martes, 18 de agosto de 2020

El cuento del martes: desde el otro lado

Este texto lo escribí para la convocatoria Space Opera de @Arachne81 . En realidad no encajaba mucho en la convocatoria, pero me apetecía darle la vuelta al género.

Desde el otro lado

Nadie hubiera creído en los últimos años del siglo diecinueve que este mundo estaba siendo vigilado intensamente y de cerca por inteligencias mayores que la del hombre y aun así tan mortales como la suya; que mientras los hombres se ocupaban en sus varios asuntos estaban siendo escudriñados y estudiados, quizá tan de cerca como un hombre con un microscopio podría escudriñar las efímeras criaturas que pululan y se multiplican en una gota de agua.
H. G. Wells, La guerra de los mundos

Día 1

«Doscientos años atrás, el ataque Zirklodiano destruyó nuestro planeta. Los invasores arruinaron la maquinaria que fundía las reservas de agua dulce de los polos y las hacía correr por los canales. Nuestro mundo fue cubierto por la desdicha. Solo después de cincuenta años de conflictos entre los supervivientes se impuso la cordura. Las diversas hordas se unieron bajo la mano férrea del Líder. Bajo su mandato se recuperó poco a poco la tecnología, todos los esfuerzos dirigidos a un único objetivo: defender nuestro planeta de ataques exteriores y prepararnos para la colonización de nuevos mundos. El primer paso será la colonización del planeta Interior, cuyos análisis espectrográficos revelan una gran cantidad de agua. Hoy, ese planeta se encuentra en el punto idóneo. Dentro de unas horas, lanzaremos nuestros proyectiles de exploración. Pero primero, saludemos a los intrépidos exploradores.»

He escuchado el discurso del líder en posición de firmes. Se me ha hecho largo. Me ha extrañado ser capaz de mantener la compostura. Sobre todo porque sé que las cosas no van a ser tan fáciles. Los espectrógrafos revelan la presencia de agua y de oxígeno, sí. Pero junto a ellos, también indican que hay cada vez más carbono. Mal asunto. En ese planeta hay vida… y hay industria. Claro que el proyectil lleva un grueso blindaje, tanto que se ha aumentado la fuerza de impulso necesaria para alcanzar la velocidad de escape. Para evitar el fracaso de la misión, cientos de proyectiles saldremos al unísono, confiando en sobrevivir tanto al despegue como al impacto.

Después de posar para la televisión, nos hemos dirigido con paso firme a los transportes que han llevado a cada cual a su proyectil: Un tosco cilindro hueco en el interior de otro cilindro más amplio que actuará como tubo de lanzamiento. Dentro del cilindro reside el módulo de colonización, una especie de araña plegada cuyas patas amortiguarán el lanzamiento. Ahí está mi habitáculo. No solo sirve de cápsula de soporte vital y de transporte: también está provisto de un emisor de rayos calóricos por si es necesario defenderse de alguna criatura o cavar un escondite.

El habitáculo es estrecho; me ha costado introducirme en él. Tuve que meter primero la cabeza y luego los tentáculos, uno a uno. Después, he esperado a que los operarios rellenen el interior del proyectil con líquido amortiguador y cierren la gran tapa.

Antes del lanzamiento, los científicos no se pusieron de acuerdo sobre la manera de aminorar la velocidad del choque contra Interior. Según algunos, la gruesa atmósfera de aquel planeta permitiría desarrollar algún sistema de reducción de velocidad a través de resistencia aerodinámica; otros preferían reducir la fuerza del impacto mediante zonas deformables y líquidos amortiguantes. A mí me ha tocado, como al 90% de los colonos, un proyectil del segundo tipo, más fiable. Pero sigo teniendo miedo. Dejo este cuaderno mientras la gran tapa se cierra completamente y se apaga la luz, señal de que el lanzamiento es inminente. Espero sobrevivir para continuarlo.

