(Mientras corrijo las pruebas iniciales de mis alumnos)
Todavía recuerdo la frustración que me produjo, en el ingreso al colegio (o quizá fuera al año siguiente, pues creo recordar que el formulario era leído, y pocos en mi clase sabíamos leer), un test de inteligencia. Aunque el recuerdo de conjunto es nebuloso, sí recuerdo claramente una pregunta en que debíamos elegir, entre varios dibujos, cuál era un trofeo.
El caso es que, por aquellos años, yo sabía lo que era un trofeo por los concursos de televisión en que continuamente se otorgaban copas o estatuas al mejor cantante o bailarín, pero lo que aparecía en el dibujo era la cabeza de un ciervo, algo que yo había visto muy a menudo en las historietas del TBO y el Pumbi, pero que no sabía cómo se llamaba.
La frustración de haber respondido incorrectamente aquella pregunta me tuvo obsesionado largos años, aunque en el fondo de mi ser yo sentía que no tenía la culpa de proceder de una sociedad urbanita en que la gente no colgaba trofeos de caza, del mismo modo que mis alumnos tampoco tienen la culpa de vivir en una sociedad en que buena parte de las palabras del test ortográfico han dejado de usarse.
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