domingo, 27 de febrero de 2022

Algis Budris: ¿Quién?

Budrys, Algis: ¿Quién?. Barcelona, E.D.H.A.S.A., (col. Nebulae), 1964. 213 páginas. 17 cm.
ISBN:
Publicación previa a la emisión de ISBN en España.
Descriptores:
Ciencia Ficción, Guerra Fría, Espionaje, Identidad, Biometría.

De la colección de libros de ciencia ficción clásica de mi padre, este era para mí quizá el menos atractivo, no sé si a causa de su portada o por culpa del resumen recogido en su contracubierta. Nunca lo había leído y solo despertó en mí la curiosidad por hacerlo una reseña (por otra parte, negativa) de Jacques Sadul en su Historia de la ciencia ficción moderna, que escuché en la versión radiada por Alberto García en el podcast Verne y Wells Ciencia Ficción (1:18:00).

El libro de Budrys imagina la continuación de la guerra fría 10 años en el futuro de su autor. El doctor Martino, que trabajaba en el proyecto secreto K-88,  resulta gravemente herido en una explosión. Por algún azar del destino, el laboratorio ha sido situado en una zona próxima a la frontera con Rusia —luego nos dirán que Uzbekistán, aunque los detalles geográficos que aparecen a lo largo de la novela son tan caprichosos que parece que el autor no se haya molestado en consultar un atlas—. Por ello son los rusos quienes rescatan al científico, operado a vida o muerte con sustitución de varios órganos y miembros por piezas mecánicas.

Debido a la presión internacional, los rusos devuelven al científico al bloque de los "aliados" (es curioso que lo hagan en Ginebra: ¿con qué país del Pacto de Varsovia hace frontera Suiza?). Pero nadie puede comprobar la identidad del doctor Martino: sus facciones han desaparecido tras una máscara de metal que no puede retirarse; sus ojos han sido sustituidos por máquinas, por lo que la foto del iris no concuerda; lo único que coincide con el original son las huellas dactilares de la mano derecha, pero las cicatrices del hombro hacen sospechar que pueda haberse implantado ese brazo en otro cuerpo.

A partir de ahí se suceden en tramas paralelas la juventud de Lucas Martino y los esfuerzos del agente Rogers por comparar las actividades del hombre de cabeza de metal con las que realizaría Martino.

Me llamó la atención la parte en que se nos habla del joven Lucas, un muchacho que (al estilo de las heroínas de Austen) tiene delante su futuro y evita salirse del plan trazado a los dieciocho: ahorrar el salario de un año para poder estudiar en el MIT y luego enterrarse en una vida al servicio de la investigación. Por eso evita comprometerse en lo amoroso, que para él es simplemente una forma de encajar en la sociedad.

El doctor Marino, años después y oculto tras su casco metálico, intentará recuperar todos los lazos que rompió, pero es tarde para ello. Solo le quedará la esperanza de vivir sus últimos años aislado de la sociedad bajo la atenta mirada de los hombres del agente Rogers.

Al final de la novela, y después de el hombre-máquina desvele su verdadera personalidad a un Rogers a punto de alcanzar la edad de retiro, hay un par de capítulos que funcionan como una especie de epílogo en que se nos cuenta el lado ruso de la historia. Los giros que hay llegado este punto (que enlazan con las dos teorías de Rogers acerca del doctor: su deserción al lado ruso y su sustitución por alguien que lo conoce lo suficiente como para suplantarlo) añaden una nueva luz a la historia, pero no mejoran el lento ritmo de los capítulos centrales.

Con todo, me parece un libro interesante en estos tiempos en que se discute sobre el uso de la biometría para verificar identidades: las contraseñas pueden compartirse, por lo que no son seguras, pero el cuerpo puede cambiar. La voz, la imagen, pueden hoy falsificarse. Que todo esto haya sido planteado a finales de los 50 (la versión original fue publicada en 1958), resulta sorprendente.

Tan sorpendente como que el autor hubiera imaginado que diez años después de su época los bloques se hubieran cerrado aún más (el bloque ruso-chino se imagina como una única nación), o que se esperasen para la siguiente década tales avances en transplantes e implantes cuatro años después del primer transplante de riñón y diez antes del primero de corazón.

Por lo demás, la traducción de Francisco Cazorla se resiente del desconocimiento de giros o elementos de la cultura norteamericana que ahora cualquier español conoce por la televisión; supongo que habrá ayudado la censura a que algunos párrafos queden como abruptamente cortados (y quizá también sea la censura culpable de la árida vida sentimental del joven Martino). Pero que más me ha chocado es la abundancia de comas entre sujeto y predicado, e incluso algún adjetivo especificativo entre comas explicativas.

De todos modos, si la encuentran por ahí (y no ha sido pasto de los insectos, como el resto de las Nebulae de mi familia paterna), échenle un vistazo a esta novela.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿De qué hablas? La portada es genial.

Rusia está en boca de todo el mundo en estos días, así que cae muy bien este título. Podrá no haberse documentado demasiado en geografía, pero algo de profeta tiene en cuanto al rápido avance de la ciencia. Ah y hay más ficción en que Rusia ceda a la presión a que un humano sea biónico.

José Moya dijo...

Sí, es cierto que la nueva guerra (más caliente que fría) me llevó a leer este título.
¿De verdad te gusta la portada? A mí, ese hombre sin rostro me da malas vibas...

Lo que me llamó la atención no fue tanto la aparición de humanos biónicos como que se esperase que fuera tan pronto. Pero leyendo sobre transplantes en la wikipedia descubrí por qué. La propaganda rusa había hecho creer a los occidentales que los experimentos de transplantes (incluso transplantes de cabeza) en perros habían sido un éxito. Por eso el autor atribuye al bloque oriental una medicina avanzada.

Muchísimas gracias por leerme.