Míralos deslizándose en la sombra,
oscuros flecos de la bruma turbia,
flotando siempre junto a tu garganta
congelada.
Sorbe su intenso aroma putrefacto,
sigue su rastro hasta la guarida
que abre su boca a una noche clara
ante su negrura.
Boca cubil del afilado diente,
diente sediento del sabor más rojo,
dulce,
caliente.
¡Entra, hijo mío! Deja que te abrace
Presta tu carne al hambriento beso,
Cédele al lobo el hueso que te sobra,
sé blanco esqueleto.
(24/2/2010)
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