El reto de hoy consiste en averiguar un país, a través de la descripción de la bandera. Será un reto fácil, visto que hasta la fecha nadie ha tratado de contestar los retos anteriores.
Los cuatro primeros colores son horizontales; el quinto es vertical. Vamos con los cuatro primeros, de arriba a abajo.
El primero es el color que en inglés representa la tristeza y en castellano los celos (sí, ya sé que se supone que estos significados son universales: decídselo a un coreano que se pone el blanco para ir de luto). Sobre esa franja, va una estrella.
El segundo está repetido (en dos idiomas distintos) en el nombre de un autor español de comienzos del siglo XIX que, de ascendencia irlandesa, nació en Sevilla y murió exiliado en Liverpool a causa de sus ideas liberales.
El tercer color normalmente se atribuye a ese sentimiento que debían dejar atrás todos aquellos que penetrasen en el infierno de Dante.
En la bandera en cuestión, el cuarto color representa la tolerancia, pero no en la tradición española. Así que diremos que si tenemos ese color en los dientes, necesitamos conjuntarlo con una corbata marrón.
El quinto y último color aparece, como ya he dicho, como franja vertical, y se coloca en el centro de la bandera. Para no hacer demasiado difíciles las cosas, diré que, de los colores de la bandera francesa, es el único que nos faltaba por añadir.
¿Podríais decir cuáles son los colores y de dónde es la bandera?
viernes, 24 de junio de 2011
martes, 21 de junio de 2011
Protecciones absurdamente simples
Hay sistemas de protección que resultan eficaces de puro simples. Por ejemplo, el utilizado por X... para distribuir sus juegos online. Ahora que la plataforma en cuestión ha cambiado de sistema, creo que podré comentar, sin peligro de exponerme a las iras de X..., unos cuantos detalles de algo que me maravilló cuando, por casualidad, me di cuenta de cómo funcionaba.
Sin duda, X... quería distribuir demostraciones de juegos de modo que el cliente pudiera probarlos durante un tiempo. Necesitaba un sistema homogéneo de protección, algo que se pudiera unir de modo simple al programa. Cualquier programador hubiera pensado en adjuntar una biblioteca al código fuente, pero, puesto que algunos de los juegos no eran ejecutables sino archivos flash o de otros formatos, es posible que esta solución se descartase por inviable.
Así que X... optó por algo más sencillo. Un segundo ejecutable que sustituiría al primero. Ese segundo ejecutable extraía de algún lugar de su interior el programa original, lo grababa como archivo oculto y lo ejecutaba como "proceso hijo" durante el tiempo determinado por X...
Después de este tiempo, el proceso era "matado" y el programa original borrado, así que el usuario no se daría cuenta ni por asomo de que había estado usando el programa original, en lugar de una versión limitada por tiempo.
Pero X... seguramente no tuvo en cuenta dos cosas: la curiosidad de los usuarios y el hecho de que los ordenadores se cuelgan con relativa facilidad. Así que fue después de un cuelgue de mi ordenador durante una partida a uno de los juegos de X... cuando, investigando los motivos, encontré un ejecutable marcado como archivo oculto en la carpeta del juego. Y así supe que aquel juego estaba diseñado para "craquearse" a sí mismo.
Supongo que no habré sido el único en descubrirlo, porque la última vez habian cambiado el sistema. En lugar de limitar el tiempo de ejecución, los juegos de X... se dedican ahora a mostrar anuncios.
O puede que el cambio de estrategia se haya debido a otro factor, que es el mismo que me hacía a mí jugar a aquellos juegos en un principio: si el tiempo está limitado, pero tienes cientos de clones y secuelas del mismo juego, te da lo mismo no poder jugar más que unas horas a cada uno de ellos: al fin y al cabo, siempre puedes borrarlo e instalar el siguiente.
Sin duda, X... quería distribuir demostraciones de juegos de modo que el cliente pudiera probarlos durante un tiempo. Necesitaba un sistema homogéneo de protección, algo que se pudiera unir de modo simple al programa. Cualquier programador hubiera pensado en adjuntar una biblioteca al código fuente, pero, puesto que algunos de los juegos no eran ejecutables sino archivos flash o de otros formatos, es posible que esta solución se descartase por inviable.
Así que X... optó por algo más sencillo. Un segundo ejecutable que sustituiría al primero. Ese segundo ejecutable extraía de algún lugar de su interior el programa original, lo grababa como archivo oculto y lo ejecutaba como "proceso hijo" durante el tiempo determinado por X...
Después de este tiempo, el proceso era "matado" y el programa original borrado, así que el usuario no se daría cuenta ni por asomo de que había estado usando el programa original, en lugar de una versión limitada por tiempo.
Pero X... seguramente no tuvo en cuenta dos cosas: la curiosidad de los usuarios y el hecho de que los ordenadores se cuelgan con relativa facilidad. Así que fue después de un cuelgue de mi ordenador durante una partida a uno de los juegos de X... cuando, investigando los motivos, encontré un ejecutable marcado como archivo oculto en la carpeta del juego. Y así supe que aquel juego estaba diseñado para "craquearse" a sí mismo.
