlo en otra bolsa para subirlo dentro de un edificio.
A los ciclistas os pregunto: ¿qué creéis vosotros que es mejor, el triciclo de carga o la bicicleta con alforjas?
Llega la lluvia como un punto y aparte,
como una promesa largo tiempo aguardada
O una espada que todavía no ha caído.
Llega primero de puntillas,
en un olor de ozono,
en un sirimiri apenas percibido
mas luego, envalentonada,
se mece en brazos de vientos furiosos,
se vuelve tempestad, trueno, granizo
y después de asustarnos resbala en los cristales
tímida y triste,
despidiendo a este largo estío.
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Es una plaga evidente
y afecta a casi todo el mundo:
¡Lástima de trícromos!
Ellos nunca podrán contemplar
el color vinoso del vinoso Ponto
o el sorprendente brillo del castaño
sobre una cara pecosa:
Para nosotros, el rojo es un acento,
un barniz apenas percibido,
un ligero sabor a glutamato;
nunca una sal que aporta gusto propio.
Y cuando, agradecidos,
admiramos un verde anaranjado,
disfrutamos ese azulado rosa,
procuramos ocultar nuestro disfrute
a los trícromos convencidos
de su superioridad natural.
Tarde de abulia. Un mensaje recibido esta tarde me ha quitado las pocas ganas de leer artículos científicos que tenía y, unido a lo desordenado de la comida, me ha postrado en el sofá, no sin antes echar una catastrófica partida de nethack mientras escuchaba el último capítulo del Quijote para un examen próximo.
Pongo la tele. La bazofia de siempre. Lo único salvable, una de esas películas predecibles y tristes que se hacían en la España de los cincuenta. Y eso me recuerda que la semana pasada, en parecidas circunstancias, acabé grabando El Ángel Exterminador, de Buñuel.
Confieso que lo miro al principio con poca atención y que me obligo a rebobinar (es un decir) para averiguar por qué los personajes, atrapados en uma casa, no pueden salir de ella.
Y ahí está la gracia del asunto: que nadie, ni ellos mismos, lo sabe. Les falta la voluntad necesaria para salir de ahí, igual que les faltó la noche anterior para abandonar la fiesta donde estaban. Pero una vez desesperados por salir, tampoco pueden..
Y es ahí donde esta película funciona como una fábula, aunque no creo que esa fuera la intención de su autor. ¿Cuántas veces no nos hemos visto atrapados en una situación en la que sabemos que nosotros mismos nos hemos tapiado la puerta, pero nos falta la capacidad, la voluntad fuerte, para salir de ahí? Luchar contra uno mismo. ¡Lucha terrible en la que sabes que o tú o tú saldrás perdiendo!
Y yo, como sigo el consejo de Sun Tzu de no librar batallas perdidas, me rindo a mi propia abulia, me meto en la cama, escribo estas pocas líneas y me pongo a escuchar un podcast. Aunque no sean ni siquiera las 21.30.
También las amebas
se aburren de reproducirse por bipartición;
sin embargo,
es mucho más fácil en su hábitat natural
y evita exponerlas a las miradas malévolas
de otros microorganismos también carentes de ojos:
Si se encuentran dos amebas, tan iguales en su informidad,
¿qué tendrán que decirse?
Por eso se saludan uniendo sus pseudópodos,
se comentan aburridas lo tediosa que es la vida
y se van a sus casas, pensando
que lo intentaron al menos.
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Después de un febrerillo loco
voy por el paseo,
entre los árboles en flor,
en este marzo
que no se sabe si mayea
o marcea,
o hace ambas cosas
en periodos alternos.
Voy tomándome un helado
por el paseo,
frente a las palmeras del Hospital Militar,
y me pregunto
qué estampa tan absurda he de tener
con mi bufanda al cuello,
mi abrigo bien cerrado,
tomándome un helado bajo el sol
entre los arbolillos en flor
de la calle.
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A pesar de todo
está bonito el cielo.
Amanece. Arrullan las palomas
Y las gentes, condenadas al trabajo,
Lo afrontan
Con una sonrisa
Al final de un día de mierda,
te vas a la cama
y entonces la hueles:
la mierda en el zapato.
La mierda en el zapato,
al final del día
cuando piensas
que no queda ya nada que pueda pasarte;
cuando sientes
que no estaba todo perdido, que aún quedaba algo
por perder
y no eras consciente de ello.
La mierda en el zapato
que te obliga a seguir despierto,
a deshacerte de ella, a derrochar detergente,
a lavarte las resecas manos
y escribir
un poema de mierda.
Escucha el formato de audio en este mensaje de Twitter
Cuando tuve mi primer pc, allá por 1991, tardé bastante en conseguir un programa de compresión de archivos, algo que en aquella época era mucho más necesario que actualmente. Tengamos en cuenta que mi primer disco duro tenía 20 megas de capacidad, que todavía se vendían los diskettes de 5¼ pulgadas y 540 Kb y que, si bien los disquettes de 3½ pulgadas de alta densidad podían contener 1,44 megas, a menudo había que conformarse con hacer un agujero en el lateral de los diskettes de «doble cara, doble densidad» de 720 Kb, más baratos, y rezar porque MS-DOS no encontrase muchos problemas a la hora de formatearlos con el doble de densidad de la garantizada por el fabricante.
Conseguí mis primeros compresores como parte de los programas que regalaban las revistas de informática. LhArc, el compresor japonés que producía archivos Lzh, se usaba (con otro nombre, claro está) en el disco de instalación de una demo de ContaPlus que regalaba una revista de software «serio», probablemente PC-Magazine. PkUnZip vino en un HobbyPC, como parte de la instalación de la demo de un juego, quizá "La bella y la bestia"; el problema es que sólo servía para descomprimir. La utilidad Arj, que se convirtió en mi favorita, me llegó también en un disco de instalación; no recuerdo en cuál. En cuanto a Tar, Gzip y demás utilidades tipo unix no las conocería hasta que hice mis pinitos con un compilador para PC llamado djgpp, que conocí poco antes de intentar usar linux... pero esto ya bien entrados los noventa, cuando ya tenía acceso a colecciones de shareware en cd-rom. Más o menos al mismo tiempo llegó Rar, también en un CD de shareware.
Por ello, durante un breve tiempo utilicé el backup de MS-DOS para hacer copias de seguridad (no ahorraba mucho espacio, sólo lo que la arquitectura del sistema de archivos FAT de Microsoft derrochaba habitualmente), el PCBackup de PC-Tools (tampoco comprimía los archivos, pero añadía un sector adicional, que suponía de un 5 a un 10% de espacio, a cada disquete) y, muy brevemente, el encriptador PC-Secure (no confundir con el antivirus homónimo) de la misma suite, que además de encriptar los archivos los comprimía con un ahorro del... ¡10%! Imagináos qué desesperado debía de estar para emplear ese programa.
* * *
Así que años después me he encontrado, tratando de organizar mis viejos programas basic, con tres archivos con extensión ".SEC", de dos de los cuales disponía también de la versión en texto plano. Las letras "PCT5" con que se iniciaban los ficheros me indicaron que las había creado algún programa de la suite PC-Tools. Entonces recordé lo que os he contado sobre ficheros comprimidos, encriptación, etcétera. Fui al trastero y busqué un de PC-Tools. A lo largo de mi vida he usado PC Tools 4, 5 y 6; sin embargo, ante la duda, saqué el primero que encontré. Probé con la clave que todavía creía recordar y encontré que el archivo no se descomprimía.
Después de leer un poco en la red, vi que el archivo usaba una codificación DES de un solo paso, y que, aunque era una codificación compleja, usaba solo una pequeña parte de la clave, así que era posible descrifrarlo por fuerza bruta. Mi primer intento se centró en averiguar cómo se usaba la línea de comandos de PC-Secure para poder hacer un ataque de fuerza bruta sin tener que enviar pulsaciones de teclado. Descubrí que, aparentemente, la sintaxis era:
Decidí inicialmente pasar las claves de "fuerza bruta" a través del hash para comprobar si eran válidas antes de enviarlas al propio programa PC-Shell. Y como necesitaba un lenguaje de programación que poseyera un operador shift (hacer un shift en basic, que es lo que tenía instalado, es un dolor de cabeza en cuanto el último bit se activa y el número se convierte en negativo) empleé Processing para Android en modo Java. Era una buena idea, además, porque el procesador de mi móvil es mucho más rápido que el de mi ordenador. Sin embargo el programa volvía a empezar cada vez que perdía el foco. Ahí me empecé a dar cuenta, además, de que algo no cuadraba en el archivo que yo tenía.
Con todo esto, y tras deducir que el número de combinaciones para generar la clave eran finitas (de hecho, se podía deducir una clave "usable" tomando 8 bytes, uno por cada media palabra), probé otro ataque de fuerza bruta mucho más rápido porque se limitaba a probar combinaciones de 4 caracteres en lugar de todas las posibles entre 1 y 16 letras.
// Python //Sustituir esto por los bytes 6-8 del //archivo grabado por pcsecure.exe: miclave=0x5d7ee440 //Archivo de salida handle=open ("C:\salida.txt","a+") bita=0 while (bita<=255): bitb=0 while (bitb<=255): bitc=0 while (bitc<=255): bitd=0 print hex(bita)+" " + hex(bitb)+" "+hex(bitc)+" "+hex(bitd) while (bitd<=255): clave=bita clave=(clave<<4) ^bitb clave=(clave<<4) ^bitc clave=(clave<<4) ^bitd // Lo siguiente podría depender del archivo // PCSECURE.CFG con que se hayan encriptado // los archivos originalmente: clave=(clave ^0x8090000) // (Mi archivo pcsecure.cfg comienza 08 09 00 00 ) if (clave==miclave): print "solucion:"+ hex(bita)+" " + hex(bitb)+" "+hex(bitc)+" "+hex(bitd) handle.write ("solucion:" + hex(bita)+" " + hex(bitb)+" "+hex(bitc)+" "+hex(bitd)) handle.flush() handle.close () quit() if ((clave & 0xffff) == (miclave & 0xffff)): print "parcial:"+ hex(bita)+" " + hex(bitb)+" "+hex(bitc)+" "+hex(bitd) handle.write ("parcial:" + hex(bita)+" " + hex(bitb)+" "+hex(bitc)+" "+hex(bitd)) bitd=bitd+1 bitc=bitc+1 bitb=bitb+1 bita=bita+1
Mientras el programa de fuerza bruta iba funcionando, probé también el acercamiento de emplear una clave de 16 bits (si el hash era algo así como «5d7ee440», podría funcionar elegir el modo hex e introducir la clave «05 0d 07 0e 0e 04 04 00», y de hecho la clave hex máxima tenía precisamente 8 bytes, es decir, 16 cifras). Para mi desesperación, comprobé que PC-Secure graba la clave en un lugar totalmente diferente cuando se seleccionaba la opción "hex".
Además, había encontrado que mis archivos no acababan de cuadrar con el método de encriptación que había comprobado. Quizá fuera porque estaban comprimidos. Sin embargo, el resultado de la encriptación con compresión de pc-secure era un archivo más o menos del mismo tamaño que el original, con el final del archivo lleno de repeticiones de la clave (¡vaya seguridad!). Pero en los archivos que yo quería desencriptar, que sabía que estaban comprimidos, no tenían bytes repetidos al final.
