Hans Magnus Enzensberger:
Política y delito,
Barcelona:
Seix Barral, 1968. 313 páginas. Trad. Lucas Sala.
- ISBN:
- Sin ISBN (anterior a 1970); DL B.41194-1968
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- Precio
- Leído en volumen prestado. Costó 5,75 PTA en los años 70.
- Descriptores:
- Política. Revoluciones. Pacifismo. Guerra Fría. Crímenes reales.
«Los nueve ensayos aquó expuestos sirven para ilustrar una correlación a causa de la que todos podemos morir, pero en la que nadie es competente: la correlación entre política y crimen [...]
¿Hay asesinos justos? ¿Somos todos traidores? ¿Para qué sirven los secretos de estado? ¿Hay padres de la patria que son gangsters, y gangsters que son empresarios? ¿Son de diez a sesenta millones de muertos un “precio aceptable”?» (H.M. Enzensberger: «Nota final»).
Nunca había leído a Hans Magnus Enzensberger, y al hojear este volumen quedé inmediatamente atrapado por él. En una serie de nueve ensayos aclara la turbulenta relación entre el crimen y la política, una relación que ya conozco (en otro sentido) por mis estudios de antropología (en antropología, política es todo ejercicio de poder sobre un grupo, así que una banda criminal es una entidad política como cualquier otra), pero que aquí veremos aplicada al ejercicio del poder. Cómo el poder define el crimen; hasta qué punto puede ser crimen una acción decidida por el poder y la estructura política de las bandas criminales son algunos de los temas que trata esta obra con un estilo ameno y, a la vez, riguroso. De alguna manera, me ha recordado a Foucault, pero quizá sea simplemente que me ha despertado el mismo tipo de emociones que a mi yo adolescente le despertó la lectura de Foucault.
La estructura del libro es una especie de sandwich, ejemplo máximo de esa "estructura encuadrada" que los profesores de lengua nos empeñamos en enseñar a los alumnos: se comienza con «Reflexiones ante una celda encristalada», un ensayo que, a propósito de Eichmann, se pregunta qué es un crimen. Después, siguen siete ensayos dedicados a la dictadura de Torrijos en República Dominicana, las bandas de gangsters de Chicago, la Nueva Camorra de Nápoles, un falso de asesinato que tambaleó la clase política italiana, el único fusilamiento de un desertor ejecutado en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y, en dos ensayos diferentes, los revolucionarios rusos de finales del XIX y 1905. Finalmente, ek ensayo «Sobre una teoría de la traición» vuelve sobre la idea de que todos somos criminales.
Los ensayos más interesantes son el primero y el último, aunque los centrales están también llenos de anécdotas curiosas y reflexiones reveladoras. Por eso me voy a centrar en esos dos.
«Reflexiones ante una celda encristalada» comienza preguntándose qué es un crimen. Jurídicamente, 'crimen' es un hecho contrario a la ley. Esta definición, dice el autor, no ha cambiado desde los tiempos de Hobbes hasta mediados del siglo XX. Para Freud, por otra parte, el crimen original es el «asesinato del padre» que permitiría a los hijos alcanzar el poder o el matrimonio. Pero, se nos indica, jurícamente no sería un crimen, puesto que el crimen, por definición, no puede ser anterior a la ley. De ahí se extrae, siguiendo a Elías Canetti, que el poder político recae en aquel que tiene poder para eliminar a los súbditos.Solo después de estas reflexiones, en un apartado de su razonamiento llamado «Época», introduce el autor el tema de Auschwitz:
«Pretenden que la realidad llamada Auschwitz sea como si fuese pasado, y solo nacional: no presente y futuro comunes» Y, dos párrafos más allá: «¿Cómo va a condenar el genocidio de ayer, cuando no a “superarlo”, quien planea el genocidio de mañana y lo prepara cuidadosamente, con todos los medios industriales y científicos a nuestra disposición?»
