Es curioso que elaumento de la laicidad, e incluso del descreimiento, hayan ido acompañados por un resurgimiento del paganismo, como si los ritos primero condenados y finalmente asimilados por la Iglesia se valorasen por la vieja prohibición -hace siglos olvidada-, más que por lo que tienen de ritos. Es lo que sucede con las fiestas solares -Navidad, San Juan, Todos los Santos-, o con la Pascua Florida y las Carnestolendas.
Puede argumentarse que en el caso de estas últimas si hubo recientemente una prohibición procedente de un poder que se sentía respaldado por la iglesia, o que tiene sus raíces en la necesidad biológica de dar salida a la carne cazada tiempo atrás antes de que se estropée, a la vez que se acumulan reservas para el invierno. Puede objetarse también que es dudosa, por su fecha, la existencia de una fiesta pagana para San Valentín, que este año todos los laicos festejarán entre el ruido de las comparsas. Puede que tengan razón quienes afirman que, al fin y al cabo, las fiestas persisten más allá de las religiones por esa mezcla de hedonismo y masoquismo -instintos elementales, al fin y al cabo- que imperan en la cabalgata y la procesión. Y que, en realidad, nos da lo mismo el origen de la fiesta mientras, para bien o para mal, sea fiesta. Comamos y bebamos, que mañana habrá crisis.
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