(Tras releer a Monterroso)
El otro día comencé a leer de noche un libro muy interesante. Tanto que no pude pegar ojo hasta que, después de atravesar el desierto del sáhara donde lo habían abandonado los Beduinos, el hombre pálido y rubio que había nacido en un pequeño pueblo de la Selva Negra, y que logró con su esfuerzo subir en la pirámide social entrando incluso en la Academia de Oficiales y codearse con gente de mundo, pero que tenía un enemigo implacable con quien se encontró primero en la India y más tarde en un pueblecito Marroquí, donde sufrió gravísimas heridas de las que se recuperó gracias a los inestimables cuidados de una enfermera francesa, pudo al fin llegar a aquel lugar donde se alzaban, magníficas, las pirámides, y encontrarse con su destino ante el ladrón de tumbas, que le envió al otro mundo mientras entonaba ¡Dios Salve a la Reina!
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