En la maleta...
En la maleta, la llave de la casa. ¡Tantas ciudades vio! Toledo, Tánger, Sarajevo, Netanya... En la travesía del Conde, al fin, aquella puerta que una vez abrió. Entran y salen gentes cargando costales de cemento. Observan indiferentes como introduce la llave en el ojo inutilizado, vacío ya de resortes. Alguien toca su hombro y le alarga un objeto envuelto en paño, la cerradura que lleva cinco siglos esperando. Y en otro castellano, tan distinto del suyo, recuerda que el abuelo guarda en casa un picaporte de Granada.Aprendió a matar...
Aprendió a matar siendo niño. Empezó con hormigas y moscas, y luego su padre le enseñó a cazar perdices, liebres, gamos. Ahora en el ejército dispara a hombres. No lleva la cuenta de los muertos ni guarda memoria de sus rostros. Pero este que observa hoy por la mira es alguien conocido: Samir, el mismo Samir que celebraba con él todos sus cumpleaños, y que a los dieciséis le presentó a su primera
novia.
Mira a su alrededor. Cuerpos fatigados, ojos cansados de tanta violencia. Truena el capitán, el odio resonando en sus palabras. Las lágrimas empañan el objetivo.