Hay veces que... no sé, sin ningún motivo te sientes absolutamente deprimido. No hay nada que pueda hacerte salir a flote, por más que ocurran cosas buenas. Diría que hoy es uno de esos días, un día que no ha sido intrínsecamente malo pero que no puede arreglar nada, después de mi fracaso en la traducción de postnuke, después de mi estancamiento en la novela de los libreros, después de mil y mil cosas que me han ocurrido esta semana y que parecían precipitarme, con algún objeto, hacia el abismo.
Una de esas cosas ha sido un episodio de fiebre nocturna, entre el lunes y el martes, que explica que no publicara nada el día 23. Una fiebre que se manifestó como un temblor violento a la una de la madrugada y que me mantuvo en duermevela hasta las cuatro. Pero cuando sonó el despertador había desaparecido, así que fui a trabajar (ese día salía pronto) y me metí en la cama nada más llegar hasta la hora de comer, para volver a ella en cuanto comí y hasta las siete de la tarde.
Es curioso el estado mental que se alcanza a las ocho de la mañana después de haber pasado una hora durmiendo, cuatro horas delirando y otras tres durmiendo. Es algo así como una lucidez extrema, que se desvanece, sin embargo, en cuanto se intentan plasmar las sensaciones en una hoja de papel. ¿Será eso lo que logra el alcohólico cuando se cura la resaca metiéndose un sol y sombra al cuerpo? No lo sé. Lo que sí sé es que, cuando desaparece, nos deja más hundidos que al principio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario