lunes, 29 de abril de 2024

¿Un hombre = un país?

En su artículo de hoy en El País ("Un hombre, un país" https://elpais.com/espana/2024-04-28/un-hombre-un-pais.html, de pago y con cookies), Martín Caparrós se pregunta, entre otras cosas, si no existen soluciones alternativas a que el destino de un país dependa de una sola persona. Una vez conocida la decisión de Pedro Sánchez, podríamos decir: "nada más viejo que un artículo de esta mañana", pero la pregunta tiene su enjundia.

La democracia representativa en tres suposiciones:

En primer lugar, que el poder judicial debe ser función de especialistas; por eso, incluso en los países en que los juicios con jurado se extienden a todo tipo de casos, un juez (o varios) debe guiar las decisiones de ese jurado, limitando su abanico de opciones y orientándole sobre lo que debe o no debe tener en cuenta.

En segundo lugar, que el poder ejecutivo conferido al gobierno de un país es más expeditivo si está concentrado en pocas personas, lo que además favorece que el gobierno pueda tomar decisiones secretas sobre asuntos que puedan ser sensibles para la seguridad nacional, sea en las relaciones exteriores, el control interior, el comercio o las finanzas.

Y en tercer lugar, que las leyes, aunque partan de proyectos públicos, también deben ser debatidas por unos pocos que representen la variedad de tendencias políticas del país; es decir, el censo de las distintas provincias eligen delegados ("diputados") que lo representan en las cortes de la lejana capital.

Como alternativa para esto último, se ha probado sin éxito el modelo asambleario, en que asambleas de asambleas deciden cada asunto. Los sóviets ganaron con justicia su mala fama, pues son terrenos donde el miedo a ser señalado y la demagogia sirven de amplificador para toda clase de mixtificaciones. Y, al fin y al cabo, en un estado asambleario, aunque todos los ciudadanos decidan, cada asamblea sigue nombrando delegados ante otra superior. Y puestos a tener delegados de delegados de delegados (sóviets supremos que representan a sóviets de provincia que representan a sóviets locales), mejor es que cada ciudadano elija por si mismo (y no a través de una asamblea) a su diputado.

Pero en el estado actual, en que los miembros de las cortes pueden televotar, resulta chocante que siga existiendo esa delegación del voto. Puestos a televotar, podría televotar la propia ciudadanía. ¿Qué objeciones impiden que se dé ese paso? Vamos a irlos desgranando.

El televoto ciudadano requiere que todo el censo tengan acceso a un equipo propio (de manera que se preserve la confidencialidad de voto y certificado digital), sencillo de usar, con conectividad (no asegurada en ciertos núcleos de población). Por otro lado, supone que la ciudadanía comprenda aquello sobre lo que va a votar. Y finalmente exige tiempo libre a quien vota, para poder dedicarlo al proceso de toma de decisiones.

En cuanto a los requisitos técnicos, creo que no hay mucho que decir, fuera de la dificultad de garantizar que el voto sea efectivamente secreto (y que todo el mundo posea un equipo conectado).

En cuanto a la alfabetización ciudadana, legal y digital, al fin y al cabo es el viejo argumento de las élites contra el sufragio universal (a finales del XIX y comienzos del XX), contra el voto femenino (a principios del siglo XX) o contra el voto de las minorías raciales (a mediados del siglo XX).

¿No supondría un avance dar a las personas la responsabilidad de su voto? Es decir, la gente ya no votaría "con el corazón" (o con las tripas) a unas siglas, sino que votaría con conocimiento de causa. Sin embargo, lo sucedido en el proceso constituyente chileno, donde la gente influida por mensajes mediáticos votó "no", y el hecho de que a los españoles se nos ha acostumbrado a no ser consultados en ningun referéndum (tres en casi cincuenta años de democracia) me hacen ser pesimista. Pero realmente tampoco debemos tomarnos muy en serio el voto informado de nuestros representantes, ya que en el pasado algunos diputados no se enteraron del sentido de voto propuesto po su propio partido. Entre eso y que alguna vez (2020, si no recuerdo mal) se han aprobado unos Presupuestos Generales del Estado en que una misma tasa tenía dos montos diferentes, sin corregirse el error hasta meses después, la idea de que los diputados son agentes expertos cae por su propio peso.

