Las reglas del mundo son complicadas, quizá porque quienes las han diseñado nunca han pensado que tengan que aplicárseles a ellos, o quizá porque ellos viven en un mundo completamente distinto, donde las cosas son diferentes.
Pepe es uno de esos hombres de alrededor de cincuenta en cuya casa no se escuchan el griterío de los niños ni las palabras amorosas de una esposa. Ocupa la mayor parte de su tiempo en trabajar y, poco a poco, ha ido dejando de salir con los amigos, limitándose, en cambio, a enviarles algún mensaje cada semana. No le importa tomarse un café con los compañeros del trabajo, pero tampoco tiene demasiada relación con ellos.
Los fines de semana le da por pasear por el campo. Esos días Pepe está irreconocible. En lugar del terno gris y los zapatos lustrosos de comercial bancario, viste camiseta y forro polar sobre el pantalón desmontable y calza unas botas de monte de las que sobresale el extremo de unos gruesos calcetines.
No sé si Pepe es feliz así. Solo sé que no parece importarle caminar entre las jaras; detenerse a mirar cada insecto, cada planta cuyo nombre no recuerde del todo, cada huella de animalillo; llegar a la cumbre; detenerse a mirar el paisaje haciendo visera con la mano; hinchar el pecho llenándolo de aire y beber lentamente sorbos de agua de su cantimplora con la vista fija en el horizonte antes de decidirse a emprender el camino de vuelta
Un día, bajando del monte, comienza a sentir un dolor en la parte alta del estómago. No le da mucha importancia, pero acelera el paso. Ya está cerca de la estación de tren cuando su gesto se agarrota y cae redondo al suelo. Afortunadamente, alguien que pasa por allí da el aviso, lo recogen y lo llevan al hospital.
Allí es diagnosticado de infarto e intervenido de urgencia, pero su cerebro ha estado demasiado tiempo sin riego sanguíneo, por lo que seguirá inconsciente durante varios días en cuidados intensivos.
Pero Pepe conoce las reglas. Las reglas que lo dicen bien claro: él tiene que presentar el parte de baja en su oficina antes de tres días. No lo van a llevar su mujer, que no tiene; ni sus hijos, que tampoco; ni sus padres, fallecidos en su ancianidad tiempo atrás; ni sus hermanos, pues es hijo único. Así que Pepe, al tercer día, resucita de entre los muertos y entrega el parte de baja.
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