«Nos sobran los filósofos de borrachera. Los que saben cambiar al mundo pero ignoran que forman parte de una maquinaria voraz porque proponer podemos hacerlo todos, pero la diferencia se hace en las calles, en la vida diaria, con acciones concretas, no con saliva gastada y efímera. La rebeldía no se encuentra fumando Marlboro, ni bebiendo Corona. Uno no lucha contra el sistema fumando marihuana. La juventud desde hace mucho tiempo repite el vicio del mundo, el ciclo capitalista, el ciclo de depravación. Y yo digo que seamos radicales por primera vez en la historia. Al gobierno le conviene que estemos en los bares y las discotecas, ya que es la forma más fácil de controlar a las masas, de adormecer al sector de la sociedad que unida no podrá ser detenida jamás.»
Es una cita del blog de Davo Valdés, hablando de México, donde las cosas están mucho más crudas, en abril de este año. Pero nos podríamos aplicar el cuento.
Durante mucho tiempo nos hemos rebelado con palabras, sólo palabras, y hemos canalizado esa rebeldía por los cauces que nos indicaba la publicidad. Beber ciertas cosas, fumar ciertas cosas, vestir ciertas cosas, hacer ciertos deportes eran la forma de expresar el radicalismo y la rebeldía, pasando por caja, por supuesto.
Espero que la nueva juventud conduzca su rabia hacia el cambio real. Pero algo se ensombrece en mi al pensar que dicho cambio se haga a fuerza de caros teléfonos de última generación.
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