jueves, 3 de junio de 2004

ODIO (2)

No sé si habrá relato informático del jueves. He pasado tres horas y pico redactando un par de fichas de ejercicios que seguramente acabarán mañana convertidas en bolitas y tiradas en la papelera o, peor, esparcidas por el suelo del aula.
Hoy he tenido un día malo, muy malo.
Ayer odiaba a los chavales. Hoy desearía vivir en Israel. Qué belleza conducir una excavadora blindada, y arrasar casas con ella, mientras sus habitantes te miran, implorándote con ojos llorosos. Creo que quiero sacarme el carnet de conducir.

La verdad es que todos mis problemas se deben a que soy demasiado blando, o demasiado cobarde. Cuando veo una persona, pienso en una persona. Por otro lado, no me apetece jugar a este juego:
—Toma el parte y vete a jefatura.
—¡Pero profe, si no le he llamado P* a ella! ¡Lo decía al aire!
—Me da lo mismo. Has dicho un taco. Vete a jefatura.
—Pero profe, si vuelvo a ir me echarán tres días.
—Que te vayas a jefatura he dicho.
—Pero profe..

Por más que alce la voz, adopte un tono iracundo, o mire con todo mi odio, puedo seguir con esto durante horas y horas. Recuerdo una vez que perdí 30 minutos diciéndole a un chaval que bajara a jefatura. Al final, el ruido que montaban los demás del aula (a los que yo no podía controlar: estaba mirando con ojos amenazadores al chaval que no quería bajar a jefatura) hizo que la profesora de al lado entrara y se lo llevara de la oreja. De vez en cuando, recurriendo al método Stanislawski, consigo sacar de mí auténtica furia. Pero cuando pasa el arranque, mi conciencia me dice que quizá me esté excediendo. ¡Hay que j***! ¡Voy a ser yo el que se excede, después de que el chaval lleve 20 minutos no mano sobre mano, sino incordiando y hablando!

Claro, dicen que yo no tengo autoridad. Pero, ¿cómo la voy a tener, si NECESITO decirle al menos 10 veces a un chaval que vaya a jefatura para que vaya? La autoridad, dicen los libros de Resistencia Civil, es una mera ficción. La crees o no la crees. Por eso cayó Pinochet: porque vio que sus ciudadanos dejaban de creer en él. Por eso no cae Fidel: porque casi todos los cubanos que quedan en la Isla creen en él (o lo que es peor: QUIEREN creer en él ¡serán pendejos!). Está claro que mis alumnos no creen en mí. No sé que hacer. La verdad es que lo he intentado todo. Pero teniendo, como yo, cara de chiste y una pronunciación no estándar, es inevitable que los alumnos no me tomen en serio.

Por eso odio al mundo. Pero me odio más a mí mismo.

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