Supongo que todos habéis leído la noticia del rapapolvo que el estado español, y más concretamente la Generalitat Valenciana, se ha llevado en Europa. Pero quizá no sepáis que la cosa viene de largo Creía yo que había escrito aquí un artículo sobre ello en mi blog hace unos meses, pero altavista no lo ve, y aunque la busqueda restringida de google suele fallar, altavista siempre funciona. Así que, evidentemente, no lo escribí.
Pero es importante decir lo que pone en él, porque es una información que, aunque ha aparecido en la prensa estos días, ha sido silenciada en la televisión. La Unión Europea no se ha quejado sólo de la urbanización abusiva en cuanto a la explotación del medio ambiente, sino que también se ha quejado de la urbanización abusiva en cuanto a la explotación del ciudadano.
Y es que hacía cosa de seis meses que había visto en el suplemento Crónica de El Mundo que los extranjeros residentes en Valencia, incluso los que habían comprado sus casas legalmente, se habían visto obligados de improviso a pagar elevadísimas sumas por la urbanización de sus parcelas, pagos acompañados por la oferta de adquisición de sus tierras. Pero seis meses antes de ver eso había visto en el mismo diario elogios al sistema urbanístico de Valencia, en el que no sólo todo es urbanizable (pues lo mismo ocurre en Madrid, y en casi toda España, salvo las áreas medioambientalmente protegidas de cada comunidad) sino que, además, hace pagar a quien no edifica en sus tierras.
Esta medida, loada por su impacto sobre quienes especulan con el terreno, me recuerda, sin embargo, a otra que se tomó ciento cincuenta años atrás: la desamortización. Pues, pensada para beneficiar a los pequeños propietarios que desean un piso, frente a los medianos propietarios que poseen terrenos, lo que consigue es beneficiar astronómicamente a los grandes propietarios interesados en adquirir suelo virgen para crear urbanizaciones. Y nadie dice que la urbanización en extensión que ahora se lleva, aunque aporte zonas verdes, fomenta altamente el tráfico. Nadie, claro, salvo este aprendiz de todo, que es maestro de nada.
Pero tranquilos, que me dice mi hermana (que, aparte de tratar temas específicos a lo largo de su preparación para oposiciones de medioambiente, estudió en tiempos la Ley del Suelo por motivos de ¿ocio?) que esta situación se podría repetir, cualquier día de estos, en Madrid.
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