lunes, 9 de junio de 2008

Aburrimiento...

No debería tener tiempo para aburrirme, porque hemos entrado en esa época en que me paso el día estresado. Sin embargo, el hecho de que el examen que debía celebrar hoy haya sido pospuesto a causa de las pruebas de conocimientos generales de lengua (quizá debería escribir aquí alguna de las preguntas y las soluciones, pero es que creo que hay institutos donde no se han celebrado hoy), y el que haya (por un año) presentado mi declaración y solucionado los diversos marrones relacionados me dan un par de tardes de libertad que malgasto como puedo.
Uno de esos medios para malgastar el tiempo es abrir una cuenta en google appserver y tratar de crear una aplicación usando python, un lenguaje de programación que no me gusta y no entiendo. Para ser un lenguaje de programación orientado a objetos, me parece demasiado complicado. Ni en el manual de google ni en los de los módulos a los que se remite dejan claras todas las propiedades y métodos del lenguaje, que, para mi, tiene lo peor de visual basic (esos objetos-salchicha que alargan la línea ad infinitum) unido a lo peor de lisp (las definiciones crípticas como el enigmático operador lambda: aunque lo comprendía cuando estudié semántica hace diez años, mi cerebro ya no es tan ágil), unido a lo peor de fortran (dejémoslo claro: si a mis alumnos les cuesta dejar margen, no habría para ellos nada más diabólico que un lenguaje donde la indentación no es una orientación sino que define la estructura del programa).

Otro es seguir jugando a nethack, estrellándome cada vez antes de llegar al nivel 7 (sólo lo superé en una ocasión) a causa de la codicia (¿cómo voy a dejar pasar una fuente potencialmente cargada de agua mágica sin beber de ella?), el hambre (66% de las veces muero sin comida, o envenenado por ella) o los descuidos (corro sin mirar la pantalla y acabo golpeando a un ser amistoso, que me vapulea).

Y aunque persisto con python y con nethack, creo que quizá debería hacer otra cosa. No sé, salir, ir a la feria del libro... Claro que, la última vez que pasé por allí, volví con los brazos destrozados y ocho kilos de publicaciones institucionales en ellos (me acompañaba mi hermana, opositora obsesionada por recopilar información). Para eso, prefiero quedarme en casa.

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