Supongo que no habré sido el único en descubrirlo, porque la última vez habian cambiado el sistema. En lugar de limitar el tiempo de ejecución, los juegos de X... se dedican ahora a mostrar anuncios.
O puede que el cambio de estrategia se haya debido a otro factor, que es el mismo que me hacía a mí jugar a aquellos juegos en un principio: si el tiempo está limitado, pero tienes cientos de clones y secuelas del mismo juego, te da lo mismo no poder jugar más que unas horas a cada uno de ellos: al fin y al cabo, siempre puedes borrarlo e instalar el siguiente.
lunes, 20 de junio de 2011
Increíble apoyo al machismo...
En uno de los países más avanzados en cuanto a la protección de la mujer, sorprenden noticias como la de que el tribunal supremo de Estados Unidos haya desestimado la demanda colectiva contra Wall-Mart.
Precisamente hoy, ordenando mis papeles, me he encontrado una noticia que me recorté de El País: «Wall Mart ... enfatiza que su política prohíbe "cualquier tipo de discriminación a la vez que promueve la diversidad y garantiza un tratamiento igualitario." Pero las más de 100 declaraciones de mujeres que han aportado como base para la denuncia dibujan un escenario muy diferente. Algunas hablan de cómo a los gerentes hombres les gustaba celebrar reuniones en clubs de strippers o cómo no veían extraño reunirse por negocios en los restaurantes Hooters (donde las camareras tienen que tener grandes pechos y llevar faldas mínimas) a pesar de las quejas de las compañeras femeninas.»
En fin, supongo que, como suele suceder en estos casos, la parte demandante ha planteado mal su argumentación y la defensa ha podido desmontarla. En cualquier caso, discriminaciones como la de la gran empresa norteamericana las hay, y las seguirá habiendo, tanto allá como acá. Porque no se acaba con la desigualdad simplemente con leyes. Hay que cambiar a la gente.
Precisamente hoy, ordenando mis papeles, me he encontrado una noticia que me recorté de El País: «Wall Mart ... enfatiza que su política prohíbe "cualquier tipo de discriminación a la vez que promueve la diversidad y garantiza un tratamiento igualitario." Pero las más de 100 declaraciones de mujeres que han aportado como base para la denuncia dibujan un escenario muy diferente. Algunas hablan de cómo a los gerentes hombres les gustaba celebrar reuniones en clubs de strippers o cómo no veían extraño reunirse por negocios en los restaurantes Hooters (donde las camareras tienen que tener grandes pechos y llevar faldas mínimas) a pesar de las quejas de las compañeras femeninas.»
En fin, supongo que, como suele suceder en estos casos, la parte demandante ha planteado mal su argumentación y la defensa ha podido desmontarla. En cualquier caso, discriminaciones como la de la gran empresa norteamericana las hay, y las seguirá habiendo, tanto allá como acá. Porque no se acaba con la desigualdad simplemente con leyes. Hay que cambiar a la gente.
Libertad/Libertinaje
Que unos cuantos burgueses se disfracen de indios y tiren al agua propiedades ajenas para protestar contra unos impuestos con que se sufragarán los elevados costes de su defensa, solo porque no se sienten representados... Eso es libertad.
Que unos cuantos pelagatos pongan sus tipis en Sol y pidan que se repartan equitativamente los impuestos y que el estado defienda su soberanía, solo porque no se sienten representados... Eso, sin duda, debe de ser libertinaje.
(Original de alrededor del 1 de junio)
Que unos cuantos pelagatos pongan sus tipis en Sol y pidan que se repartan equitativamente los impuestos y que el estado defienda su soberanía, solo porque no se sienten representados... Eso, sin duda, debe de ser libertinaje.
(Original de alrededor del 1 de junio)
La Razon: ¿22.900.000 votan, 125.000 se manifiestan?
La Razón descalifica hoy las manifestaciones de ayer contraponiendo el número de votantes, 22.971.350, con el de manifestantes, 125.000.
Es una comparación fácil que no creo que estuvieran dispuestos a sufrir en las manifestaciones organizadas por su cuerda (muchos de cuyos miembros, por otra parte, están de acuerdo con varias de las reivindicaciones del #15M, aunque no se sumen a ellas por motivos éticos o estéticos).
El problema es que ese número de votantes, 22.971.350, representa sólo a algo menos de 2 de cada 3 españoles con derecho a voto, y la suma de votantes de PP, PSOE, PNV y CIU (por sumar aquellos que en las generales de 2008 obtuvieron el segundo o tercer puesto en alguna comunidad autónoma) es de 15.855.897 votantes, cifra poco mayor que la de 11.710.762 personas que se abstuvieron. Teniendo en cuenta que medio millón de votantes (exactamente, 584.012) votaron en blanco y casi 400.000 (389.506) votos fueron nulos, esto arroja aproximadamente (*) la asombrosa cantidad de 28.540.177 votantes que no estaban de acuerdo con el PP, con el PSOE, con el PNV o con CIU... En una relación de más de 1,25 a 1 con los votantes de los partidos mayoritarios de cada circunscripción.
(*) Aproximadamente... usando los datos del ministerio del interior, donde no cuadran las cuentas: Votos totales=22.971.350; votos de todos los partidos elegidos + resto=21.993.987; votos a todos + resto + blanco=22.577.999; votos de todos los elegidos + resto + blanco + nulos=22.967.505, que excede la cantidad de votos totales.
Es una comparación fácil que no creo que estuvieran dispuestos a sufrir en las manifestaciones organizadas por su cuerda (muchos de cuyos miembros, por otra parte, están de acuerdo con varias de las reivindicaciones del #15M, aunque no se sumen a ellas por motivos éticos o estéticos).
El problema es que ese número de votantes, 22.971.350, representa sólo a algo menos de 2 de cada 3 españoles con derecho a voto, y la suma de votantes de PP, PSOE, PNV y CIU (por sumar aquellos que en las generales de 2008 obtuvieron el segundo o tercer puesto en alguna comunidad autónoma) es de 15.855.897 votantes, cifra poco mayor que la de 11.710.762 personas que se abstuvieron. Teniendo en cuenta que medio millón de votantes (exactamente, 584.012) votaron en blanco y casi 400.000 (389.506) votos fueron nulos, esto arroja aproximadamente (*) la asombrosa cantidad de 28.540.177 votantes que no estaban de acuerdo con el PP, con el PSOE, con el PNV o con CIU... En una relación de más de 1,25 a 1 con los votantes de los partidos mayoritarios de cada circunscripción.
(*) Aproximadamente... usando los datos del ministerio del interior, donde no cuadran las cuentas: Votos totales=22.971.350; votos de todos los partidos elegidos + resto=21.993.987; votos a todos + resto + blanco=22.577.999; votos de todos los elegidos + resto + blanco + nulos=22.967.505, que excede la cantidad de votos totales.
martes, 14 de junio de 2011
Solana
¿Habéis visto en el cielo una luz horriblemente redonda?
Sabed que ese astro arroja contra vosotros la irresistible energía de sus fotones.
Es por ello que, cuando los días se alargan,
renuncio a exponer mi piel a sus rayos como lo haría el vulgo.
Prefiero torrarme lentamente, encerrado en mis ropas,
antes que sentir su lengua de fuego tostando mi piel desnuda.
domingo, 12 de junio de 2011
Derecho a Matar: El caso Marigault (2)
Güendolín Amigo había intentado en vano averiguar de dónde venía el poeta cuando se estrelló en el coche, camino de su casa.
—No nos consta que hubiera visitado a ninguno de sus amigos; es más, ninguno vive en esa dirección. Parece como si el poeta hubiera estado volviendo de un fin de semana en la sierra de Gredos.
—¿Has comprobado si hizo reserva en algún hotel?
—No se alojó en ningún hotel ni pensión.
—¿Y en una casa particular? ¿Alguno de sus conocidos tiene un chalet por allí?
—No; algunos veranean en Marbella; otros en el Algarve; otros tienen casas en la sierra de Madrid... Pero ninguno en Ávila, ni en Salamanca... Ni siquiera en Cáceres, Toledo o Castelo Branco.
—¿Revisaste también los cámpings?
—La verdad es que no me imagino al sexagenario Marigault durmiendo en un cámping; pero sí, lo he comprobado. Y con todo este follón mediático, seguro que cualquiera que lo hubiera visto, aunque fuera tomándose un café, habría llamado para decírnoslo.
La unidad de investigación criminal había perdido la costumbre de analizar los escenarios del crimen. Sin embargo, en los últimos años habían mejorado las técnicas psicológicas de interrogatorio. Así que decidimos llamar a declarar a los sospechosos.
María Martins llegó acompañada de un hombre de mediana edad vestido con un traje barato al que llamó su abogado.
—¿Cuándo fue la última vez que vio a Marigault?
—Hará seis meses. En una fiesta en casa de la señora Osorio. Me montó una escena y tomé un taxi a casa. No le volví a ver.
—¿Puede ser más explícita? ¿Qué quiere decir cuando dice que «le montó una escena»?
—Decía que me había visto flirteando con uno de sus alumnos. Es muy celoso, ¿sabe?
—¿Y qué hay de cierto en ello?
—¿Importaría algo si les dijese que era verdad?
La mirada que dirigió a Expósito hubiera desarmado al más frío de los hombres. La subinspectora Amigo, reconociendo la perversidad de aquella arpía de clase alta, decidió tomar las riendas de la entrevista.
—Y ese... alumno... ¿Recibió algún tipo de represalia por parte de François? ¿Podría tener algo contra él?
—No lo creo. Lo que tuvimos no fue tan serio como para llegar a eso. Fue... uno de tantos.
—¿Alguno más serio?
—Después de dejarlo con François decidí que no me apetecía tener nada serio, al menos por una temporada. Así que lo siento, pero no puedo darles ningún nombre.
Dos días después, interrogamos al profesor Sulpicio Tostón, un compañero de trabajo del señor Marigault en la universidad Luis XIV de Madrid. El señor Tostón era, al parecer, el último ser humano que había visto a la víctima con vida.
— Así que estuvo tomando café en su casa hasta las cinco del viernes. ¿Le dijo si tenía intención de ir a alguna parte?
— No me dijo que fuera a irse de fin de semana; de hecho, aquel sábado jugaba el Madrid contra el Girondins en el Bernabéu, y él llevaba tiempo diciendo que deseaba ver el partido.
— Así que el equipo de su ciudad natal viene a jugar a Madrid y él se va a otro lugar... Extraño, pero ¿pudo recibir alguna noticia que le hiciera cambiar de opinión?
— Bueno, no lo sé... ¿Una llamada de su hijo?
Hasta aquel momento no teníamos noticia de que Marigault hubiera tenido ningún hijo.
— ¿Su hijo? ¿Tenía un hijo?
— ¿No está en su base de datos? Claro, es de Franglaterra. Franglaterra no forma parte de la Unión Magrebí... Frank White. Tomó el apellido de su madre... Una catedrática de Filosofía Política con la que Marigault tuvo una tormentosa relación. No llegaron a casarse.
— ¿Y Frank le podría haber hecho ir hacia Ávila?
— Él estudia un máster en Antropología Social y Cultural. Está estudiando los rituales de paso en Frestugal, entre las fronteras
—No nos consta que hubiera visitado a ninguno de sus amigos; es más, ninguno vive en esa dirección. Parece como si el poeta hubiera estado volviendo de un fin de semana en la sierra de Gredos.
—¿Has comprobado si hizo reserva en algún hotel?
—No se alojó en ningún hotel ni pensión.
—¿Y en una casa particular? ¿Alguno de sus conocidos tiene un chalet por allí?
—No; algunos veranean en Marbella; otros en el Algarve; otros tienen casas en la sierra de Madrid... Pero ninguno en Ávila, ni en Salamanca... Ni siquiera en Cáceres, Toledo o Castelo Branco.
—¿Revisaste también los cámpings?
—La verdad es que no me imagino al sexagenario Marigault durmiendo en un cámping; pero sí, lo he comprobado. Y con todo este follón mediático, seguro que cualquiera que lo hubiera visto, aunque fuera tomándose un café, habría llamado para decírnoslo.
La unidad de investigación criminal había perdido la costumbre de analizar los escenarios del crimen. Sin embargo, en los últimos años habían mejorado las técnicas psicológicas de interrogatorio. Así que decidimos llamar a declarar a los sospechosos.
María Martins llegó acompañada de un hombre de mediana edad vestido con un traje barato al que llamó su abogado.
—¿Cuándo fue la última vez que vio a Marigault?
—Hará seis meses. En una fiesta en casa de la señora Osorio. Me montó una escena y tomé un taxi a casa. No le volví a ver.
—¿Puede ser más explícita? ¿Qué quiere decir cuando dice que «le montó una escena»?
—Decía que me había visto flirteando con uno de sus alumnos. Es muy celoso, ¿sabe?
—¿Y qué hay de cierto en ello?
—¿Importaría algo si les dijese que era verdad?
La mirada que dirigió a Expósito hubiera desarmado al más frío de los hombres. La subinspectora Amigo, reconociendo la perversidad de aquella arpía de clase alta, decidió tomar las riendas de la entrevista.
—Y ese... alumno... ¿Recibió algún tipo de represalia por parte de François? ¿Podría tener algo contra él?
—No lo creo. Lo que tuvimos no fue tan serio como para llegar a eso. Fue... uno de tantos.
—¿Alguno más serio?
—Después de dejarlo con François decidí que no me apetecía tener nada serio, al menos por una temporada. Así que lo siento, pero no puedo darles ningún nombre.
Dos días después, interrogamos al profesor Sulpicio Tostón, un compañero de trabajo del señor Marigault en la universidad Luis XIV de Madrid. El señor Tostón era, al parecer, el último ser humano que había visto a la víctima con vida.
— Así que estuvo tomando café en su casa hasta las cinco del viernes. ¿Le dijo si tenía intención de ir a alguna parte?
— No me dijo que fuera a irse de fin de semana; de hecho, aquel sábado jugaba el Madrid contra el Girondins en el Bernabéu, y él llevaba tiempo diciendo que deseaba ver el partido.
— Así que el equipo de su ciudad natal viene a jugar a Madrid y él se va a otro lugar... Extraño, pero ¿pudo recibir alguna noticia que le hiciera cambiar de opinión?
— Bueno, no lo sé... ¿Una llamada de su hijo?
Hasta aquel momento no teníamos noticia de que Marigault hubiera tenido ningún hijo.
— ¿Su hijo? ¿Tenía un hijo?
— ¿No está en su base de datos? Claro, es de Franglaterra. Franglaterra no forma parte de la Unión Magrebí... Frank White. Tomó el apellido de su madre... Una catedrática de Filosofía Política con la que Marigault tuvo una tormentosa relación. No llegaron a casarse.
— ¿Y Frank le podría haber hecho ir hacia Ávila?
— Él estudia un máster en Antropología Social y Cultural. Está estudiando los rituales de paso en Frestugal, entre las fronteras
Derecho al Homicidio: El caso Marigault (1)
Estaba claro que María Martins se sentía incómoda. Aunque les había recibido amablemente en su casa y les había servido unos cafés, su lenguaje corporal la traicionaba. Había sido capaz de mantener los ojos —aquellos ojos de un azul casi grisáceo— clavados en suyos, sin rehuír su mirada. También había evitado que su clara piel pecosa se ruborizase ante las insinuaciones de los policías. Pero su mano no paraba de acariciar una y otra vez la larga melena roja que caía entre sus hombros.
El inspector Usmaíl Expósito y su ayudante, Güendolín Amigo, se extrañaban de que aquella mujer no quisiese colaborar. Habían comprobado en la base de datos que estaba absolutamente limpia, y que no tenía nada que perder. Pero conocían a esta gente de clase alta: seguro que no hablaría sin que estuviese presente un abogado.
—¿Dicen ustedes que ha muerto François Marigault? ¡El bueno de François! ¿Y por qué han creído conveniente comunicármelo?
—Es posible que no se trate de un accidente. Pero nadie ha reclamado su homicidio.
—¿Y creen que yo podría saber quién...?
—Usted fue su amante hasta hace seis meses. Parece que le dedicó a usted su último volumen de poemas.
—En efecto, estuvimos muy unidos. Pero, como usted dice, hacía seis meses que no nos veíamos.
—Tenemos entendido —dijo el inspector Expósito&mdash que su ruptura no fue muy... cordial. De hecho, el último poema de su libro acaba con un verso muy... desagradable.
—«Es tu espalda / el rubicundo lomo de la vulpeja» —terció la subinspectora Amigo— ¿Sabe lo que es una vulpeja?
Aquella pregunta era un mero recurso retórico. María Martins, académica del Instituto de Lexicologia de la Academia das Ciências y correspondiente de la Real Academia Española, sabía perfectamente que una vulpeja era el cánido Vulpes vulpes, llamado en román paladino vulpeja, raposa o zorra, hasta que este último término se desprestigió y se comenzó a utilizar el masculino para denominar a aquel animal. Era bastante probable que María conociera también las connotaciones que habían acabadado por convertir en tabú las formas femeninas del vocablo, así que Expósito llevó la conversación de nuevo a su terreno:
—Escuche: no tenemos intención de acusarla de nada, pero en cuarenta y ocho horas pasará a ser oficialmente un homicidio no declarado, penado con hasta veinte años de cárcel. Así que, si usted tiene alguna idea de quién ha sido, le recomendamos que le diga que hable con un abogado para hacer una declaración antes de que expire el plazo.
Cuando terminaron el café, la señora Martins les acompañó a la puerta con una sonrisa. Nada en sus gestos hacía ver que le hubieran producido impresión alguna las palabras de Martins. De hecho, había dejado de tocarse el pelo.
De vuelta en el coche, Güendolín conducía irritada por la frustración que le había producido la superioridad de aquella mujer.
—¿Ha tenido algún homicidio no declarado antes, jefe?
—Casi todos se reclaman en el plazo previo de setenta y dos horas. Sólo en un par de ocasiones hemos llegado a recurrir a las cuarenta y ocho horas de gracia.
—¿Y qué sucedió?
—Cantaron de plano. Estaban completamente limpios, así que se libraron con la anotación relativa al agotamiento del derecho al homicidio.
—¿Cree que eran los culpables de verdad?
—No me pagan para saber eso. Me da igual si alguien les ofreció un buen trato; lo importante es que triunfó la justicia y las víctimas cobraron su indemnización.
—Pero, ¿y si no eran culpables?
—¡Parece mentira que lleves quince años en esto, Amigo! Ya deberías saber que todo el mundo es culpable.
Dos días después, el departamento de policía era un hervidero de gente. ¡Hacía tanto tiempo que no se había producido un homicidio sin declarar! ¡Y tenía que ser precisamente el de una celebridad pública, el poeta Marigault! Cierto que casi todo el mundo pensaba que sus poemas habían sido escritos por Paco Heredia, el cantaor que los había popularizado a través de videos musicales. Pero seguía siendo una gran pérdida.
Usmaíl Expósito estaba convencido de que María Martins era culpable, pero le parecía inconcebible que se arriesgase a pagar con veinte años de cárcel la muerte del poeta... Especialmente absurdo cuando Marigault no tenía hijos y había muerto sin cambiar su testamento, y por tanto, ella heredaría todo el dinero, sin tener que pagar indemnización alguna.
Aunque el jefe del departamento comenzaba a barajar la hipótesis de que la muerte hubiera sido realmente accidental, había demasiados detalles que parecían desmentirlo. Estaba la rotura en el circuito de freno, demasiado limpia para ser accidental. Estaba el testimonio del camionero, que indicó que el coche había intentado esquivarle sin frenar, como también testimoniaba la falta de rodadas en el asfalto. Y, por último, estaban los cien miligramos de metil- diazepinona encontrados en su sangre.
(Continuará)
El inspector Usmaíl Expósito y su ayudante, Güendolín Amigo, se extrañaban de que aquella mujer no quisiese colaborar. Habían comprobado en la base de datos que estaba absolutamente limpia, y que no tenía nada que perder. Pero conocían a esta gente de clase alta: seguro que no hablaría sin que estuviese presente un abogado.
—¿Dicen ustedes que ha muerto François Marigault? ¡El bueno de François! ¿Y por qué han creído conveniente comunicármelo?
—Es posible que no se trate de un accidente. Pero nadie ha reclamado su homicidio.
—¿Y creen que yo podría saber quién...?
—Usted fue su amante hasta hace seis meses. Parece que le dedicó a usted su último volumen de poemas.
—En efecto, estuvimos muy unidos. Pero, como usted dice, hacía seis meses que no nos veíamos.
—Tenemos entendido —dijo el inspector Expósito&mdash que su ruptura no fue muy... cordial. De hecho, el último poema de su libro acaba con un verso muy... desagradable.
—«Es tu espalda / el rubicundo lomo de la vulpeja» —terció la subinspectora Amigo— ¿Sabe lo que es una vulpeja?
Aquella pregunta era un mero recurso retórico. María Martins, académica del Instituto de Lexicologia de la Academia das Ciências y correspondiente de la Real Academia Española, sabía perfectamente que una vulpeja era el cánido Vulpes vulpes, llamado en román paladino vulpeja, raposa o zorra, hasta que este último término se desprestigió y se comenzó a utilizar el masculino para denominar a aquel animal. Era bastante probable que María conociera también las connotaciones que habían acabadado por convertir en tabú las formas femeninas del vocablo, así que Expósito llevó la conversación de nuevo a su terreno:
—Escuche: no tenemos intención de acusarla de nada, pero en cuarenta y ocho horas pasará a ser oficialmente un homicidio no declarado, penado con hasta veinte años de cárcel. Así que, si usted tiene alguna idea de quién ha sido, le recomendamos que le diga que hable con un abogado para hacer una declaración antes de que expire el plazo.
Cuando terminaron el café, la señora Martins les acompañó a la puerta con una sonrisa. Nada en sus gestos hacía ver que le hubieran producido impresión alguna las palabras de Martins. De hecho, había dejado de tocarse el pelo.
De vuelta en el coche, Güendolín conducía irritada por la frustración que le había producido la superioridad de aquella mujer.
—¿Ha tenido algún homicidio no declarado antes, jefe?
—Casi todos se reclaman en el plazo previo de setenta y dos horas. Sólo en un par de ocasiones hemos llegado a recurrir a las cuarenta y ocho horas de gracia.
—¿Y qué sucedió?
—Cantaron de plano. Estaban completamente limpios, así que se libraron con la anotación relativa al agotamiento del derecho al homicidio.
—¿Cree que eran los culpables de verdad?
—No me pagan para saber eso. Me da igual si alguien les ofreció un buen trato; lo importante es que triunfó la justicia y las víctimas cobraron su indemnización.
—Pero, ¿y si no eran culpables?
—¡Parece mentira que lleves quince años en esto, Amigo! Ya deberías saber que todo el mundo es culpable.
Dos días después, el departamento de policía era un hervidero de gente. ¡Hacía tanto tiempo que no se había producido un homicidio sin declarar! ¡Y tenía que ser precisamente el de una celebridad pública, el poeta Marigault! Cierto que casi todo el mundo pensaba que sus poemas habían sido escritos por Paco Heredia, el cantaor que los había popularizado a través de videos musicales. Pero seguía siendo una gran pérdida.
Usmaíl Expósito estaba convencido de que María Martins era culpable, pero le parecía inconcebible que se arriesgase a pagar con veinte años de cárcel la muerte del poeta... Especialmente absurdo cuando Marigault no tenía hijos y había muerto sin cambiar su testamento, y por tanto, ella heredaría todo el dinero, sin tener que pagar indemnización alguna.
Aunque el jefe del departamento comenzaba a barajar la hipótesis de que la muerte hubiera sido realmente accidental, había demasiados detalles que parecían desmentirlo. Estaba la rotura en el circuito de freno, demasiado limpia para ser accidental. Estaba el testimonio del camionero, que indicó que el coche había intentado esquivarle sin frenar, como también testimoniaba la falta de rodadas en el asfalto. Y, por último, estaban los cien miligramos de metil- diazepinona encontrados en su sangre.
(Continuará)
viernes, 10 de junio de 2011
El reto de la semana... Libros de texto
Un personaje cuyo nombre de pila suele hacerse rimar con "listo" y cuyos apellidos son los de dos actuales (a 1 junio 2011) presidentes latinoamericanos publicó numerosos libros de texto en compañía de un famoso filólogo (hoy desaparecido) que se dedicaba a lanzar algo contra las palabras en el ABC, y después en otro periódico.
Precisamente el logotipo con que este otro periódico adornaba su cabecera tuvo durante mucho tiempo una evidente falta de ortografía, ocasionada por una estructura silábica que en anatomía es una abertura en un músculo cuyo nombre hace pensar al fotógrafo en una parte de la cámara.
Para superar el reto hay que responder a las siguientes preguntas:
1) ¿Cuál es el nombre del primer personaje?
2) ¿Cuál es el nombre del famoso filólogo?
3) ¿Qué lanzaba contra las palabras?
4) ¿Además de ABC, en qué periódico publicaba sus artículos el famoso filólogo?
5) ¿Qué falta de ortografía tenía este periódico en su cabecera?
6) ¿Cómo se llama esa estructura silábica?
7) ¿Qué músculo tiene el nombre de una parte de la cámara?
Precisamente el logotipo con que este otro periódico adornaba su cabecera tuvo durante mucho tiempo una evidente falta de ortografía, ocasionada por una estructura silábica que en anatomía es una abertura en un músculo cuyo nombre hace pensar al fotógrafo en una parte de la cámara.
Para superar el reto hay que responder a las siguientes preguntas:
1) ¿Cuál es el nombre del primer personaje?
2) ¿Cuál es el nombre del famoso filólogo?
3) ¿Qué lanzaba contra las palabras?
4) ¿Además de ABC, en qué periódico publicaba sus artículos el famoso filólogo?
5) ¿Qué falta de ortografía tenía este periódico en su cabecera?
6) ¿Cómo se llama esa estructura silábica?
7) ¿Qué músculo tiene el nombre de una parte de la cámara?
martes, 7 de junio de 2011
Derecho a matar: Honrarás...
Incluso para la relajada moral frestuguesa, Eneas Noé quedará siempre en la memoria como un impío maltratador de ancianos. Él siempre afirmó que había actuado dentro de la ley y amparándose en su derecho constitucional al homicidio: triquiñuelas de abogado, claro está. ¡Malditos picapleitos!
Indignado por una nueva ley que según él discriminaba a los trabajadores jóvenes frente aquellos que llevaban más años en el ejercicio de sus profesiones, su maledicencia le llevó a afirmar que los sindicalistas, maduros y próximos a la edad de jubilación, habían cedido ante las reivindicaciones de patronal y gobierno a cambio de que se salvasen los privilegios de su propia generación. ¡Injurias propias de un demente!
Ofuscada su mente con estos pensamientos, irrumpió en el Colegio de Abogados acompañado de un centenar de personas que compartían las mismas creencias. Pidió el carnet a todos y cada uno de los presentes e hizo dos grupos: los menores de cuarenta años, a la izquierda. Los mayores, a la derecha.
El anciano Jublot, el antiguo ministro de trabajo que continuaba trabajando en el sindicato a sus setenta años, se olió lo peor e intentó rebelarse. Eneas hizo un gesto a cuatro de sus secuaces, que lo inmovilizaron, le cortaron las piernas y lo lanzaron por la ventana luego de una fenomenal paliza. Todos los que secundaron a Jublot fueron asimismo torturados hasta la muerte: a Jerónimo Gamasa, el abogado de los pobres, le amputaron la última falange de cada dedo con la guillotina de cortar las octavillas; a Koldo Martínez, el secretario del sindicato, le arrancaron uno a uno todos los dientes empleando un pisapapeles; incluso a la joven Eva Branco, una secretaria que trató de parar la masacre, le cubrieron de grapas toda la espalda. Al resto, hasta llegar a cien, los mataron a tiros.
El impío Eneas Noé adujo en su juicio que tanto él como cada uno de sus socios se habían limitado a matar a una persona por cabeza, de forma que la ley sobre el homicidio les amparaba. Así que el fiscal tuvo que conformarse con los cargos de tortura por el trato dado a Jublot. El juicio no llegó a celebrarse; a pesar de ello, la justicia triunfó.
Un grupo de honrados ciudadanos asaltó los calabozos de los tribunales y se llevó a rastras al criminal hasta la plaza mayor, donde ya estaba preparada la pira. Eneas, al conocer su final, lloró, pataleó, pidió clemencia. No se sabe quién prendió la llama, aunque posteriormente el fiscal quiso arrogarse todo el mérito.
La hoguera ardió durante la primera media hora con un fuego débil que permitió al reo reflexionar sobre su crimen. Murió, según la autopsia, sofocado por el humo antes de que su carne mortal prendiera. Sin embargo, el público esperó hasta que su cuerpo se redujo a cenizas.
Indignado por una nueva ley que según él discriminaba a los trabajadores jóvenes frente aquellos que llevaban más años en el ejercicio de sus profesiones, su maledicencia le llevó a afirmar que los sindicalistas, maduros y próximos a la edad de jubilación, habían cedido ante las reivindicaciones de patronal y gobierno a cambio de que se salvasen los privilegios de su propia generación. ¡Injurias propias de un demente!
Ofuscada su mente con estos pensamientos, irrumpió en el Colegio de Abogados acompañado de un centenar de personas que compartían las mismas creencias. Pidió el carnet a todos y cada uno de los presentes e hizo dos grupos: los menores de cuarenta años, a la izquierda. Los mayores, a la derecha.
El anciano Jublot, el antiguo ministro de trabajo que continuaba trabajando en el sindicato a sus setenta años, se olió lo peor e intentó rebelarse. Eneas hizo un gesto a cuatro de sus secuaces, que lo inmovilizaron, le cortaron las piernas y lo lanzaron por la ventana luego de una fenomenal paliza. Todos los que secundaron a Jublot fueron asimismo torturados hasta la muerte: a Jerónimo Gamasa, el abogado de los pobres, le amputaron la última falange de cada dedo con la guillotina de cortar las octavillas; a Koldo Martínez, el secretario del sindicato, le arrancaron uno a uno todos los dientes empleando un pisapapeles; incluso a la joven Eva Branco, una secretaria que trató de parar la masacre, le cubrieron de grapas toda la espalda. Al resto, hasta llegar a cien, los mataron a tiros.
El impío Eneas Noé adujo en su juicio que tanto él como cada uno de sus socios se habían limitado a matar a una persona por cabeza, de forma que la ley sobre el homicidio les amparaba. Así que el fiscal tuvo que conformarse con los cargos de tortura por el trato dado a Jublot. El juicio no llegó a celebrarse; a pesar de ello, la justicia triunfó.
Un grupo de honrados ciudadanos asaltó los calabozos de los tribunales y se llevó a rastras al criminal hasta la plaza mayor, donde ya estaba preparada la pira. Eneas, al conocer su final, lloró, pataleó, pidió clemencia. No se sabe quién prendió la llama, aunque posteriormente el fiscal quiso arrogarse todo el mérito.
La hoguera ardió durante la primera media hora con un fuego débil que permitió al reo reflexionar sobre su crimen. Murió, según la autopsia, sofocado por el humo antes de que su carne mortal prendiera. Sin embargo, el público esperó hasta que su cuerpo se redujo a cenizas.
viernes, 3 de junio de 2011
El reto de la semana... Indígenas en Burgos
Vuelvo tras una larga temporada a proponeros retos para que busquéis información en internet. Esta vez abandonaré el soporte inicial (Yahoo Answers) y optaré por retaros desde este mismo blog, copiando después el reto a Facebook. Respuestas aquí o en facebook...
El nombre que se dan a sí mismos los cazadores-recolectores del Kalahari es en español apócope de una palabra que sólo puede aparecer sin apocopar ante cuatro nombres distintos.
Uno de estos nombres es el de un personaje nacido en una localidad de alcohólico nombre y muerto en la provincia de Burgos.
En el lugar donde murió dicho personaje se conservaban hasta la desamortización de Mendizábal unos documentos importantes para la historia de nuestra lengua, que ahora se hallan en el extranjero.
Ganará el reto quien sea capaz de contestar:
1) Qué nombre se dan a sí mismos los cazadores del Kalahari.
2) De qué palabra es apócope.
3) Ante qué cuatro nombres puede aparecer.
4) Cuál es el nombre de la localidad "de alcohólico nombre"
5) Cuál es el nombre del personaje allí nacido.
6) Cuál es el nombre de la localidad en que murió.
7) Qué documentos importantes se perdieron, y
8) En qué país extranjero se conservan actualmente dichos documentos.
El nombre que se dan a sí mismos los cazadores-recolectores del Kalahari es en español apócope de una palabra que sólo puede aparecer sin apocopar ante cuatro nombres distintos.
Uno de estos nombres es el de un personaje nacido en una localidad de alcohólico nombre y muerto en la provincia de Burgos.
En el lugar donde murió dicho personaje se conservaban hasta la desamortización de Mendizábal unos documentos importantes para la historia de nuestra lengua, que ahora se hallan en el extranjero.
Ganará el reto quien sea capaz de contestar:
1) Qué nombre se dan a sí mismos los cazadores del Kalahari.
2) De qué palabra es apócope.
3) Ante qué cuatro nombres puede aparecer.
4) Cuál es el nombre de la localidad "de alcohólico nombre"
5) Cuál es el nombre del personaje allí nacido.
6) Cuál es el nombre de la localidad en que murió.
7) Qué documentos importantes se perdieron, y
8) En qué país extranjero se conservan actualmente dichos documentos.
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