Día 2

Cientos de exploradores habrán tenido ayer la misma sensación que tuve yo. Mi cuerpo blando aplastado por efecto de la aceleración y estirado de nuevo al alejarse de la gravitación del planeta natal. ¿Se sentirá así la masa de huckla cuando, después de pasarle el rodillo, la metes al horno para que se infle? Y, cuando la nave llegue a su objetivo, ¿será menor el golpe que el de la bola de masa lanzada sobre la mesa?

Día 4

Me siento solo. Me gustaría poder comunicarme con mis compañeros, pero el emisor calórico que sirve como arma y sistema de comunicación es inútil a altas velocidades. Somos un ejército de guerreros solitarios avanzando en mitad de la noche.

Día 7

Dijeron que el camino serían tres o cuatro días. Tengo víveres para un mes. Y luego tengo la hierba roja que plantaré en mi parcela de la colonia. Realmente, no creo que me muera de hambre. Lo que hace que cada día pase la vida ante mis ojos es la incertidumbre sobre mi supervivencia al impacto de la llegada.

Día 10

Acabo de descubrir que la mitad de las cajas de víveres están vacías. Maldito aparato propagandístico. Está claro que era imperativo lanzar la colonización cuanto antes, sin importar que no hubiera terminado el acopio de alimentos. Tendré que racionarlos.

Día 14

Los sensores informan que ya estoy cerca del planeta. Santo Líder, protégeme. Espero sobrevivir al impacto.

Día 15

Creo que he tenido el honor en ser el primero en llegar, o al menos el primero en despertar tras la colisión contra mi objetivo. Los sensores han revelado una multitud de criaturas bípedas que se afanaban por romper o perforar la tapa de proyectil.

Santo Líder, protégeme. He chupado mis tentáculos rezándote y te he dado mi agua. Allá vamos.

Día 15. Continuación

El ruido de la tapa desenroscándose ha hecho que los bípedos se apartaran, pero por poco tiempo. He puesto el rayo calórico a mínima potencia y he trazado en el suelo los signos que en el idioma universal significan «venimos en son de paz». También lo he lanzado hacia los cuatro puntos cardinales y hacia el cielo. Sin embargo, ha habido un resultado inesperado. El trozo de suelo hacia el que había lanzado el rayo ha comenzado a arder. En esta atmósfera rica en oxígeno, el mínimo calor hace que prendan los objetos. Los bípedos han reaccionado violentamente. Uno ha lanzado un haz de destellos hacia mí con un artefacto misterioso. El espectroscopio indica que contenía magnesio. Otros han comenzado a disparar con rudimentarias armas de pequeño calibre. Pero la mayoría han huido. ¿Cómo convencerlos de que venimos en paz?

Día 16

Esta madrugada, un estruendo me despertó. La tierra saltaba a mi alrededor formando cráteres enormes. El telémetro indicó la presencia de armas de gran calibre a unos 5 verstas de mi posición. Colocando el emisor calórico en alta potencia, he destruido la amenaza. Después he hecho señales luminosas con el emisor calórico, tanto hacia los cuatro puntos cardinales como en dirección mi planeta, a la vez que hacía sonar la trompa de alarma.

En esta atmósfera, tiene un timbre extraño. Ese «hula, hula» atronador es más intenso que el agudo sonido que hace en casa.

Día 17

He sembrado la hierba roja. Se supone que en este clima húmedo y rico en carbono crecerá rápidamente. Pero los sensores indican una escasez de radiación solar que quizá nuestros agrónomos no tuvieron en cuenta.

Mientras la estaba sembrando recibí otro ataque artillero, pero pude repelerlo fácilmente. Los mensajes por emisor calórico avisan de otra amenaza: bípedos que salen de debajo de la tierra o que cavan trampas que se abren bajo las patas del módulo colonizador. Oigo continuamente el «hula, hula» de otros colonizadores pidiendo ayuda. No hay que confiarse.

Día 19

Ya ha empezado a brotar la hierba roja. Sus praderas se extienden todo a lo largo de la gran corriente de agua, haciendo que este lugar resulte más familiar. Me he afanado todo el día en aplanar el terreno para facilitar el crecimiento de mi pequeña hacienda. He decidido que el lugar donde impacté sea mi parcela de colono cuando acabemos con los habitantes hostiles.

