jueves, 21 de febrero de 2008

Lagartijas borrachas corrían por las aceras de mosaico...
Juan Goytisolo: Duelo en el Paraíso


Ya había caído el sol, pero la temperatura seguía siendo agobiante. Debía ser por la humedad, porque, realmente, sólo hacía 30 grados a la sombra. Las máscaras celebraban el penúltimo día de febrero, y último de carnaval, arrastrando su alegría por las calles ebrias. La música invitaba al goce y, en el puerto, el pueblo bebía de forma liberal, si no pródiga. Sombras embozadas aguardaban en cada esquina.

Balboa, a comienzos de siglo, no tenía el ruidoso tráfico que siguió a la construcción del canal; no dejaba de ser, sin embargo, el puerto por el que el oro de los Incas y la plata de Potosí, a través del Mar del Sur, habían arribado en tiempos a la Taza de Oro para partir de allí, a lomos de mulas, hacia el Mar Océano y Castilla. Una valiosa perla que Colombia no quería perder, pero que abandonaría pronto, después de que liberales y conservadores vertieran sangre durante cuatro años.

María, la tabernera, no distinguía entre unos y otros: a todos servía vino, mientras pudieran pagarlo. La misma política seguía, con los favores de sus protegidas, el rufián que bebía en la mesa del fondo.

Bajo pelucas empolvadas y antifaces, los honestos burgueses bajaban a cortejar a las muchachas del puerto, ignorando que los jóvenes calaveras subirían, de la misma facha, a visitar a sus esposas. El rasgueo de guitarra llenaba la atmósfera de aires alegres. Un ciego, en una esquina, pregonaba crímenes horrendos.

No hay comentarios: