A pesar de que el artículo de Cristina Castillón del día 17 admitía la existencia de antecedentes (de hecho, remite a los juegos conversacionales (interactive fiction), a través de un precedente pre-informático de hipertexto, los libros de «escoge tu propia aventura»), Alicia Giménez concibe el movimiento como algo totalmente novedoso (olvidando éxitos como el legendario videojuego de El Hobbit, o uno de los más importantes éxitos de Ópera Soft, La abadía del crimen, que calcaba el argumento de El nombre de la Rosa; sin embargo, hay que reconocer que el videojuego fue posterior a la película).
Pero no quedan ahí las cosas. El segundo artículo atribuye a la literatura una serie de cualidades que la distinguen del cómic o del cine cuando dice:
Y es que la literatura contiene, como la vida, un montón de escenas de horror solo que organizadas demodo que trascienden los hechos y obligan a pensar.
¿Es que la violencia en literatura es menos violencia? ¿Ha leído usted el Quijote, señora Giménez? Si hoy la literatura no nos parece violenta es porque, a diferencia del cine o de los videojuegos, su disfrute es exclusivamente individual, y por ello las escenas cruentas (incluido el sexo: la pornografía literaria antecedió a la fotográfica) nos resultan más tolerables en este medio. No porque la violencia en otros medios sea gratuita. ¿Es que Taxi Driver no nos hace reflexionar? ¿Es que Maus, el cómic de Art Spiegelman, no nos enseña nada? Y a la inversa: las novelas en que se basan La Caza del Octubre Rojo o Chacal ¿hacen que reflexionemos sobre algo?
Lo que seguramente quería decirnos la autora es que no son tan habituales los videojuegos basados en buenas historias, historias como aquellas que marcan algunos de los hitos literarios y cinematográficos. Pero, evidentemente, no todos los libros ni todas las películas tienen la calidad necesaria para convertirse en hitos; y, por otro lado, tampoco la vía del videojuego está condenada, como trata de demostrar la Universidad Heriott-Wat de Edimburgo.
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