domingo, 30 de enero de 2011
Mayo en enero
En Marruecos, por ejemplo, la crisis se resolvió ya en otoño con la complicidad de las potencias occidentales. Ni los Saharauis ni España tienen nada que aportar a la discusión: ni petróleo, ni ayuda militar, ni contratos millonarios, que en estas discusiones propias de la democracia son los únicos argumentos que las partes están dispuestas a escuchar. Que se haya cometido un pequeño genocidio, tipificado en el artículo 2c de una vieja convención de la ONU, es algo sin importancia.
En Túnez la solución parece también lejana, pues no todo el mundo está tan necesitado de democracia como para aceptar un gobierno de transición cuyos miembros hayan apoyado previamente a una dictadura. Los españoles lo hicimos, y así nos pinta.
En Egipto el país, democrático o no, evita la propagación de cierto tipo de extremismo religioso. Si en verano de 2009 se le dio cuerda autorizando la matanza de todos los cerdos criados por los koptos, este otoño volvió a las andadas con los brutales atentados que son su marca de la casa. Egipto da siempre una de cal y otra de arena, evitando la propagación hacia el oeste de un fundamentalismo, que, no lo olvidemos, en realidad hace ya mucho tiempo que se extendió a la Libia de Gadaffi. Pero sirve para mantener una apariencia de sandwich alrededor de los territorios palestinos, apoyando en lo público a Israel. Por eso es lógico que las grandes potencias occidentales apoyen a un régimen cuya cara más brutal estamos viendo estos días.
Respecto de Yemen poco sabemos. El país ha sido continuamente presa de agitaciones, y tras la desaparición del comunismo ha oscilado hacia el fundamentalismo religioso. Al igual que Egipto, se sitúa en un área crítica para la navegación occidental; sin embargo, no conozco el grado de vinculación entre los Estados Unidos y este país.
Por último Argelia, el país donde se refugian los saharauis. Poco ha trascendido de unas revueltas que, creo recordar, vienen produciéndose cíclicamente.
¿Cuál es el origen de todas estas revueltas? Desde un punto de vista etic, parece que lo que se rechaza es la corrupción de los gobiernos por largo tiempo asentados en sus poltronas, pero en realidad, un análisis emic nos muestra que la causa está en la crisis económica, y más especialmente en uno de sus fantasmas, el hambre.
Solemos olvidar que la crisis se originó en una escalada mundial de hambre por las malas cosechas de arroz y soja; malas cosechas producidas por fenómenos climatológicos que seguramente podemos achacar al "cambio climático", pero también producidas por el sistema capitalista-periférico de monocultivo y liberalismo salvaje. Este verano, otra catástrofe ambiental achacable al cambio climático ha producido el cierre de las exportaciones de grano rusas, que a su vez ha desencadenado en los mercados de futuros una escalada inflacionista del precio de los alimentos. Los especuladores ganan, el pueblo pierde.
Ese pueblo no siempre se queda de manos cruzadas, y ataca a quien encuentra a su alcance. Sin embargo, la globalización ha beneficiado a los agiotistas: los acaparadores de antaño podían ver sus almacenes destruidos, sus campos arrasados, sus viviendas destruidas, sus vidas y las de sus familias truncadas. Los de hoy viven a muchos kilómetros y se refugian tras oscuras sociedades de capital riesgo, a las que nada importa que se derroque al presidente de turno. El que venga detrás también tendrá un precio.
lunes, 24 de enero de 2011
Comentario dejado en Que:
Ibáñez Castresano, jefe de estudios de uno de los institutos "de bandera" de Madrid, plantea como solución que las autoridades educativas adelanten la recuperación a junio para un curso, el segundo de bachillerato, que supone un estrés constante para los alumnos. Es cierto que en segundo de bachillerato el curso acaba a mediados de mayo, y que se podría usar el tiempo que los alumnos "aprobados" utilizan para repasar la selectividad en que los alumnos "suspensos" preparasen la recuperación. Pero olvida el señor Ibáñez que no es lo mismo "barrer sobre limpio" que hacer una limpieza a fondo. Para que un alumno que ha suspendido varias asignaturas las pueda aprobar ¡y luego examinarse de ellas en el selectivo! necesita tiempo, mucho tiempo.
Además, el problema no está en el desajuste del bachillerato. Está en la universidad. Es cierto que los planes de Bolonia no tienen la hipertrofia de asignaturas de los antiguos "planes nuevos" de la LRU, pero sigue habiendo desajustes.
Por ejemplo, yo, que estoy estudiando (a ratos perdidos y sin mucho aprovechamiento) una carrera en la UNED, he encontrado que, en Navidades, cuando olvidado, por fin, de las dolorosas obligaciones laborales, tenía un estado mental propicio para el estudio, estaba cerrada a cal y canto la biblioteca central, donde pensaba dedicarme a consultar referencias bibliográficas, muchas de ellas meras secciones de libros que, por tanto, no deseaba llevar a casa. ¿De qué me sirve que esté abierta hasta bien entrada la noche ahora, en febrero, cuando trabajo (o cuando los estudiantes tienen que ir al aula por las mañanas)?
Además, muchos de los alumnos que fracasan en la universidad lo hacen porque no consiguen desarrollar habilidades de tipo procedimental (perdón por el desfasado vocabulario LOGSE), habilidades que no se adquieren en quince días, como el análisis de una oración para entusiasta del inglés metido a filólogo sin mucha idea de gramática, el manejo de un programa de CAD para un profano, o el reconocimiento de una estructura cristalina para alguien sin visión espacial.
Muchos de mis conocidos, a quienes llevo pocos años, experimentaron la desgracia que suponía, en la práctica, ese verano sin preparación de exámenes. Pero hasta hace poco esa costumbre no había llegado a Madrid. Y es una costumbre un tanto absurda, propia de naciones en que no hay ningún examen de recuperación, ni en junio ni en septiembre (puesto que, como en el espíritu del plan Bolonia, hay clases prácticas con trabajos prácticos que se han debido ir entregando a lo largo del curso y raramente son recuperables).
Como aprendiz de antropólogo, sé que lo que parece absurdo a ojos de una mentalidad "racionalista" occidental (es decir, del otro lado del mar océano) puede tener su lógica racional a ojos de la cultura estudiada. Pues bien, aquí hay un caso. Los exámenes de recuperación de septiembre son ilógicos en un sistema en que no hay recuperación porque los dos primeros años son un "barniz" culturizador que prepara al graduado para especializarse en algo (y, por tanto, las asignaturas "callo" suspensas son sustituibles por otras más fáciles). Comenzar el curso en septiembre es ilógico si no hay exámenes en septiembre. Por tanto, lo "lógico" es que empiece el curso en septiembre y no haya recuperación. Eso, claro, si uno vive en Estados Unidos y tiene que invertir un gran capital económico en la formación de sus hijos.
Pero, ¿qué pasa si uno vive en España, ese país poco poblado situado en un apéndice de Europa? Lo que es válido para la cultura del otro lado, no es válido aquí. Pero no queremos entenderlo, y seguiremos estrellándonos contra un muro mientras no nos demos cuenta de que el término Exception Culturelle no se debería aplicar a la subvención de la Kultur (alta cultura, es decir, Taxi y Astérix el Galo), sino a la comprensión, a la hora de tomar decisiones, que existe una cultura propia, un "complejo total formado por conocimiento, creencia, moral, ley, costumbre, arte y otras aptitudes y hábitos adquiridos por el hombre a través de la sociedad" que es distinto aquí que allá.
Si al llegar aquí todavía no os he aburrido, podéis ver el comentario que he dejado en el artículo del Qué:
Creo que el señor Ibáñez Castresano se equivoca en el diagnóstico, aunque sólo parcialmente. Una recuperación en julio no sirve para nada ni en bachillerato ni en la universidad. ¿Qué materia nueva va a haber estudiado quien no aprobó quince días antes? Y si suspendió en febrero, ¿qué va a aprobar en julio, compitiendo la materia de febrero con otras nuevas?
Históricamente, el largo verano de la enseñanza española se ha debido a dos motivos: primero, a la siega, en que debían colaborar todos los brazos útiles de la familia. Cuando ésta desapareció, la necesidad de un largo período de preparación de unos exámenes de recuperación que no había en otros sistemas educativos hicieron conveniente mantener este período.
Aunque vaya contra mi interés el confesarlo, convertidos tanto la enseñanza primaria como la secundaria y la superior en guarderías, lo lógico sería comenzar el curso el 1 de agosto.
Pero, si se quiere mantener exámenes de recuperación y, a la vez, un gran número de clases presenciales (que, en realidad, poco aportan si el alumno sigue desapareciendo de la biblioteca, con el incentivo adicional del cierre de ésta en vacaciones) habría que postergar el inicio de curso y retrasar su finalización, de forma que hubiera un período de descanso pero también estudio (es decir, de "otium") que permitiera al alumno que ha suspendido preparar su prueba en unas condiciones mínimas.
Lo que no es de recibo es cerrar bibliotecas en vacaciones, que es cuando algunos alumnos, sobrecargados de prácticas en otros momentos, pueden dedicar tiempo no sólo a estudiar, sino a reflexionar sobre lo estudiado --que no lo olvidemos, pedagógicamente marca la diferencia entre el estudio memorístico y la consecución de un aprendizaje significativo, que es lo que se supone que pretende Bolonia.
En fin, que la calidad de enseñanza sigue siendo una de esas grandes banderas que se agitan para ocultar la estrechez de miras de los planificadores...
martes, 18 de enero de 2011
Educación...
A primera hora, un alumno me pregunta, no sé a santo de qué, si podría iniciar una pelea con un mayor de 18 años para después denunciarle. «Depende», le digo, conocedor de sus intenciones y de la facilidad con que los alumnos de mi centro mienten en los tribunales. «Puede que no se defienda, y entonces no podrías denunciarle tú a él, sino él a ti. Además, si es un policía, un médico o un profesor, podría denunciarte él por atentado a la autoridad.» Trato de disuadirle diciéndole que hay técnicas de defensa e inmovilización perfectamente efectivas y que en ningún caso constituirían agresión a ojos de un tribunal. Y, en último extremo, si mi alumno pierde los ojos o los dientes, por mucho que pudiera denunciar al de 18, el daño ya estaría hecho. «Así que es mejor que trates de hacer las paces con él, y arreglarlo hablando.»
Ahora me doy cuenta de que olvidé mencionarle un último detalle: que yo podría testificar a favor de su víctima.
Al final de las clases, me ocurre a la inversa. El enano diabólico, un habitante de la Residencia de Niños Malcriados que tenemos al lado del centro, me persigue por la calle y me lanza dos escupitajos a la espalda, que en un primer momento dudo si son reales o fingidos, pero en casa compruebo que son reales. Mi reacción con él es no inmutarme, y en todo caso hacerle ver que su actitud está mal, pero, por mucha Ley de Autoridad del Profesor que haya, no puedo usar esta ley contra él por dos razones: no es alumno de mi centro y, en todo caso, tiene menos de doce años, por lo que no es imputable.
En otras culturas estaría permitido propinarle una reprimenda —en la Inglaterra de Dickens supongo que incluso le habrían colgado—, pero aquí sólo puedo afearle su conducta, esquivar sus esputos y rogar al cielo que castigue su cuerpo y el de sus descendientes con bubas, potras, corcovas y otras deformidades. Es gracia que espero de Jesucristo Nuestro Señor, amén.
lunes, 17 de enero de 2011
I love the smell of Valdemingómez in the morning
Sin embargo, la contaminación por olores es quizá la más difícil de prevenir. No existe, por ejemplo, un "medidor de olores". No hay pruebas objetivas para cuantificar la aparición de aromas, acaso porque, aunque se conoce qué substancias los producen y estas se pueden cuantificar, son demasiadas. Tampoco se conoce de ningún especialista en catar malos olores. "Unas buenas ratas, señora. Cosecha del noventa y ocho". ¿Será esa la razón de que, aun conociendo cuáles son los vientos dominantes de una zona, y sabiendo que cierta industria producirá sustancias volátiles pestilentes, se permita ubicar la industria en un foco desde el que arrojará sus efluvios hacia masas de población?
Nos queda una esperanza. Los olores, como hemos dicho, son difíciles de objetivar. Lo que a uno le gusta, a otro le disgusta. Hay gente, por ejemplo, que aromatiza sus establecimientos con el vomitivo olor a plástico y tapicería de los automóviles nuevos, con la esperanza de estimular a los compradores. Igual que en la comida y bebida hay un "gusto adquirido", existe también un "olfato adquirido", gracias al cual sustancias como el vinagre, el roquefort o la gasolina nos pueden oler bien. Incluso el hedor del estiércol puede despertar en nosotros recuerdos de bucolismo campestre. No olviden a aquel personaje de Apocalypse Now, que amaba "el olor del napalm por la mañana", porque el napalm "olía a victoria."
Es posible que, gracias a la costumbre, sea "gusto adquirido" o "cansancio olfativo", deje yo de percibir (o incluso aprecie) ese aroma, entre vómito y gas, entre fecal y plástico, que despide la incineradora de residuos de Madrid. Pero al menos, me cosuela que sólo huela así en el barrio donde trabajo, un barrio plagado de viviendas ultramodernas y premiadísimas donde, gracias a Dios, no vivo.
domingo, 16 de enero de 2011
Contradicciones de los partidos de la derecha
Lo que a veces no se comenta, quizá porque la coherencia es un valor de izquierdas, es que tampoco los partidos de derecha son capaces de mantener sus ideales.
Dos ejemplos "de cajón" en los dos últimos meses, en el PP de Madrid.
1) Autorización de la venta nocturna de alcohol. Aprobada por consenso de PP y PSOE.
No es que me vaya a quejar porque se autorice la venta nocturna de alcohol, pues ello me permitirá volver a improvisar alguna que otra fiesta nocturna. Pero realmente se trata de una traición a un ideal de la derecha. La venta nocturna de alcohol representa un ataque a los valores familiares, pero se ha debido autorizar por las presiones de los empresarios (lo que, al fin y al cabo, no choca demasiado contra los valores de la derecha, que acepta cualquier tipo de libertad siempre y cuando sea meramente económica) en un contexto en que Comunidad y Ayuntamientos necesitan mejorar sus fuentes de financiación —y las licencias de venta nocturna de alcohol son una evidente fuente de financiación de los ayuntamientos—.
Resulta curioso pero esclarecedor que esta medida se haya tomado a la vez que la Comunidad pasaba el marrón de las sanciones del botellón a los ayuntamientos Por supuesto, para la Comunidad no era un marrón, sino una simplificación de trámites... ¡ya que ahora todos los trámites los tendría que hacer la entidad local, en el caso de ciertos ayuntamientos falta de personal y recursos, y demasiado cercana al ciudadano como atreverse a sancionarle!
La justificación ética: que sólo las grandes cadenas venderán alcohol y que sólo lo harán en las zonas libres de botellón. A la primera premisa opondré que mi primer botellón, a los 18, fue con mercancía comprada en un Seven-eleven, es decir, en una gran cadena con licencia para la venta de alcohol. A la segunda, que los parlamentarios madrileños olvidan que el botellón puede "moverse" buscando las zonas donde se venda alcohol. Intencionada o intencionadamente, el partido que se define como adalid de la familia está traicionando con esta medida sus ideales familiares; pero no importa, pues su cómplice en esta medida, el partido "de los obreros", está defendiendo a la vez al gran capital (grandes empresarios frente a pequeños empresarios) y a lo que históricamente vio como una lacra de los obreros, el alcohol.
2) Eliminación del metrobús.
El metrobús de Madrid es un billete combinado que permite hacer hasta 10 viajes en metro (incluyendo transbordos) o en autobús (sin transbordos). Hasta el año 2009, un metrobús costaba lo mismo que 6 billetes de un solo viaje de metro o autobús, lo que lo hacía muy ventajoso.
Además, a diferencia de otros billetes, el metrobús permitía su uso colectivo (es decir, servía para 10 viajes de un viajero, o para un viaje de 10 viajeros). Es decir, era un billete muy apropiado para viajes en grupo (excursiones escolares donde no todos los niños tuvieran abono, grupos de turistas en Madrid, etc.)
En enero de 2010, en un contexto de inflación-cero, el precio del metrobús se elevó a la vez que se mantenía el precio del billete sencillo, de forma que un metrobús valía lo mismo que nueve viajes. Es decir, la proporción rentabilid/riesgo se redujo, pues aumentó el "riesgo" (no tener que hacer 9 viajes sino menos, y que por lo tanto el metrobús no fuera rentable para el usuario).
En enero de 2011, el precio del metrobús se ha vuelto a elevar, manteniéndose de nuevo el precio del billete sencillo, con lo que el "riesgo" ha subido: si el usuario no hace por lo menos 10 viajes, no le sale rentable comprar el metrobús.
En conversaciones informales, personas relacionadas con la gestión de los transportes me han confirmado que el objetivo es eliminar el metrobús, y sustituirlo por el abono transportes o por "tarjetas inteligentes" prepago, como en otros países.
El problema es que, al tomar esta medida, el Partido Popular que gobierna en Madrid (tanto en la Comunidad, propietaria del Metro, como en el Ayuntamiento, propietario de los autobuses) está eliminando el único billete familiar que permitía a un padre, una madre y sus hijos compartir un único pasaje durante una visita a Madrid. Ahora, para lo mismo, tendrían que comprar billetes individuales, o bien comprar tarjetas turísticas de transporte de un solo día, una opción mucho más cara.
Donde antes una familia de 4 miembros que desease hacer un trayecto de ida y vuelta podía gastar sólo el equivalente a 6 billetes, ahora tiene que pagar al menos el equivalente a 8 billetes: si intentan ahorrar con un bono, pagarán más. Por tanto, el PP está de nuevo traicionando su ideal de respeto a la familia al tomar esta medida.
Quizá un análisis etic-emic mostrara que desde el punto de vista "emic" el PP cree estar defendiendo la tradición y ayudando a las familias, del mismo modo que el PSOE cree auxiliar a los obreros y avanzar hacia el progreso. Pero desde el punto de vista consecuencialista, el resultado de la política del PP es, a menudo, una amplia destrucción de las relaciones familiares y de las tradiciones que el partido de derechas dice defender.