En cuanto a la disponibilidad de ocio, es un asunto serio. Los atenienses no tenían diputados: los señoritos ociosos que componían el demos iban al ágora y votaban, mientras metecos, esclavos y algún campesino levantaban el país. Los españoles pagamos ingentes cantidades de dinero a nuestros diputados para que dispongan de ocio y decidan. Que esas horas de otium se dediquen realmente a reflexionar y tomar decisiones (eso era el ocio para los romanos, que no tenían Netflix ni TikTok), ya es otra cosa. En una democracia directa, ¿sería el voto patrimonio de una amalgama de clases ociosas, pensionistas y desempleados? La verdad es que habría que verlo, y que, por otro lado, ¿por qué no?

Otra democracia es posible. Y espero que sea directa.

lunes, 4 de marzo de 2024

Pastas de almendra (experimento)

  • 250g harina almendra
  • 100g harina
  • 100 g mantequilla
  • 100 ml leche
  • 3 cucharaditas "stevia" (erirtitol con steviol)
  • aceite para pintar el molde
  • Precalentar horno 180 °C.

    En un bol echar harinas y mantequilla. Meter al micro 1 minuto para ablandar mantequilla. Revolver bien con un tenedor. Añadir los huevos. Revolver. Añadir leche. Revolver. Añadir Stevia. Revolver (es probable que fuera mejor mezclar primero stevia col leche, pero yo lo hice así).

    Rellenar una manga y con la manga rellenar moldes de silicona para pastas/bombones.

    Hornear 20 minutos

    martes, 16 de enero de 2024

    La araña Itsi-bitsi subió la canaleta...

     La araña itsi-bitsi subió la canaleta,
    Pero vino la lluvia y la araña se cayó.
    Luego salió el sol y secó la lluvia.
    La araña itsi-bitsi de nuevo lo intentó.

    Últimamente escucho muchas rimas infantiles y, por aquello de la globalización, es más frecuente que se trate de traducciones y no de canciones tradicionales españolas. Y la melodía simple de la araña itsi-bitsi (que suelo escuchar en las traducciones de Cocomellon o Little Baby Bum) es pegadiza.

    Si no hubiera consultado la Wikipedia, parecería, por la letra, que la canción es moderna. En efecto, tras la resaca de esa interpretación folk del psicoanálisis que hizo a todo el mundo condenar la frustración, la corriente de la "inteligencia emocional" ha hecho proliferar como setas las canciones que animan a los niños a soportar y superar la frustración. Y esta es una de esas canciones, excepto en esa versión de 1909 en que los esfuerzos de la araña no son detenidos por un tiro. 

    Y eso me ha llevado a preguntarme por la frustración. ¿Es necesario o conveniente ser tolerante a ella o enfrentarse a ella con un ánimo de superación? Es cierto que el progreso humano proviene de la progresiva superación de dificultades, pero ¿no hay ciertas formas de frustración que son educativas, pues enseñan que hay caminos por los que es mejor no adentrarse sin estar preparado?

    Es más, ¿existe la tolerancia a la frustración como algo abstracto, o existe, más bien, la tolerancia a frustraciones concretas? Me viene a la cabeza Pistorius, un ejemplo deportivo de superación, que, sin embargo quizá no quiso superar otras frustraciones vitales que lo convirtieron en asesino. O esos cantantes de ópera que, a pesar de estar acostumbrados a la exigencia de críticos y público, son incapaces de escuchar el "no" de una mujer que quieren llevarse a la cama.

    ¿Se puede desarrollar una tolerancia genérica a toda clase de frustración, o solo toleramos la frustración en aquellos aspectos en que creemos que es posible mejorar? Yo puedo seguir cambiando un script durante horas hasta que hace exactamente lo que quiero, aunque a cada ejecución me haya frustrado un irritante error. Sin embargo, no aguantaría tres minutos intentando aprender a golpear una pelota de tenis con la raqueta.

    La araña itsi-bitsi, ¿habría gastado las mismas energías en aprender a bailar que en aprender a subir la canaleta? Y si lo hubiera hecho, ¿que la habría motivado a seguir intentándolo? Creo que ahí, más que en la "tolerancia a la frustración", es donde está la respuesta.

    domingo, 26 de marzo de 2023

    Enzensberger: Política y Delito

    Hans Magnus Enzensberger: Política y delito, Barcelona: Seix Barral, 1968. 313 páginas. Trad. Lucas Sala.
    ISBN:
    Sin ISBN (anterior a 1970); DL B.41194-1968
    Precio
    Leído en volumen prestado. Costó 5,75 PTA en los años 70.
    Descriptores:
    Política. Revoluciones. Pacifismo. Guerra Fría. Crímenes reales.

