jueves, 14 de noviembre de 2013

Todos quieren matar a Indalecio García (1)

Indalecio García era odiado por todos los que en algún momento habían sido sus amigos. No era de extrañar, pues también lo odiaba toda su familia. A veces se rumoreaba que, de pequeñito, la cuidadora de la guardería había soñado con ahogarlo en un barreño de agua, como se aquella época se hacía con los gatillos. Otros decían que don Severo, el profesor de primer curso, había cometido un gran error al contenerse y no lanzarle el borrador a la cabeza cuando le hizo burla en su primer día de colegio. Los testigos no se ponen de acuerdo sobre la dureza y composición del borrador, y también hay interrogantes sobre si el Señor Severo era menos iracundo de lo que los alumnos suponían. El caso es que cuando, años después, le preguntaban sus amistades en el asilo, siempre decía que su mayor error como docente fue no matar al pequeño Indalecio.

Antes de proseguir el  relato, hemos de aclarar una cosa: esta historia se desarrolla en los tiempos anteriores a esa bienamada ley que reconoció, en todo Frestugal, el derecho individual e inalienable al homicidio. En aquellos tiempos no sólo estaba permitido matar a las crías de gatos, perros y otros animalillos inocentes, sino que la ley penaba muy duramente el más pequeño estrangulamiento de personas, aunque fuera en propia defensa y tras haber realizado un par de disparos de advertencia. Nuestros abuelos, tan perspicaces en otras cuestiones, no fueron capaces ni de comprender el dolor animal ni de ser humanitarios a la hora de considerar algo tan arraigado en nuestras costumbres como el cainismo. Hay quien dice que, contra lo que insinúan los libros de historia, fue el caso de Indalecio García el que inspiró la llamada "Reforma Ramires". Pero nos estamos andando por las ramas: volvamos sobre nuestro relato.

(Continuará)

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