La novela tiene una gran fuerza que surge del detallismo de las descripciones de ambientes, pero también del trasfondo filosófico de las palabras de los personajes, dos ancianos que han vivido vidas opuestas pero complementarias.
A continuación os transcribo una sección del capítulo 13, y en post independiente os transcribiré otra sección del mismo capítulo (no busquéis en A9, no tienen el texto completo):
¿No os parece una bellísima descripción de la amistad, mejor que aquel "In prospera fortuna multos numerauit amicos" ciceroniano, o que el De Dimidio Amico de Pero Alfonso?Uno está convencido, y mi padre todavía lo entendía así, de que la amistad es un
servicio. Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna recompensa por
sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona que ha
escogido como amiga, ya que conoce todos sus defectos y la acepta así, con todas
sus consecuencias. Esto sería el ideal. Ahora hace falta saber si vale la pena
vivir, si vale la pena ser un hombre sin un ideal así. Y si un amigo nuestro se
equivoca, si resulta que no es un amigo de verdad, ¿podemos echarle la culpa por
ello, por su carácter, por sus debilidades? ¿Qué valor tiene una amistad si sólo
amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿No sería
obligatorio aceptar al amigo desleal de la misma manera que aceptamos al
abnegado y fiel?(Sándor Márai, El último encuentro, Barcelona, Salamandra, 2004, p. 99, ©
Heirs of Sándor Márai)
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