    «Los nueve ensayos aquó expuestos sirven para ilustrar una correlación a causa de la que todos podemos morir, pero en la que nadie es competente: la correlación entre política y crimen [...]

    ¿Hay asesinos justos? ¿Somos todos traidores? ¿Para qué sirven los secretos de estado? ¿Hay padres de la patria que son gangsters, y gangsters que son empresarios? ¿Son de diez a sesenta millones de muertos un “precio aceptable”?» (H.M. Enzensberger: «Nota final»).

    Nunca había leído a Hans Magnus Enzensberger, y al hojear este volumen quedé inmediatamente atrapado por él. En una serie de nueve ensayos aclara la turbulenta relación entre el crimen y la política, una relación que ya conozco (en otro sentido) por mis estudios de antropología (en antropología, política es todo ejercicio de poder sobre un grupo, así que una banda criminal es una entidad política como cualquier otra), pero que aquí veremos aplicada al ejercicio del poder. Cómo el poder define el crimen; hasta qué punto puede ser crimen una acción decidida por el poder y la estructura política de las bandas criminales son algunos de los temas que trata esta obra con un estilo ameno y, a la vez, riguroso. De alguna manera, me ha recordado a Foucault, pero quizá sea simplemente que me ha despertado el mismo tipo de emociones que a mi yo adolescente le despertó la lectura de Foucault.

    La estructura del libro es una especie de sandwich, ejemplo máximo de esa "estructura encuadrada" que los profesores de lengua nos empeñamos en enseñar a los alumnos: se comienza con «Reflexiones ante una celda encristalada», un ensayo que, a propósito de Eichmann, se pregunta qué es un crimen. Después, siguen siete ensayos dedicados a la dictadura de Torrijos en República Dominicana, las bandas de gangsters de Chicago, la Nueva Camorra de Nápoles, un falso de asesinato que tambaleó la clase política italiana, el único fusilamiento de un desertor ejecutado en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y, en dos ensayos diferentes, los revolucionarios rusos de finales del XIX y 1905. Finalmente, ek ensayo «Sobre una teoría de la traición» vuelve sobre la idea de que todos somos criminales.

    Los ensayos más interesantes son el primero y el último, aunque los centrales están también llenos de anécdotas curiosas y reflexiones reveladoras. Por eso me voy a centrar en esos dos.

    «Reflexiones ante una celda encristalada» comienza preguntándose qué es un crimen. Jurídicamente, 'crimen' es un hecho contrario a la ley. Esta definición, dice el autor, no ha cambiado desde los tiempos de Hobbes hasta mediados del siglo XX. Para Freud, por otra parte, el crimen original es el «asesinato del padre» que permitiría a los hijos alcanzar el poder o el matrimonio. Pero, se nos indica, jurícamente no sería un crimen, puesto que el crimen, por definición, no puede ser anterior a la ley. De ahí se extrae, siguiendo a Elías Canetti, que el poder político recae en aquel que tiene poder para eliminar a los súbditos.Solo después de estas reflexiones, en un apartado de su razonamiento llamado «Época», introduce el autor el tema de Auschwitz:

    «Pretenden que la realidad llamada Auschwitz sea como si fuese pasado, y solo nacional: no presente y futuro comunes» Y, dos párrafos más allá: «¿Cómo va a condenar el genocidio de ayer, cuando no a “superarlo”, quien planea el genocidio de mañana y lo prepara cuidadosamente, con todos los medios industriales y científicos a nuestra disposición?»

    Tres ejemplos nos van ilustrando la «banalidad del mal» de la que (siguiendo también el caso Eichmann) habla Hannah Arendt. Por un lado, las leyes de protección de animales dictadas por los nazis, en contraste con las disposiciones que despreciaban la vida humana. Las protestas de Himmler contra matar animalitos indefensos y las exhortaciones del mismo líder a pisar cuantos más cadáveres humanos, mejor. Por otro lado, Eichmann, juzgado por su planificación de la maquinaria de exterminio nazi, se contrapone con un profesor de Princeton que calcula alegremente la necesidad de matar a cien millones de personas en un posible enfrentamiento termonuclear. Un tercer ejemplo, el famoso experimento psicológico en que un estudiante debía torturar a otro pulsando un botón (65% de los estudiantes accedieron a pulsarlo).

