Está decidido. Ya no puedes seguir durmiendo con esa sensación en el vientre. Sales del cálido lecho a la atmósfera helada del cuarto y caminas hacia el excusado. Está junto a tu alcoba pero, aun así, se hace largo el camino.
No has terminado de orinar y sientes de forma repentina un rayo candente que sube hacia tu nuca. Entonces recuerdas lo que te dijo el doctor. Antes de que te abandonen las fuerzas, te aferras a la pared y te retiras a tu cuarto. Mientras te derrumbas sobre el lecho te preguntas por qué te cuesta ahora dormirte, si era la adrenalina lo único que, según la medicina, te mantenía despierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario