Hablando con el tonto (dicho sea con cariño) en la parada del autobús, respondo una y otra vez a sus obsesivas cuestiones.
El tonto y yo no nos distinguimos tanto. Él pregunta continuamente las mismas cosas; curioso, todo lo observa y todo lo comenta. Los que no nos consideramos tontos nos diferenciamos, quizá, en el filtro: dejamos de expresar nuestras dudas absurdas y nuestras creencias; evitamos hablar de ellas al primero que pasa. Por eso nos gusta facebook, quizá. Porque en facebook podemos repetirnos una y otra vez y comentar nimiedades con cualquiera —"la luna, qué bonita está", dice el tonto— sin que nos tomen por locos.
La próxima vez que te cruces con un tonto, pregúntate si te estás contemplando a ti mismo.
Una versión previa de este artículo se publicó originalmente en mi perfil de Facebook.