miércoles, 25 de marzo de 2009
El cuento del miércoles: Cariátides
En el peristilo se intersectan las sombras de la columnata. El sol chorrea contra los ojos ciegos de las Cariátides, que fijan su mirada en el horizonte. El aire tibio va cargado de aroma a mirto. La marmórea pupila refleja los últimos rayos del atardecer: el cuello de piedra no volverá el rostro. En el interior del templo, rumores sordos y sibilantes. Los rostros lacónicos no parecen prestar atención. Ningún ladrón entrará en el recinto. A lo lejos, crascitan aves de mal agüero. Un gorgoteo rojo fluye desde el sanctasanctórum. Por la espalda de la Cariátide, gotea un sudor frío.
martes, 17 de marzo de 2009
El puente de San José
Metió sus cosas en un petate y se preparó para el largo puente. Fue en automóvil al trabajo; llegó pronto, para no tener que recuperar minutos. Pero no dio golpe: la excitación le impidió hacer nada productivo en toda la mañana. En cuanto el reloj dio la hora, fichó la salida y se dirigió al aparcamiento. Fue, por tanto, el primero en entrar en el atasco. Después del largo trayecto, llegó, por fin, a su destino. Dejando el coche de mala manera, aparcó en pleno centro, allí donde la luz era más alta. Se aproximó a la barandilla y saltó.
Por qué soy partidario de la eutanasia.
Porque tú vives.
Porque te ahogas en este mundo enfermo.
Porque lentamente mueres, como el cáncer,
que mata todo lo que brota a su alrededor.
Porque no puedes aguantar un minuto más en esta sociedad
que te aprisiona con sus normas.
Porque quiero vivir
y no soy partidario de la violencia,
no puedo sino suplicar que mueras
en paz,
sin sufrimiento.
Hoy he tenido una experiencia bastante desagradable con una de esas personas cuya apariencia es la que en mis tiempos demostraba que alguien aceptaba lo marginado, lo raro, lo extravagante; una de esas personas cuya apariencia es la que hoy muestra que sólo valoran el aspecto físico, la integración en un grupo, la supremacía. Y, curiosamente, esa persona intolerante pertenece a uno de esos grupos contra los que se ejerció durante tanto tiempo la represión, la esterilización forzada, la eutanasia. Mi vía de escape para tanta violencia (recordad: los grandes crímenes se hacen por cosas pequeñas) ha sido, en lugar de entrar en un macdonalds con una escopeta, escribir las líneas anteriores.
Y perdonad que os diga que, aunque normalmente no soy partidario de la pena de muerte, a veces lo soy: pero probablemente no para los delitos para los que suele pedirse, sino para otros que, siendo más leves, muestran la personalidad peligrosa de sus autores.
¡Qué habitual la atrición cuando la sociedad confunde moral con religión, conciencia con pacatería!
Porque te ahogas en este mundo enfermo.
Porque lentamente mueres, como el cáncer,
que mata todo lo que brota a su alrededor.
Porque no puedes aguantar un minuto más en esta sociedad
que te aprisiona con sus normas.
Porque quiero vivir
y no soy partidario de la violencia,
no puedo sino suplicar que mueras
en paz,
sin sufrimiento.
Hoy he tenido una experiencia bastante desagradable con una de esas personas cuya apariencia es la que en mis tiempos demostraba que alguien aceptaba lo marginado, lo raro, lo extravagante; una de esas personas cuya apariencia es la que hoy muestra que sólo valoran el aspecto físico, la integración en un grupo, la supremacía. Y, curiosamente, esa persona intolerante pertenece a uno de esos grupos contra los que se ejerció durante tanto tiempo la represión, la esterilización forzada, la eutanasia. Mi vía de escape para tanta violencia (recordad: los grandes crímenes se hacen por cosas pequeñas) ha sido, en lugar de entrar en un macdonalds con una escopeta, escribir las líneas anteriores.
Y perdonad que os diga que, aunque normalmente no soy partidario de la pena de muerte, a veces lo soy: pero probablemente no para los delitos para los que suele pedirse, sino para otros que, siendo más leves, muestran la personalidad peligrosa de sus autores.
¡Qué habitual la atrición cuando la sociedad confunde moral con religión, conciencia con pacatería!
domingo, 15 de marzo de 2009
Javascript: mostrar los valores de todos los formularios en la ventana actual
A menudo, utilizo el código fuente html para encontrar valores ocultos en formularios web, o para recuperar contraseñas almacenadas de sitios web (como alternativa a pstoreview o al viejo asterisco, que ya no funciona).
Una alternativa mejor, que he desarrollado después de investigar cómo cambiar los valores ocultos, es este pequeño programa en javascript, que muestra tanto en un cuadro de diálogo como en una ventana popup los contenidos de todos los campos de los formularios cargados en la ventana actual:
Por evidentes motivos de seguridad, los navegadores suelen impedir la ejecución de código ajeno al documento actual, pero podemos saltarnos la restricción si cortamos el texto anterior, escribimos "javascript:" en la barra del navegador y pegamos el texto a continuación.
También podemos instalar el script como botón, agregando el siguiente enlace mostrar formulario de la página a favoritos, y colocándolo en la carpeta "vínculos" de los favoritos.
Una alternativa mejor, que he desarrollado después de investigar cómo cambiar los valores ocultos, es este pequeño programa en javascript, que muestra tanto en un cuadro de diálogo como en una ventana popup los contenidos de todos los campos de los formularios cargados en la ventana actual:
var p="<html><head><title>Espiaformularios</title></head><body>",t="",f=0,g=0;
for (f=0;f<document.forms.length;f++)
{
p = p + "<hr/><p>" +
document.forms[f].name + "<dl>";
t = t + "---" + document.forms[f].name +
"("+document.forms[f].id+")---" +
String.fromCharCode(13);
for (g=0;g<document.forms[f].elements.length;g++)
{
p = p + "<dt>" +
document.forms[f].elements[g].name +
"(" + document.forms[f].elements[g].id +
")</dt><dd>=" +
document.forms[f].elements[g].value + "</dd>";
t = t + document.forms[f].elements[g].name +
"(" + document.forms[f].elements[g].id +
")=" + document.forms[f].elements[g].value +
String.fromCharCode(13);
}
p = p + "</dl></p>";
t = t + String.fromCharCode(13);
}
w=window.open("" , "espiaformularios");
w.document.innerHTML="";
w.document.write(p);
window.alert(t);
Por evidentes motivos de seguridad, los navegadores suelen impedir la ejecución de código ajeno al documento actual, pero podemos saltarnos la restricción si cortamos el texto anterior, escribimos "javascript:" en la barra del navegador y pegamos el texto a continuación.
También podemos instalar el script como botón, agregando el siguiente enlace mostrar formulario de la página a favoritos, y colocándolo en la carpeta "vínculos" de los favoritos.
jueves, 12 de marzo de 2009
Cinco años
Con este artículo, programado para publicarse a una hora intempestiva, este blog cumple exactamente cinco años. Han desaparecido la urgencia y mucha de la pasión; a cambio, espero haber ganado en reflexión, aunque lo dudo.
Muchos contactos han cambiado de dirección; otros, han iniciado diarios nuevos; algunos, se han esfumado; otros nuevos han aparecido por el camino. Quizá, como muchos de vosotros, debería haber cerrado este blog, abriendo uno nuevo. Me da muchísima pereza hacerlo.
En todos estos años he dicho muchas tonterías, es cierto, y de muchas debería haberme arrepentido. Pero son pedazos de mi vida, que, como todas, es imperfecta. Pues solo es perfecto aquello terminado, y la vida, por propia definición, no lo está.
Espero que sepáis perdonarme todos esos berrinches y pataletas que, al fin y al cabo, son tan inofensivos como una bitácora personal sumido en un mar de diarios personales.
Muchos contactos han cambiado de dirección; otros, han iniciado diarios nuevos; algunos, se han esfumado; otros nuevos han aparecido por el camino. Quizá, como muchos de vosotros, debería haber cerrado este blog, abriendo uno nuevo. Me da muchísima pereza hacerlo.
En todos estos años he dicho muchas tonterías, es cierto, y de muchas debería haberme arrepentido. Pero son pedazos de mi vida, que, como todas, es imperfecta. Pues solo es perfecto aquello terminado, y la vida, por propia definición, no lo está.
Espero que sepáis perdonarme todos esos berrinches y pataletas que, al fin y al cabo, son tan inofensivos como una bitácora personal sumido en un mar de diarios personales.
miércoles, 11 de marzo de 2009
El cuento del miércoles: recetas
Conocí un hombre suficientemente extraño como para imprimir sus exlibris en un papel engomado según la receta que empleaban en los sellos de correo americanos en los años cuarenta. Cada vez que preparaba la mezcla, engomaba cien o doscientos folios, a dieciséis exlibris cada uno. Suficientes, me dije, para marcar una biblioteca mediana, mayor que la tengo en casa.
Sin embargo, aquel caballero gastaba la impresión en un par de semanas. Coleccionista compulsivo, comenzó comprando recetarios industriales y manuales de mecánica y electrónica de la biblioteca Soler; después, pasó a volúmenes más gruesos como los de Gustavo Gili. Llegado un momento, fue capaz de reconstruir, como Robinson Crusoe, gran cantidad de la tecnología actual a partir de dos o tres sustancias básicas. Quizá por eso decidió construir una máquina del tiempo, deseoso de emular a aquel personaje de Twain que se despertó en Camelot. Pero no suele hablar de aquel fracaso.
Sentado con su terno gris, en la mesita del café, cualquiera le supondría cincuenta años más viejo —a pesar de sus cabellos todavía oscuros— cuando, contemplando en el destartalado televisor el culebrón de la primera, hace observaciones sobre las costumbres del año cuarenta y siete como si las hubiera conocido en persona.
Sin embargo, aquel caballero gastaba la impresión en un par de semanas. Coleccionista compulsivo, comenzó comprando recetarios industriales y manuales de mecánica y electrónica de la biblioteca Soler; después, pasó a volúmenes más gruesos como los de Gustavo Gili. Llegado un momento, fue capaz de reconstruir, como Robinson Crusoe, gran cantidad de la tecnología actual a partir de dos o tres sustancias básicas. Quizá por eso decidió construir una máquina del tiempo, deseoso de emular a aquel personaje de Twain que se despertó en Camelot. Pero no suele hablar de aquel fracaso.
Sentado con su terno gris, en la mesita del café, cualquiera le supondría cincuenta años más viejo —a pesar de sus cabellos todavía oscuros— cuando, contemplando en el destartalado televisor el culebrón de la primera, hace observaciones sobre las costumbres del año cuarenta y siete como si las hubiera conocido en persona.
domingo, 8 de marzo de 2009
La (para muchos, inexistente) clasificación por edades de los videojuegos
Admirable el artículo de Paloma Pedrero este sábado en la trasera de "La Razón". Admirable, digo, como ejemplo de la ignorancia que una generación entera tiene acerca del mundo de los videojuegos: "¿No llevan las películas una recomendación de edad?¿Por qué, entonces, los videojuegos violentos no la llevan?"
Me pregunto si habrá acompañado alguna vez a sus hijos a comprar videojuegos. Pues, en ese caso, sabría que no sólo llevan recomendaciones de edad, sino que —a diferencia de lo que ocurre en el cine— se indican los motivos que han llevado al fabricante a clasificar el juego: violencia, palabrotas, desnudez parcial, etcétera. Si compramos a nuestro hijo un videojuego que en los iconos de clasificación PEGI lleva un "+18", un puño y una jeringuilla, no podemos quejarnos si luego se trata de un juego hiperviolento.
PEGI es un sistema de autocontrol, al igual, por cierto, que ocurre actualmente con el cine. Y es cierto que no aparece en los videojuegos "independientes", por limitaciones evidentes de su productor —tampoco podemos esperar que estén clasificados muchos cortometrajes—, como tampoco en las descargas ilegales de cualquier tipo de contenido. Para este último caso, mis recomendaciones coinciden con las de Paloma: nunca deje al chaval "aparcado" frente al ordenador... y procure no cederle el puesto de administrador único de la computadora.
Para más información: http://www.pegi.info/es/index/
(Por cortesía, se ha enviado una copia de este artículo al diario citado).
Me pregunto si habrá acompañado alguna vez a sus hijos a comprar videojuegos. Pues, en ese caso, sabría que no sólo llevan recomendaciones de edad, sino que —a diferencia de lo que ocurre en el cine— se indican los motivos que han llevado al fabricante a clasificar el juego: violencia, palabrotas, desnudez parcial, etcétera. Si compramos a nuestro hijo un videojuego que en los iconos de clasificación PEGI lleva un "+18", un puño y una jeringuilla, no podemos quejarnos si luego se trata de un juego hiperviolento.
PEGI es un sistema de autocontrol, al igual, por cierto, que ocurre actualmente con el cine. Y es cierto que no aparece en los videojuegos "independientes", por limitaciones evidentes de su productor —tampoco podemos esperar que estén clasificados muchos cortometrajes—, como tampoco en las descargas ilegales de cualquier tipo de contenido. Para este último caso, mis recomendaciones coinciden con las de Paloma: nunca deje al chaval "aparcado" frente al ordenador... y procure no cederle el puesto de administrador único de la computadora.
Para más información: http://www.pegi.info/es/index/
(Por cortesía, se ha enviado una copia de este artículo al diario citado).
miércoles, 4 de marzo de 2009
El cuento del miércoles: luces de la ciudad
Por las noches suenan las sirenas y las persianas a medio echar reflejan las luces de los automóviles. Hay rugidos nocturnos que recorren las calles, y fiereas de dos piernas que habitan las esquinas.
No se puede dormir en este barrio. Es necesario atraer el sueo encendiendo el televisor y, si no basta, bajar a tomar una cerveza en ese tugurio de taxistas donde se recogen los insomnes. Con un poco de suerte, se conoce a alguien y se puede entablar una conversación civilizada.
si se desea ir más lejos, hay que tomar el coche y, ya en el auto, cualquier lugar es apropiado. ¿Por qué no ahí, en la cuneta? Por aquí no pasa nadie. Está bien un poco de intimidad, de silencio; no como en el barrio. Realmente, se podría dormir, pero ahora no se trata de eso. Ahora que no hay voces ni oídos es el momento de los amortiguadores, de los jadeos, de los gemidos, de los gritos. Luego, una pala; un poco de ejercio para poder dormir en esa casa ruidosa. Por las noches, suenan las sirenas.
No se puede dormir en este barrio. Es necesario atraer el sueo encendiendo el televisor y, si no basta, bajar a tomar una cerveza en ese tugurio de taxistas donde se recogen los insomnes. Con un poco de suerte, se conoce a alguien y se puede entablar una conversación civilizada.
si se desea ir más lejos, hay que tomar el coche y, ya en el auto, cualquier lugar es apropiado. ¿Por qué no ahí, en la cuneta? Por aquí no pasa nadie. Está bien un poco de intimidad, de silencio; no como en el barrio. Realmente, se podría dormir, pero ahora no se trata de eso. Ahora que no hay voces ni oídos es el momento de los amortiguadores, de los jadeos, de los gemidos, de los gritos. Luego, una pala; un poco de ejercio para poder dormir en esa casa ruidosa. Por las noches, suenan las sirenas.
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