Finalmente me decidí a rebuscar hasta encontrar el pc-Tools 5, y comprobé que su versión de PC-Secure usaba la misma línea de comandos que el incluido con PC-Tools 6, pero producía archivos completamente diferentes. Después de investigar (creando de nuevo los archivos con clave 1, 11, 12, 123...), decidí que, puesto que el sistema de encriptación era tan distinto (y de hecho, más seguro que PC-Tools 5, pues no incluía claves visibles al final de los archivos comprimidos), lo más sensato era probar mi vieja clave con *esa* versión de PC-Secure.
Funcionó a la primera
Ya sé que no se puede esperar mucho de un programa de hace 26 años, pero me maravillan dos hechos. Primero, ¿por qué PC-Secure 6 no avisa que no sabe descifrar un archivo creado con versiones anteriores? De hecho, los reconoce como archivos cifrados. Y, en segundo lugar, ¿por qué PCSecure 6 era menos seguro que PCSecure 5? ¿Se debe, quizá, a que, como se puede leer en el código de PCSecure 5, el primer programa fue desarrollado por terceros? No sería de extrañar: el mismo esquema el mismo esquema apareció con las utilidades de terceros incluidas en las últimas versiones de MS-DOS, luego discontinuadas. ¿O acaso los programadores de PC-Secure tuvieron miedo de haber vulnerado los tratados norteamericanos conta la exportación de tecnología de encriptación en la versión más antigua?
Se trata de un pequeño misterio que me habría gustado haber descubierto muchos años antes, cuando todavía hubiera existido la posibilidad de encontrar en la red a alguien que hubiera sido un usuario experto de aquellos programas. Aquí lo dejo como aviso a navegantes.
Escrita en 1968, Todos sobre Zanzíbar establece la población humana en los siete mil millones de personas (7×109), un límite parecido al calculado por Asimov en Bóvedas de acero, pero en este caso la acción se sitúa en 2010, justo un año antes de que esa cifra de población se alcanzase en la realidad. Como en el libro de Asimov, (y a diferencia de ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! de Harrison, con el cual lo confundí al comprarlo) la mayor dificultad de la superpoblación no es alimentar a las personas sino encontrarles alojamiento, aunque aparecen de modo soslayado comentarios sobre el deber de reciclar todos los productos de la sociedad de consumo (a pesar de lo cual se sigue despilfarrando). La superpoblación origina una durísima legislación eugenésica que es el motor principal de la trama de esta novela.
En efecto: a excepción de algunos estados subdesarrollados, como la pequeña Beninia, o teocráticos, como España (parece que Brunner no concebía el final de Franco), los mínimos defectos genéticos de los padres (incluidas peculiaridades inocuas como el daltonismo) les incapacitan para tener hijos, siendo perseguida la madre y destruido el feto en caso de gestación. Y aun así, los progenitores autorizados deben tomar precauciones para evitar los celos de sus vecinos. A pesar de la existencia de alimento suficiente, la sociedad se ha vuelto violenta, hecho que se atribuye a la existencia de un límite psicológico de población que ya en tiempos de la antigua Roma provocaba casos de locura ("locriminalidad", de "Loki" + "crimen") en las grandes ciudades, y que se puede observar también en experimentos con animales de laboratorio. Junto con la locura de las ciudades, la locura internacional de una guerra interminable entre China y Estados Unidos por una pequeña isla de las Filipinas, y los constantes sabotajes, supuestamente pro-chinos, en la costa oeste de Estados Unidos.
Hay varias salidas contra la locura. Mientras el omnisciente Shalmaneser, un supercomputador superconductor refrigerado con helio líquido, busca soluciones de corte económico, la población se refugia en paraísos artificiales procedentes del hachis, el alcohopazo ("¿alcohol + copazo?"), la droga de síntesis casera Rompecranium y drogas de diseño industrial como la Viajina. También el sexo, como en Un mundo feliz, es un paraíso artificial: las mujeres no trabajadoras (y en este libro son mayoría) se visten con ropas desechables "acmax" (de "acceso + máximo") que no dejan nada a la imaginación y viven de prestado en los apartamentos de sus amantes hasta que estos se cansan de ellas. El último gran paraíso artificial es la televisión tridimensional, donde unos "señor y señora dondequiera", personalizados en cada televisor que se vende, permiten que el hombre común se vea a sí mismo viajando por el ancho mundo o protagonizando las noticias.
Un rayo de esperanza surge cuando un prometedor embajador norteamericano que ha decido aceptar un puesto en Beninia (excolonia británica imaginaria situada junto al golfo de Benín, quizá inspirada en la "República de Benín" proclamada por Biafra en 1967, y no en el Benín actual, llamado "Dahomey" en la época) vuelve de ese país convencido de que hay algo allí que debe compartir con el mundo: es el único país donde no ha habido asesinatos durante sesenta años. El presidente se está muriendo y cree que la única manera de mantener la independencia será "vender" el país a una gran compañía norteamericana para evitar que el resto de países africanos lo invadan.
Como se puede ir deduciendo, se trata de una novela de múltiples tramas, y coral. Tiene una estructura de collage, donde se mezclan anuncios, indicaciones callejeras, guiones televisivos, trozos de diálogo y citas de la obra del sociólogo Chad C Mulligan, uno de los grandes aciertos del libro y fuente inagotable de sabiduría:
(INJUSTO: término aplicado a ventajas disfrutadas por otras personas a quienes se las hemos intentado arrebatar engañosamente sin conseguirlo. Ver también FALSEDAD, TURBIO, FURTIVO y NO ES MÁS QUE SUERTE. —Chad C Mulligan: Diccionario del felicrimen).
Atendiendo a esa estructura de collage, el libro se divide en diversas secciones, completamente separadas en el índice, aunque luego se intercalen unas con otras en la novela. Por ejemplo, "Contexto" suele dar un mosaico de informaciones sobre el mundo en que se ambienta la trama; "Las cosas que pasan" recoge tramas secundarias y "Continuidad" una de las tramas principales. Al principio de la novela se nos informa sobre todos los personajes mediante frases breves incrustadas entre fragmentos que hablan sobre el mundo de la novela; al final de la misma, un "Obituario" nos recuerda quiénes han muerto a lo largo de la trama. Esta estructura es una de las grandes "puertas cerradas" que encontrará el lector en su camino, aunque es posible que quienes han leído más ciencia ficción de la época (estoy pensando en Samuel R. Delany y su Dhalgreen) estén acostumbrados.
En cuanto a la capacidad del autor para predecir el futuro, acierta en su predicción numérica de población pero no en que la mayor parte de esa población no está en el primer mundo; acierta en su predicción de que los avances tecnológicos no llegan cuando la técnica los permite, sino cuando el consumidor está "maduro" para pagar por ellos; pero no sospecha que la inseminación artificial será un artículo de consumo masivo. Concibe la television tridimensional y el videoteléfono, pero cree que los ordenadores domésticos serán meras terminales (aunque, al paso que vamos...); imagina una proliferación de pisos compartidos incluso entre ejecutivos, lo que no ha llegado aún, y nuevas formas de familia, lo que no está tan lejos. En la figura de la "vieja TG" reivindica a la mujer trabajadora; sin embargo, cree que será la excepción. Anticipa la llegada de los vuelos suborbitales supersónicos, que, aunque cada vez más cercanos, siguen siendo una quimera, y los taxis con línea directa con la policía, que llevan aquí un tiempo. Su mayor temor es la eugenesia, pero no llega a imaginar que serán los propios padres quienes la acepten con felicidad.
En conclusión, es un libro que une el esfuerzo de anticipación científica y la experimentalidad con la voluntad de llenar la novela de acción. Es difícil de leer, pero creo que merece la pena el esfuerzo, pues una vez superadas las primeras secciones "Contexto" nos sumerge en un mundo sorprendente y en una trama trepidante y a la vez delirante.