Este planeta sería bonito si sus criaturas no se afanaran en atacarnos. Es mucho más fértil que nuestro mundo. Me gustan especialmente unos vegetales de gran tamaño y tallo extremadamente duro que crecen acá y allá. Parece que a los habitantes les gustan también, porque muchos acompañan el curso de los caminos, como si los hubieran plantado allí.

Día 20

La hierba roja estará pronto lista para la recolección. Es una gran noticia, porque estoy quedándome sin suministros.

Un bípedo me ha atacado esta noche. Se acercó a mí en la oscuridad, con aviesas intenciones. Corría ocultándose tras las tapias de esas construcciones bajas en que viven los bípedos de esta zona. Después, se arrastró entre las matas de vegetación local, pensando que no lo detectaría. Suerte que los científicos desarrollaron estos sensores tan eficaces. Esperé a que estuviera al alcance de mi brazo mecánico y lo aplasté entre sus garras.

Día 21

El procesador de alimentos indica que la hierba roja, que tan rápido ha crecido, no posee aquí el mismo valor nutritivo que en nuestro planeta natal. He tenido que añadir organismos locales. Comencé con los restos del bípedo que destrocé ayer y con unos cuadrúpedos peludos que se acercaron a alimentarse del cadáver. En general, las criaturas de este lugar son pequeñas. Casi todas caben por el hueco del procesador. Solo unos grandes cuadrúpedos peludos que se alimentan de hierba ofrecen cierta dificultad a la hora de insertarlos enteros, aunque se pueden cortar en pedazos.

El comandante del campo de entrenamiento nos previno contra la tentación de añadir proteínas locales a la dieta, posible fuente de intoxicación, pero la necesidad obliga.

Día 22

He vuelto a sufrir un intento de ataque. Un gran hoyo se abrió bajo una de las patas del módulo de exploración. La máquina quedó desequilibrada y, en ese momento, salieron de sus escondites varios hostiles que empezaron a golpear la pata. Usé el brazo para apoyarme sobre uno de esos vegetales altos que pueblan este planeta y recuperar el equilibrio. Después, barrí con el brazo a esos insensatos.

A través del emisor térmico he recibido señales de compañeros que han seguido la gran corriente de agua hasta su final. Allí, el contenido de electrolitos es demasiado elevado como para llenar los depósitos. Sin embargo, hay gran cantidad de materia orgánica con que cargar el procesador de alimentos. Mañana intentaremos hacer una expedición hacia esa zona.

Día 23

Un grupo de grandes máquinas de metal, mayores que cinco cilindros puestos en fila uno tras otro, nos han emboscado. Se mantienen sobre la superficie del agua, como los innuks de nuestras leyendas, y están erizadas de artillería de gran calibre. Dos de los nuestros han caído heroicamente antes de que eliminásemos la amenaza. Hemos avisado al resto de colonos para que busquen y destruyan esas máquinas de metal en las orillas de la gran isla sobre la que hemos caído.

Día 24

A orillas de la gran corriente de agua hay una ciudad. Sus edificios son altos; los sensores de larga vista mostraban multitudes de bípedos saliendo de ella, así como tosca maquinaria movida por los cuadrúpedos grandes. Nos hemos acercado lentamente a ella mientras contemplábamos con regocijo la muchedumbre asustada que cubría los senderos. También vimos una extraña máquina alargada que se arrastraba sobre un camino de metal. Se movía a mucha velocidad y no se detuvo hasta que lanzamos el rayo calórico sobre su primer segmento. Con todos los seres que vamos recogiendo, hay comida para una buena temporada.

Día 25

Hemos instalado un gran procesador de alimentos en el centro de la ciudad. Después hemos recorrido el lugar para recolectar distintos organismos de dos y cuatro patas que intentan esquivar nuestros brazos mecánicos. Pero más importante que procesar alimentos sería investigar una manera de conservarlos sin que pierdan sus propiedades. No sabemos si es por la atmósfera de este planeta, pero los glúcidos se van convirtiendo en ácido a las pocas horas. Es algo para lo que no estábamos preparados.

