Isidro sale de su coche, aparcado de cualquier manera en la entrada del caserón, y se dirige hacia la puerta. Sube los tres escaloncitos que la elevan sobre el suelo y busca el timbre, un botoncito discreto situado a su derecha, a la altura de los ojos —Isidro mide un metro y sesenta y ocho centímetros, así que la altura de los ojos vienen a ser unos 160 centímetros sobre el suelo—. Mientras espera a poder pasar, abraza la cartera con gesto impaciente. Por fin se abre la puerta. Isidro da unos pasos hacia el interior, oscuro y misterioso. Nadie ha salido a recibirle, lo que quiere decir que la puerta se ha abierto sola. Así que ha de buscar a tientas el interruptor de la luz, que esta vez está 40 centímetros a la izquierda del marco de la puerta —a la derecha, según se sale— y 120 de altura.
Al pulsarlo suena un par de veces el péndulo relé del temporizador, hasta que por fin hace su trabajo y se ilumina el filamento de la bombilla —suspendida de un simple cable, el casquillo al aire— que alumbra la estancia. Se trata de una sala cuadrangular de unos 3 metros de lado, el suelo decorado con baldosas de gres que tratan de imitar un dibujo de gravilla. Una puerta en la esquina del fondo de la pared derecha y una escalera que asciende al frente le hacen dudar sobre el camino a seguir.
Abre su cartera. Extrae la carpetilla de cartulina. En la primera página, una dirección: Carretera de Rincón a Laguna, kilómetro 3, 1º.
Guarda los papeles en la carpetilla y almacena ésta en la cartera, que rodea con su brazo izquierdo. Con paso firme, se encamina hacia la escalera. Se ve subir al hombre, la parte superior de cuya figura comienza a recortarse cuando la escalera tuerce hacia la derecha. Finalmente desaparecen sus piernas, pero todavía se escuchan sus cansinos pasos.
La luz del zaguán se apaga. Se oyen el tantear de alguien que busca un interruptor. Se ilumina con luz débil la escalera. Otra vez los pasos de Isidro subiendo los escalones. Se vuelve a apagar la luz.
Alguien baja corriendo las escaleras, y otras pisadas parecen acompañarlas como un eco de las suyas. Resuena un par de portazos. Ruge el motor de un coche que después se aleja en la distancia.
Algo respira lentamente en la oscuridad.
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