Tres ejemplos nos van ilustrando la «banalidad del mal» de la que (siguiendo también el caso Eichmann) habla Hannah Arendt. Por un lado, las leyes de protección de animales dictadas por los nazis, en contraste con las disposiciones que despreciaban la vida humana. Las protestas de Himmler contra matar animalitos indefensos y las exhortaciones del mismo líder a pisar cuantos más cadáveres humanos, mejor. Por otro lado, Eichmann, juzgado por su planificación de la maquinaria de exterminio nazi, se contrapone con un profesor de Princeton que calcula alegremente la necesidad de matar a cien millones de personas en un posible enfrentamiento termonuclear. Un tercer ejemplo, el famoso experimento psicológico en que un estudiante debía torturar a otro pulsando un botón (65% de los estudiantes accedieron a pulsarlo).
El criminal, entonces, no es sino una víctima propiciatoria, alguien que comete ese crimen que todos quisieran atreverse a cometer y que por ello es sancionado ejemplarmente por el estado. Las organizaciones criminales imitan en su estructura a las organizaciones del estado, y este (en sus policías secretas) a las bandas criminales. El autor termina con un discurso que parece sacado de la película Teléfono Rojo: volamos hacia Moscú (Doctor Strangelove or how I learned to stop worrying and love the bomb), en que un Herman Kahn afirma que puede construir un dispositivo subterráneo capaz de aniquilar la vida en la Tierra. «La “solución final” de ayer fue consumada. La “solución final” de mañana se está preparando. Pero este hecho tiene de absurdo el que sólo se podrá juzgarla en tanto no se haya realizado, ya que no dejará tras sí ni jueces, ni acusados, ni testigos.»
«Sobre una teoría de la traición» es un texto interesantísimo. Comienza con una cita de El proceso de Kafka y, a continuación va acumulando una serie de premisas, a saber:
- Traidores lo son los demás. Nadie se considera a sí mismo como traidor; sin embargo, todos están convencidos de que hay traidores y deben ser castigados.
- Todos pueden ser traidores. Lo cual se nos ejemplifica con el caso de Alemania, Francia y otros países europeos, en los que necesariamente todo el mundo ha debido ser traidor o bien a la resistencia o bien a los nazis.
- Fatalidad de la traición. De lo anterior se deduce que, para cada individuo, hay otro para el cuál es traidor. «Toda la población de Noruega, Holanda, Francia, Grecia y Yugoslacvia, durante la ocupación alemana de estos países, se componía de traidores [...] Independientemente de qué gobierno considerase suyo a cada individuo, existía siempre otro a cuyos oos cometía traición».
- Dialéctica de la traición. Lo que constituye traición está expuesto a los vaivenes de las leyes y la historia. Así, pedir la muerte de Hitler constituía traición en 1943; pedir su rehabilitación constituiría traición en 1964 (fecha de escritura de este libro). El ejemplo supremo serían las purgas estalinistas, durante las cuales nadie podía estar seguro de no haber sido traidor en algún momento.
A partir de estos puntos se examina históricamente el concepto de traición en el derecho romano del que se derivan tantos derechos europeos. Se retrocede hasta la «ley de las 12 tablas» y se examina como la traición es un crimen de lesa majestad. Citando a Frazer, se indica que la intangibilidad del gobernante es, a la vez, una protección de los gobernados, que tampoco deben ser tocados por él, sino a través de intermediarios. De una relación de vasallaje en que el vasallo debe lealtad al señor y viceversa se pasa, en el absolutismo y las democracias, a una relación unidireccional, en que solo el rey (o el estado) espera lealtad. Con esto hemos llegado a la premisa octava.
La premisa novena parte de Montesquieu: «Un gobierno no necesita más que dejar sin definir lo que es traición y se convertirá en despotismo» (El espíritu de las leyes, XII, 7). La frase de Montesquieu se nos lilustra con el código de Justiniano, tan abundante en casos de traición que «condujo finalmente a que los juristas procediesen a codificar lo que no era tración» (subrayado del autor). Después de citar el caso de Enrique VIII de Inglaterra (tres leyes en diez años cambiaron quién era su legítima heredera, estableciendo en cada caso que sería traidor quien defendiera las pretensiones de la rival), se nos dice que «el tabú de la traición ya es interpretado aquí de un modo totalmente moderno: el soberano define de un modo arbitrario y parcial quién ha de ser considerado traidor en cada caso [...] Con ello al traidor le es imputada la traición, por así decirlo, sin intervención alguna por su parte: el afectado pasa a ser “adversario objetivo”, como se le llama en el lenguaje del stalinismo.»
La traición sigue, por lo tanto, una estructura paranoica. «Puesto que todo acto de cualquier súbdito les parece amenazador, responden ellos con la contraamenaza de castigar como traición cualquier acto arbitrario, incluso cualquier convicción arbitraria. La lealtad no puede presuponerse nunca en los súbditos allí donde es desconocida por los gobernantes.»
Es habitual que la traición se achaque a «enemigos exteriores», en lo que los psicólogos llaman «mecanismo de proyección». Sin embargo, nunca se temerá más al enemigo exterior que al interior. De hecho, las organizaciones revolucionarias buscan constantmenente traidores en sus propias filas, y poco importa que esos traidores están realmente al servicio de un enemigo externo.
En cuanto al «secreto de estado», se indica que originalmente no se consideraba objeto de posible traición. Solo a finales del siglo XIX comienza su andadura. Se trata de una categoría líquida, pues incluso aquello que no está marcado como secreto de estado puede, a posteriori, convertirse en tal. Es más, «Quien traiciona el secreto contamina con la sospecha que sobre él recae a sus “contactos“. El proceso contra él es, por su parte, secreto. Secretas pasan a ser las organizaciones que se ocupan de la protección de secretos. Puede pasar por secreto quién es depositario de secretos y quién no. Pero, ante todo, es secreto lo que es un secreto y lo que no lo es» (subrayado del autor). Enzensberger termina con una reducción al absurdo: «Si un asunto (p) es verdad, en tal caso, no sólo es traición una declaración sobre aquel (q), sino también su negación (¬q). Si el asunto en cuestión no es verdad (¬p), lo mismo da: tanto (q) como (¬q) pasan por traición.» (En la traducción faltan los signos de negación (¬), que se han restituido para que se comprenda mejor).
El secreto de estado, se nos dice, es el culmen del mecanismo de proyección que permite culpar a un agente exterior de nuestra paranoia. El autor duda, sin embargo, de que en la guerra moderna jugase papel alguno el espionaje o la revelación de secretos (recordemos que en 1964 todavía no se habían liberado informaciones sobre acciones de inteligencia; pero, incluso conociéndolas, casos como el de «Garbo», o el descifrado de las máquinas Enigma tienen más que ver con la desinformación y la inteligencia que con el tipo de espionaje del que está hablando el autor). La inteligencia usada en las guerras del futuro será cosa de analistas profesionales, y no de espías románticos. La sociedad industrial requiere de la difusión de la información; la guerra fría requiere de la ostentación de las armas. ¿Por qué se preserva, entonces, el «secreto de estado»? Porque constituye una mitología que permite preservar el secreto en política interior, a pesar de que este secreto es claramente incompatible con una verdadera democracia.
Finalmente, hay que hacer una advertencia al curioso lector: Estos ensayos se tradujeron en época de Franco, y parece ser que incluso en reediciones actuales persisten una serie de censuras en el texto. Así, parece ser que en el original alemán se cita constantemente a Franco en esas listas de dictadores europeos que adornan el primer ensayo (junto con Hitler, Mussolini y Stalin), y en el segundo ensayo se han borrado las ayudas y reconocimientos prestados por Franco a Torrijos. El que quiera saber más sobre el tema, puede consultar
María Dolores Tiestos del Castillo: «Los primeros pasos de un agitador de conciencias en la España de Franco: traducción y censura de Política y Delito de Hans Magnus Enzensberger»Cartaphilus. Revista de Investigación y Crítica Estética 4(2008), 188-195. ISSN: 1887-5238- 188.
Una reseña previa de este libro fue publicada previamente en mi cuenta de Twitter: MicroblogC en Twitter 19 marzo 2023