Algo que quizá no se puedan creer mis lectores es que todavía (¡ocho años después!) mantengo el contacto con mis compañeros de facultad. Es fácil cuando uno ha estudiado una carrera tan poco masificada como era Filología Hispánica en la Autónoma (hoy en día hasta eso está masificado, por lo visto). Pero sí es cierto que las relaciones, que todavía hace un par de años eran muy cordiales, se han ido enfriando. Hoy he comido con varios de mis excompañeros y sus parejas: Mila y Marta forman parte del grupo de los habituales, del que han fallado dos personas más; a Esneda y José no los veía desde hacía largos meses; tampoco veo mucho a Felipe y Rosaria, pero ellos tienen excusa: han venido desde Italia; mucho menos veo a Virginia: una vez cada dos o tres años; por último, las relaciones con Paco y Chus, que no son compañeros pero se unieron a la pandilla en cierto momento, habían acabado bastante mal, y por ello me he alegrado de volver a verles.
Hemos comido en Bazaar, un restaurante relativamente barato (menos de 9 euros el menú) en la calle de la Libertad. El local está decorado imitando a un delicatessen, con sus paredes transformadas en estanterías repletas de productos más o menos exquisitos. La carta es muy creativa y ofrece un menú a mediodía. A mí, que al fin y al cabo soy un gourmand me ha gustado lo que he comido (ensalada tropical a base de manzana y quizá yogur, y salmón a la plancha), y aunque las raciones eran exiguas no me he quedado con hambre. La italiana Rosaria, sin embargo, no apreció demasiado los espaguetis que guarnecían el solomillo a la pimienta. Otra tacha del local es que no admite grupos de más de 7 personas, con lo que tuvimos que dividirnos en dos mesas.
Temas de conversación: todos los del mundo, porque hacía muchísimo que no nos veíamos. Pero uno de ellos en especial: la futura boda de mis amigos italianos. Espero poder viajar a Italia y que no quede todo en agua de borrajas, como me va pasando ya en varios viajes...
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