    El criminal, entonces, no es sino una víctima propiciatoria, alguien que comete ese crimen que todos quisieran atreverse a cometer y que por ello es sancionado ejemplarmente por el estado. Las organizaciones criminales imitan en su estructura a las organizaciones del estado, y este (en sus policías secretas) a las bandas criminales. El autor termina con un discurso que parece sacado de la película Teléfono Rojo: volamos hacia Moscú (Doctor Strangelove or how I learned to stop worrying and love the bomb), en que un Herman Kahn afirma que puede construir un dispositivo subterráneo capaz de aniquilar la vida en la Tierra. «La “solución final” de ayer fue consumada. La “solución final” de mañana se está preparando. Pero este hecho tiene de absurdo el que sólo se podrá juzgarla en tanto no se haya realizado, ya que no dejará tras sí ni jueces, ni acusados, ni testigos.»

    «Sobre una teoría de la traición» es un texto interesantísimo. Comienza con una cita de El proceso de Kafka y, a continuación va acumulando una serie de premisas, a saber:

    1. Traidores lo son los demás. Nadie se considera a sí mismo como traidor; sin embargo, todos están convencidos de que hay traidores y deben ser castigados.
    2. Todos pueden ser traidores. Lo cual se nos ejemplifica con el caso de Alemania, Francia y otros países europeos, en los que necesariamente todo el mundo ha debido ser traidor o bien a la resistencia o bien a los nazis.
    3. Fatalidad de la traición. De lo anterior se deduce que, para cada individuo, hay otro para el cuál es traidor. «Toda la población de Noruega, Holanda, Francia, Grecia y Yugoslacvia, durante la ocupación alemana de estos países, se componía de traidores [...] Independientemente de qué gobierno considerase suyo a cada individuo, existía siempre otro a cuyos oos cometía traición».
    4. Dialéctica de la traición. Lo que constituye traición está expuesto a los vaivenes de las leyes y la historia. Así, pedir la muerte de Hitler constituía traición en 1943; pedir su rehabilitación constituiría traición en 1964 (fecha de escritura de este libro). El ejemplo supremo serían las purgas estalinistas, durante las cuales nadie podía estar seguro de no haber sido traidor en algún momento.

    A partir de estos puntos se examina históricamente el concepto de traición en el derecho romano del que se derivan tantos derechos europeos. Se retrocede hasta la «ley de las 12 tablas» y se examina como la traición es un crimen de lesa majestad. Citando a Frazer, se indica que la intangibilidad del gobernante es, a la vez, una protección de los gobernados, que tampoco deben ser tocados por él, sino a través de intermediarios. De una relación de vasallaje en que el vasallo debe lealtad al señor y viceversa se pasa, en el absolutismo y las democracias, a una relación unidireccional, en que solo el rey (o el estado) espera lealtad. Con esto hemos llegado a la premisa octava.

    La premisa novena parte de Montesquieu: «Un gobierno no necesita más que dejar sin definir lo que es traición y se convertirá en despotismo» (El espíritu de las leyes, XII, 7). La frase de Montesquieu se nos lilustra con el código de Justiniano, tan abundante en casos de traición que «condujo finalmente a que los juristas procediesen a codificar lo que no era tración» (subrayado del autor). Después de citar el caso de Enrique VIII de Inglaterra (tres leyes en diez años cambiaron quién era su legítima heredera, estableciendo en cada caso que sería traidor quien defendiera las pretensiones de la rival), se nos dice que «el tabú de la traición ya es interpretado aquí de un modo totalmente moderno: el soberano define de un modo arbitrario y parcial quién ha de ser considerado traidor en cada caso [...] Con ello al traidor le es imputada la traición, por así decirlo, sin intervención alguna por su parte: el afectado pasa a ser “adversario objetivo”, como se le llama en el lenguaje del stalinismo.»

    La traición sigue, por lo tanto, una estructura paranoica. «Puesto que todo acto de cualquier súbdito les parece amenazador, responden ellos con la contraamenaza de castigar como traición cualquier acto arbitrario, incluso cualquier convicción arbitraria. La lealtad no puede presuponerse nunca en los súbditos allí donde es desconocida por los gobernantes.»

    Es habitual que la traición se achaque a «enemigos exteriores», en lo que los psicólogos llaman «mecanismo de proyección». Sin embargo, nunca se temerá más al enemigo exterior que al interior. De hecho, las organizaciones revolucionarias buscan constantmenente traidores en sus propias filas, y poco importa que esos traidores están realmente al servicio de un enemigo externo.

