jueves, 31 de marzo de 2005

Este jueves, el cuento del miércoles: Plagio

En los grupos de usenet es.humanidades.gramatica y es.humanidades.literatura apareció un anuncio sobre un concurso en el que premiaban "el mejor plagio del quijote" publicado. Para mí, el mejor de todos (a pesar de Azorín o Landero) es el serial sobre el Capitán Capeto que apareció en el periódico 20 Minutos. Sin embargo, sospecho que, dado su carácter popular, pocos lectores se dieron cuenta de las referencias...
En cualquier caso, ahí va mi plagio.


En algún lugar de Madrid vive un soltero de clase media que todavía convive con su hermana y su madre. Su trabajo le permite una gran cantidad de tiempo libre, y él ha comenzado a ocuparlo navegando por internet. Comienza como una afición más, pero va ganándole tiempo a los paseos por el Retiro, a la lectura, a las copas de la noche del viernes, hasta que llega un momento en que nuestro soltero —llamémosle Alonso— se pasa no sólo los días, sino las noches, leyendo el New York Times, visitando GamesDomain, programando aplicaciones para un teléfono móvil, chateando y tratando de resolver ecuaciones como aquella del error de representación en la coma flotante:
1 * (1.15 - 1) < 15

Entonces, una noche de agosto decide hacerse hacker, un hacker como los de las películas de los Wachowsky. Todo Morfeo necesitará su Trinity, así que él, con el literario nick de Quijote, decide bautizar Dulcinea a la cuarentona con que chatea todas las noches. También necesitará sus herramientas, claro. Falto de antena parabólica, construye un amplificador wireless con una espumadera de churrero comprada en el todo a cien, y cuelga a su espalda, junto a su portátil, un wok, destinado a ampliar la cobertura de su móvil. Una webcam dejará constancia imperecedera de sus andanzas.

Así armado, sale a la calle de madrugada, con el ordenador apagado, buscando a su Morfeo. Bajo el cartel luminoso de un restaurante coreano, ve a dos taxistas que conversan con dos prostitutas y se hacen fotos con ellas en sus móviles 3G. Decide entrar en el recinto y nada más hacerlo le dan una tarjeta magnética. Poco después le ofecen unas pastillas de colores. Elige la píldora azul, agradeciéndole la deferencia a la mujer que se la ha suministrado. Después, todo se vuelve confuso, pero recuerda que la realidad aparente se esfuma durante unos minutos, que podrían ser horas, antes de que recupere el sentido. Una mujer, vestida de cuero, le pide la tarjeta de nuevo. Después, le exige doscientos Euros. Él dice que creía necesitar menos dinero, y vacía sus bolsillos, dejando el móvil en prenda. Vuelve hacia su casa por más, pensando que sin duda los autores de las películas de hackers olvidaron mencionar aquel pequeño detalle, por evidente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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