BADJOKO, Lucien; CLARENS, Katia: Yo fui un niño soldado, Barcelona, EntreLibros, 2006
169 páginas
ISBN: 84-96517-12-8
Género: Biografía.
Precio: 1 EUR (segunda mano, librería Riudavets, Madrid, 28014 Madrid)
No suelo ser aficionado a leer historias basadas en hechos reales, y menos cuando tienen, como en este caso, el objetivo de denunciar alguna situación. Mi horror a lo folletinesco, al amarillismo, a la lágima fácil y a la estética de telefilme suele prevenirme contra cualquier tentación de recalar en biografías como esta, memorias del protagonista de un hecho espantoso puestas negro sobre blanco por un (una, en este caso) profesional de la escritura.
Y, sin embargo, la historia de Badjoko me había resultado llamativa cuando la leí en algún periódico, hará unos años, y me siguió cautivando cuando, hace unos meses, volvieron a hablar de ella, no recuerdo a cuento de qué (y google tampoco me lo dice). El caso es que cuando a principios de octubre lo vi en Riudavets, no pude sino comprarlo. Al principio pensé en regalárselo a mi hermana, amante de libros similares, pero he terminado leyéndomelo... de un tirón.
Yo fui un niño soldado es un libro brevísimo y apasionante que recoge la intensa y peligrosa vida de Lucien, un muchacho congoleño de buena familia que, seducido por las películas de acción y una breve experiencia en un campamento Mai-Mai, decide enrolarse en la guerrilla multinacional que derrocó a Mobutu e instauró la República Democrática del Congo.
El libro comienza in medias res, a partir de la última escaramuza librada por el protagonista. A partir de ella, reflexiona sobre los pasos que le llevaron a alistarse, su vida como novato y luego como instructor, su llegada al frente, el avance de los rebeldes hasta Kinshasa, la vida despótica y triunfal de los
kadogos, los niños soldado, en la capital y las luchas internas entre las distintas facciones que auparon a Kabila.
Hay episodios de tremenda violencia, como uno en el que los kadogos, siempre acompañados de las milicias tutsi, llegan a un poblado hutu y, después de acabar con toda resistencia, masacran a la población civil:
A mi lado estaba aquel soldado [...] estaba claro que no conocía el estilo de los tutsis, pues durante la masacre lo vi agitarse y jurar para sus adentros. ¿De dónde había salido? ¿Acaso no había recibido instrucción? Al cabo de poco no pudo más y se rebeló
—¿por qué matamos inocentes? ¡Sólo buscábamos militares!
Me dio lástima; sabía que iba a meterse en un lío muy serio. Un cabo primero tutsi se acercó a nosotros, sacó una pistola y le disparó un tiro en la cabeza
A lo largo del libro queda claro que Lucien no es ningún angelito. No duda en golpear, engañar, violar o mutilar. Y, aunque se nos ha narrado el brutal proceso de instrucción mediante el cual los ruandeses han despertado los instintos asesinos de los niños-soldado, algo nos hace sospechar que hay algo más. Lucien nos da una clave: los niños no conocen lo que es la muerte, y por tanto no respetan la vida. "Yo iba a la guerra como quien va a la escuela".
Y, sin embargo, él se da cuenta de que es un superviviente rodeado de cadáveres: su compañero de colegio, muerto durante la instrucción; de sus compañeros de armas; de su comandante, depurado por el régimen... Y, sobre todo del resto de los kadogos, que, a diferencia de él, no han tenido una educación que les permita ganarse la vida sin recurrir a las armas.