    En cuanto al «secreto de estado», se indica que originalmente no se consideraba objeto de posible traición. Solo a finales del siglo XIX comienza su andadura. Se trata de una categoría líquida, pues incluso aquello que no está marcado como secreto de estado puede, a posteriori, convertirse en tal. Es más, «Quien traiciona el secreto contamina con la sospecha que sobre él recae a sus “contactos“. El proceso contra él es, por su parte, secreto. Secretas pasan a ser las organizaciones que se ocupan de la protección de secretos. Puede pasar por secreto quién es depositario de secretos y quién no. Pero, ante todo, es secreto lo que es un secreto y lo que no lo es» (subrayado del autor). Enzensberger termina con una reducción al absurdo: «Si un asunto (p) es verdad, en tal caso, no sólo es traición una declaración sobre aquel (q), sino también su negación (¬q). Si el asunto en cuestión no es verdad (¬p), lo mismo da: tanto (q) como (¬q) pasan por traición.» (En la traducción faltan los signos de negación (¬), que se han restituido para que se comprenda mejor).

    El secreto de estado, se nos dice, es el culmen del mecanismo de proyección que permite culpar a un agente exterior de nuestra paranoia. El autor duda, sin embargo, de que en la guerra moderna jugase papel alguno el espionaje o la revelación de secretos (recordemos que en 1964 todavía no se habían liberado informaciones sobre acciones de inteligencia; pero, incluso conociéndolas, casos como el de «Garbo», o el descifrado de las máquinas Enigma tienen más que ver con la desinformación y la inteligencia que con el tipo de espionaje del que está hablando el autor). La inteligencia usada en las guerras del futuro será cosa de analistas profesionales, y no de espías románticos. La sociedad industrial requiere de la difusión de la información; la guerra fría requiere de la ostentación de las armas. ¿Por qué se preserva, entonces, el «secreto de estado»? Porque constituye una mitología que permite preservar el secreto en política interior, a pesar de que este secreto es claramente incompatible con una verdadera democracia.

    Finalmente, hay que hacer una advertencia al curioso lector: Estos ensayos se tradujeron en época de Franco, y parece ser que incluso en reediciones actuales persisten una serie de censuras en el texto. Así, parece ser que en el original alemán se cita constantemente a Franco en esas listas de dictadores europeos que adornan el primer ensayo (junto con Hitler, Mussolini y Stalin), y en el segundo ensayo se han borrado las ayudas y reconocimientos prestados por Franco a Torrijos. El que quiera saber más sobre el tema, puede consultar María Dolores Tiestos del Castillo: «Los primeros pasos de un agitador de conciencias en la España de Franco: traducción y censura de Política y Delito de Hans Magnus Enzensberger»Cartaphilus. Revista de Investigación y Crítica Estética 4(2008), 188-195. ISSN: 1887-5238- 188.


    Una reseña previa de este libro fue publicada previamente en mi cuenta de Twitter: MicroblogC en Twitter 19 marzo 2023

    sábado, 22 de octubre de 2022

    Fernán Gómez: El Viaje a Ninguna Parte

    Fernando Fernán Gómez: El viaje a ninguna parte, Barcelona: Bibliotex, 2001. 223 páginas.
    ISBN:
    84-8130-302-X
    Precio
    Comprado de segunda mano (1€). Originalmente se vendía con el periódico El Mundo.
    Descriptores:
    Realismo. Postguerra. Historia del Teatro.

    El viaje a ninguna parte sigue la historia de un grupo de cómicos de la legua por las provincias de Ciudad Real, Toledo y Madrid en los años 50. Los actores saben que su mundo está en decadencia, pero, picados por el "veneno" del teatro, se niegan a rendirse ante la hegemonía del cine. Escrita como unas falsas memorias por el actor, director y dramaturgo Fernando Fernán-Gómez, puede leerse en clave de documento etnográfico aunque no refleje realmente la vida de su autor.

    (Esta reseña quedó como borrador. La descubro hoy, medio año después, en Marzo de 2023. Puesto que ya no recuerdo gran cosa del libro, la publicaré tal cual).

    martes, 27 de septiembre de 2022

    Otoño

    Un ligero frío
    me despertó de madrugada.
    Llegó el momento de apilar
    sobre mi lecho
    mantas pesadas.

    viernes, 23 de septiembre de 2022

    Agridulce

    Un cúmulo de circunstancias
    me llevó a despertar junto al Prado.

    Cuando salí a la calle,
    el olor a basura
    me trajo remembranzas
    a Villa de Vallecas.

    Aspirando ese olor agridulce
    esperé el 34,
    camino del trabajo
    y de mi casa.

    Madrid, 23 de septiembre de 2022.<