Día 26

La ciudad ha revelado ser una trampa. Sus calles están huecas; en cualquier lugar aparecen seres hostiles que atacan y corren para desaparecer después en el interior de los edificios o en las entrañas de la tierra. Nuestro comandante nos ha autorizado a destruirla.

Día 27

Ayer incendiamos todos los edificios de madera y los vimos arder durante toda la noche. Fue un bonito espectáculo. Varias bóvedas construidas en metal se derritieron bajo el calor de las llamas. También nos ocupamos en derribar esas estructuras que cruzan la gran corriente de agua, así como los objetos que se mantenían sobre su superficie.

Algunos edificios están construidos en material cerámico y han resistido al calor. Al principio los hemos estado derribando golpeando entre dos o tres colonizadores con el brazo mecánico, mientras otro vigilaba en busca de esos bípedos que continúan hostigándonos de manera suicida.

Uno de mis compañeros ha descubierto un juego. Levanta con el brazo mecánico un gran trozo de escombro y lo lanza hacia el tejado un edificio lejano, rompiéndolo en mil pedazos. Es divertido competir por ser quien más lejos lo lanza. A veces, al levantar el bloque de escombro salen criaturas que se escondían debajo. Otras veces, es el edificio el que revela seres hostiles que se creían lejos de nuestro alcance.

Día 28

No había tenido tiempo de fijarme antes, pero en esta gruesa atmósfera permite que algunos organismos floten y se deslicen por el aire. La ciudad está llena de ellos, así como de unas pequeñas criaturas —tan pequeñas que apenas las vemos— que se desplazan corriendo cuando derribamos una pared o hacemos un agujero en el suelo en busca de hostiles. Parecen comer otros seres muertos, así como de restos orgánicos diversos. En cualquier caso, son demasiado escurridizas para echarlas en el procesador de alimentos.

Día 29

Hoy ha ocurrido algo extraño. El colonizador que me acompañaba en la demolición de un edificio ha hecho la señal de «problema» y ha parado. Después, cuando ha vuelto al trabajo, le he hecho una señal interrogativa, pero no ha sabido responderme nada concreto. Solo ha mantenido la señal de «problema indefinido». Tras un par de horas, ha vuelto a hacer la señal de «ocupado». Ahora no responde a mis señales. ¡Santo líder! ¿Será un arma invisible?

Día 30

Esta noche, mi compañero ha hecho sonar su trompa de alarma y todavía sigue sonando. Sin embargo, su emisor térmico sigue sin hacer señal alguna, a pesar de que nuestro otro compañero, el que hace de guardián, está también tratando de comunicarse con él. No sé qué puede sucederle. El sonido de la trompa de alarma se va haciendo más lento y grave. Debe de estar agotándose su energía.

Día 30. Continuación

Me siento raro. No sé qué me ocurre. Criaturas aladas se han acercado hacia mi compañero. Parece que están intentando romper los vidrios del módulo colonizador, pero él no hace nada por evitarlo. Debería defenderlo con mi emisor de rayos. Sin embargo, me cuesta centrar la vista.

Día 31

Apenas puedo moverme. Siento un intenso dolor en mis vísceras. No puedo comer. Cada vez que lo intento, de mi tubo digestivo sale una sustancia de extraño color. Hay algo maléfico en este planeta; quizá en los alimentos, quizá en el aire. Santo líder, ¡tengo que avisar a mis compañeros! Lanzaré mi mensaje hacia las estrellas. La próxima vez, debemos prepararnos mejor.

Epílogo

En la academia militar, el comandante Hurkon examinaba el manuscrito. Le había sido remitido por un guerrero mecánico del regimiento avanzado, que lo encontró en el interior de un antiguo módulo de colonización cuidadosamente preservado desde cien años atrás por las criaturas bípedas. «Es una pena», se dijo, «que esta información no nos llegase antes. Hubiera salvado a las tropas de la segunda y tercera oleadas, también desaparecidas inexplicablemente. Ahora bien, el botín que han traído las tropas mecánicas en nuestra reciente victoria, ¿no habrá esparcido ese mal invisible por nuestro planeta?»

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