Todo fluye, todo cambia. Incluso la roca más inmóvil es limada por el río del tiempo. Al menos, eso es lo que me gustaría pensar.
Y no que el cambio experimentado por algo tan rígido y apegado a la tradición como el lenguaje forense se deba al miedo, al eufemismo, a la apropiación del lenguaje por unos pocos.
¿Qué significaba «mayor» en 1931 y qué significa «mayor» ahora? ¿Qué se entendía por «dependencia» en 1981 y qué se entiende por «dependencia» ahora? ¿Qué era DEMOCRACIA en 1978 y qué es democracia ahora? Ni el lenguaje judicial, que siente horror ante la polisemia como los cuerpos al vacío, ha resistido a esta corriente que todo lo araña.
Todo fluye, todo cambia. El tiempo que huye, inexorable, arrastra tras él las palabras como los recuerdos.
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