Este año me toca la asignatura de Ámbito Sociolingüístico de 3º, lo que implica que tendré que repasarme la geografía (que no repaso desde que di un curso de compensatoria hace una docena de años).
Por eso se me ocurrió crear una pequeña aplicación que preguntase los nombres de una serie de accidentes geográficos africanos. Podría haber empleado un programa para pizarra digital, como ActivInspire, pero me pareció mucho más sencillo emplear Construct2, un programa gratuito de creación de juegos html2.
La aplicación todavía está en mantillas (no tengo tiempo para buscar sonidos gratuitos, probar tipografías, etcétera), y es incómoda de usar porque con el motor de "toque" de scirra es difícil simular el scroll de la pantalla. Pero la he subido a la web por si queréis echarle un vistazo, o por si alguien se anima y me pide el código fuente para crear una aplicación similar para la geografía española o europea.
Pulsad aquí para abrir África Clicable, un mapa interactivo de África.
domingo, 16 de septiembre de 2012
miércoles, 5 de septiembre de 2012
Terror de la A a la Z: Sandra
Si viviera en el pueblo, Sandra podría ser la bruja local, esa anciana a la que los niños temen e insultan en secreto cuando la ven pasar con su cubo vacío camino de la fuente. Pero hace ya muchos años que Sandra decidió irse a la ciudad, y como estorbaba en casa de su hija y era un incordio en casa de su nuera, alguien tuvo la idea de llevarla a una residencia de ancianos, donde se vio obligada a abandonar su carácter huraño y hosco, hasta tal punto que el personal se ha acabado encariñando de ella, a pesar de su mal genio.
Una foto en la mesilla de noche muestra a tres mujeres jóvenes, y de vez en cuando alguien —no uno de sus hijos, pero quizás uno de sus nietos— le pregunta quién de las tres es ella, y quiénes son las otras dos. «Es una historia muy larga de contar», suele decir ella, y realmente lo es, así que no podemos entrar en detalles. Pero una de las mozas se parece a Dolores y la otra, quizás, a Filomena.
En la caja de los tesoros, esa que contiene los pocos objetos de valor que quiso legar a sus hijos y que estos rechazaron por ser de una pobreza miserable, hay una carta que no lleva el nombre de Sandra, y junto a ella debería haber, según la anciana, una pequeña medalla que se perdió por el camino. «Fue un drama. Estábamos tan acostumbradas a las novelas, que creímos vivir en una». Es difícil sacarle más palabras, pero en el tono se percibe un ligero sentimiento de culpa.
—¿Y de su marido? —le pregunta alguna vez el personal de la residencia. Pero del que fuera esposo de Sandra Sánchez no conserva su viuda fotografía alguna.
Una foto en la mesilla de noche muestra a tres mujeres jóvenes, y de vez en cuando alguien —no uno de sus hijos, pero quizás uno de sus nietos— le pregunta quién de las tres es ella, y quiénes son las otras dos. «Es una historia muy larga de contar», suele decir ella, y realmente lo es, así que no podemos entrar en detalles. Pero una de las mozas se parece a Dolores y la otra, quizás, a Filomena.
En la caja de los tesoros, esa que contiene los pocos objetos de valor que quiso legar a sus hijos y que estos rechazaron por ser de una pobreza miserable, hay una carta que no lleva el nombre de Sandra, y junto a ella debería haber, según la anciana, una pequeña medalla que se perdió por el camino. «Fue un drama. Estábamos tan acostumbradas a las novelas, que creímos vivir en una». Es difícil sacarle más palabras, pero en el tono se percibe un ligero sentimiento de culpa.
—¿Y de su marido? —le pregunta alguna vez el personal de la residencia. Pero del que fuera esposo de Sandra Sánchez no conserva su viuda fotografía alguna.
martes, 4 de septiembre de 2012
Terror de la A a la Z: Raúl
Raúl se cansa de esperar a Jacinta, así que, sin hacer caso a su hermana Olga, se levanta de la mesa y se encamina hacia la cocina, dando de camino una patada disimulada a Ken. El pasillo es relativamente largo para un niño como él, que todavía ha de ponerse de puntillas para girar las llaves de la luz, pero ofrece sin duda interesantes posibilidades: todas esas puertas de cuartos de los mayores que le está prohibido explorar. Delante de la habitación de su madre hay un charco, como si el perro de sus primos se hubiera orinado. Pero el color es distinto. Antes de que se agache a observarlo más detenidamente, aparece su madre. Su cara tiene un matiz extrañamente pálido.
—¿Dónde están tus hermanos?
—Jugando en la salita. ¿Vamos a merendar?
—Primero daremos un paseo. Os compraré un bollo por el camino. Ve a avisar a tus hermanos, y me esperáis en el portal.
Es muy probable que a Raúl le extrañe el lugar donde ha de esperar a su madre: ¿no sería más lógico que fuera ella a buscarles? Pero la perspectiva de comer un bollo es, sin duda, atractiva. Así que se da la vuelta y busca a sus hermanos:
—Mamá ha dicho que nos vistamos para dar un paseo, que nos comprará un bollo por el camino y que la esperamos en el portal.
—Pues tendríamos que recoger esto.
—Mamá no ha dicho nada de recoger.
—Entonces, ¿no hay que recoger? —tercia el menor de los hermanos.
—Si no recogéis, os arriesgáis a que entre Jacinta y lo pise todo.
La advertencia de Olga parece convencer a sus hermanos, que se afanan en guardar los juguetes, de cualquier manera, en una caja. Después, se dirigen en grupo a la entrada para ponerse los abrigos.
—¿Dónde está mamá?
—Ha dicho que la esperamos en el portal.
—Pero a ella no le gusta que estemos en el portal.
—Pues es lo que me ha dicho.
Olga, Raúl y Teo abren la pesada puerta de madera. Una mano infantil oprime el pulsador de la luz. El eco del relé se propaga por la escalera. Al segundo intento, una vaga luminiscencia amarilla permite distinguir los empinados escalones embaldosados que bajan hacia la oscuridad del portal.
—¿Dónde están tus hermanos?
—Jugando en la salita. ¿Vamos a merendar?
—Primero daremos un paseo. Os compraré un bollo por el camino. Ve a avisar a tus hermanos, y me esperáis en el portal.
Es muy probable que a Raúl le extrañe el lugar donde ha de esperar a su madre: ¿no sería más lógico que fuera ella a buscarles? Pero la perspectiva de comer un bollo es, sin duda, atractiva. Así que se da la vuelta y busca a sus hermanos:
—Mamá ha dicho que nos vistamos para dar un paseo, que nos comprará un bollo por el camino y que la esperamos en el portal.
—Pues tendríamos que recoger esto.
—Mamá no ha dicho nada de recoger.
—Entonces, ¿no hay que recoger? —tercia el menor de los hermanos.
—Si no recogéis, os arriesgáis a que entre Jacinta y lo pise todo.
La advertencia de Olga parece convencer a sus hermanos, que se afanan en guardar los juguetes, de cualquier manera, en una caja. Después, se dirigen en grupo a la entrada para ponerse los abrigos.
—¿Dónde está mamá?
—Ha dicho que la esperamos en el portal.
—Pero a ella no le gusta que estemos en el portal.
—Pues es lo que me ha dicho.
Olga, Raúl y Teo abren la pesada puerta de madera. Una mano infantil oprime el pulsador de la luz. El eco del relé se propaga por la escalera. Al segundo intento, una vaga luminiscencia amarilla permite distinguir los empinados escalones embaldosados que bajan hacia la oscuridad del portal.
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