Lo bueno de tener unos vecinos terratenientes es que de vez en cuando te obsequian con los productos que, generosa, ofrece la tierra en las distintas temporadas. Llega el otoño a Madrid, y a casa de mis padres llegan, directamente de una plantación valenciana y por cortesía de los habitantes del séptimo, unas mandarinas que se van del mundo, porque aunque nadie les puso la etiqueta de ecológicas, están cultivadas sin ningún tipo de pesticida.
Supongo que ya sabéis que de Valencia salen al resto de Europa las mejores naranjas de España. Eso quiere decir que las peores no van al extranjero, sino que se quedan aquí, en forma de zumo (la publicidad nos dirá luego que ha habido un riguroso control de selección: cualquiera que trabaje en calidad os dirá que la cuestión es seleccionar, sea género de primera o de tercera). ¿Y qué pasa, finalmente, con la fruta que no es buena ni mala, sino solo mediocre? Que llega a nuestras fruterías, previamente maquillada. Bueno, a todas no. Sospecho que a los Valencianos será difícil darles gato por liebre.
Cuando uno viaja al extranjero se asombra del precio de la fruta. Recuerdo los puestos callejeros italianos —Arancie! Arancie!: parecía que estuvieran matando a la pobre Arancha— de fruta buenísima y carísima. ¿Por qué es más barata en España? No sólo por su abundancia, sino porque nos hemos ido acostumbrando —y soy el primero— a valorar más el aspecto externo que el sabor. Por eso pocos compran agricultura ecológica. Pero creedme: cuando uno abre una naranja de piel mate y rugosa, y le hinca el diente, comprende que las naranjitas brillantes de la bandeja de espuma son muy inferiores, por bonitas que parezcan. Y además se pudren antes.
1 comentario:
Esto me recuerda a un chorizo que sacaron una vez que, al parecer, no tenía ni colorantes ni conservantes. El chorizo, en vez de estar rojo sangre, estaba más bien rosado y pálido. Como a la gente no le gustaba tuvieron que retirarlo y volver a venderlo con colorantes.No hay quien nos entienda
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