A veces nos damos cuenta, repentinamente, de lo poco que sabemos. En mi caso, ha sucedido en más de una ocasión (el otro día, sin ir más señas, con el asunto del wifi). De joven, pasaba por ser un sabelotodo, y mis amiguetes dejaron de jugar conmigo al trivial la vez que respondí a la pregunta "¿Qué son unos coturnos?".
También me pasó algo parecido en el ámbito académico: yo leía cosas que nadie leía, conocía o recordaba tendencias extrañas, tenía una extraña facilidad para la asociación. Pero era completamente consciente de mi incapacidad para asimilar conocimientos formales: tendí siempre hacia el autodidactismo y la generalización, y siempre huí de la especialización.
Quizá por eso el otro día me quedé embobado cuando una compañera de trabajo (recién aprobadas las oposiciones, como yo) le hablaba a otra (que se examinaba este año) de distintas posibilidades del comentario de texto, la mayoría de las cuales yo no conocía en absoluto. ¿Sabéis que es lo que más me hirió? Que, aunque yo había estudiado la argumentación desde la perspectiva de la literatura, de la retórica y de la psicología de la persuasión, a mí nunca se me había ocurrido que al analizar un texto argumentativo se podía mencionar qué mecanismos de argumentación se estaban usando. Pero ni por el forro, vamos. Analizaría ese tipo de cosas en un anuncio, pero... ¿en un texto?
Mierda. Si nunca se me ha ocurrido algo tan obvio, a saber qué otras cosas se me están pasando.
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