CHOMSKY, Noam:
El miedo a la democracia, Barcelona, Grijalbo, 1997 (traducción recortada de
Deterring Democracy, Verso, Londres / Nueva York, 1991).
No sé si os podréis creer que, siendo filólogo, prácticamente no hubiera leído nada del famoso lingüista Noam Chomsky. En mis años de facultad no pasé de un par de capitulitos de un libro suyo, y, ya más crecido y conocedor, por tanto, de la vertiente política de su obra, tampoco hice mucho por leerlo. Por eso, al ver en casa de un familiar una de sus obras, la agarré y comencé a leerla.
El miedo a la democracia es una recapitulación sobre las relaciones exteriores de los Estados Unidos entre la segunda guerra mundial y la primera guerra de Iraq. La tesis defendida por el autor, y recogida en el título, es que la oligarquía estadounidense ha luchado siempre por establecer una forma de 'democracia' en la que no haya lugar para el pueblo, de forma que los patricios puedan defender sus intereses sin obstáculos. Según Chomsky, esta peculiar visión de la democracia se puede percibir en la simpatía con que diversos presidentes Estadounidenses han visto los regímenes de Mussolini, Hitler, y, modernamente, diversos dictadores del mundo árabe, África y, sobre todo, Centroamérica. A un lector norteamericano le podrían sorprender dichas afirmaciones, sobre todo teniendo en cuenta los baños de sangre que han tenido que sufrir las fuerzas estadounidenses en operaciones justificadas por la "defensa de la democracia". Sin embargo, Chomsky justifica cada afirmación, incluyendo constantes citas a pie de página y llegando a mencionar los
juicios perdidos por quienes pretendían acallar ciertas bocas molestas.
El problema es, según Chomsky, que tanto los medios de comunicación de masas como la literatura académica han ocultado sistemáticamente las violaciones de la ley y de los derechos humanos cuando eran cometidas en defensa de los intereses de la elite occidental. Así, no han tenido recato en caer en flagrantes contradicciones (como se muestra en el caso de la violación de los acuerdos de paz de Esquipulas, presentada como cumplimiento de dichos acuerdos, o en la coincidencia de las campañas antitabaco con la presión para reducir sus aranceles en países del sudeste asiático).
El guión es simple: cuando son
ellos los que mantienen un ejército insurgente, son terroristas. Cuando
nosotros inundamos de paramilitares otra nación, estamos defendiendo la democracia. Si
nosotros vemos un riesgo de seguridad remoto, podemos invadir o bombardear una nación extranjera e invocar el derecho a la legítima defensa. Si
ellos lo hacen, deben pagar las consecuencias. La norma se aplica también a la política interior, como en las asimétricas condenas para el crack, droga de negros, y la cocaína esnifada por los blancos (respecto de este punto, conviene recordar que la eliminación de esta asimetría era uno de los puntos del programa de Obama).
Aparte de esta reflexión sobre la hipocresía occidental, el libro está cuajado de reflexiones curiosas. Por ejemplo, una amplia reflexión sobre el colonialismo y los estados satélites, a raíz del problema centroamericano. La hipótesis es sugerente: el colonialismo Japonés preparó el terreno a los "dragones asiáticos" de los 80, mientras que el colonialismo europeo y norteamericano arruinó las naciones de África y América. La Unión Soviética dilapidó su presupuesto en mantener la viabilidad de sus estados satélites, mientras que los Estados Unidos dilapidaron el presupuesto de sus estados satélites en mantenerse a sí mismos. Se podría objetar que, durante mucho tiempo, el árbitro mundial invirtió en la ruinosa economía de Europa occidental y Japón: según el autor, se hizo solamente en aquellos casos en los que se veían oportunidades de negocio y la necesidad de combatir la influencia comunista.
La última sección del libro, "fuerza y opinión", trata de los mecanismos para el control de la masa. Llama la atención que para Chomsky la autoridad no sea, como para otros anarquistas, un asunto meramente psicológico. La autoridad se defiende con la fuerza. Sólo en las sociedades más avanzadas necesitamos recurrir a la propaganda para darnos un barniz de civilización. Pero ni siquiera en ellas: se citan muchos casos del recurso a la fuerza (normalmente la amenaza del hambre o el corte de suministros, pero sin renunciar a las armas) en Europa Occidental y Japón.
El libro se cierra, sin embargo, con una concesión al optimismo. Aunque los medios estén saturados con desinformación suficiente como para sorprender a un Orwell, los Estados unidos tienen, sorprendentemente, una de las legislaciones sobre libertad de expresión más amplias del mundo. "En cuanto a la libertad de expresión, existen claramente dos posturas: o bien uno la defiende enérgicamente, favoreciendo puntos de vista que odia, o bien la rechaza en favor de criterios estalinistas o fascistas".